17 de julio de 2008

Wolfgang Borchert, Obras completas

LITERATURA DE LAS RUINAS

Wolfgang Borchert, Obras completas
Trad. de Fernando Aramburu. Laetoli. Villatuerta (Navarra), 2007. 359 págs.

Anna Rossell

La publicación de las Obras completas de Wolfgang Borchert (Hamburgo 1921 – Basilea 1947) en traducción española es un acontecimiento que hay que celebrar. Dar a conocer como es debido y en traducción de calidad a este extraordinario autor, un clásico de las letras alemanas a pesar de una exigua creación literaria que cabe en 350 páginas, era una cuenta editorial pendiente que esperábamos impacientes quienes seguimos de cerca la literatura alemana del siglo XX. De Borchert se conocía en España su única pieza teatral Draußen vor der Tür -traducida libremente con el título La calle sin puertas-, incluida en una colección de Teatro Contemporáneo (Aguilar, 1965), la antología de cuentos An diesem Dienstag –en versión catalana, Aquest dimarts- (Eumo, 1992) y una selección de poemas a cargo de Jorge del Arco, Un andar solitario (Betania, 2003). La editorial Laetoli pone fin a esta dispersión, que transmitía una idea distorsionada de un autor cuyo nombre ha pasado a la historia de la literatura por sus cuentos y su obra teatral y no por sus poemas, género con el que inició sus balbuceos literarios a los quince años y que siguió cultivando sin alcanzar la brillantez que consiguió en los otros dos, donde se ganó merecidamente la categoría de clásico. De su extensa producción lírica el propio Borchert sólo consideró catorce poemas dignos de ver la luz, los únicos que se editaron como libro en vida del autor, bajo el título de Laterne, Nacht und Sterne –Farol, noche y estrellas-.
La publicación de Laetoli tiene el valor añadido de dar a conocer a uno de los representantes más destacados de la generación joven de la literatura alemana, generación perdida nacida en los años veinte, cuya infancia y adolescencia quedaron atrapadas entre guerras, y que, desconfiando de sus mayores y de toda ideología, tuvo que hacerse a sí misma y despojar la lengua alemana del interiorizado lastre nacionalsocialista. De este período literario alemán de la posguerra inmediata -1945 a 1948, año de la fundación de las dos Alemanias-, apenas se conocen en español ni autores ni textos, y ello es lamentable puesto que esta primera fase echó los cimientos de una literatura que cristalizó en el Grupo 47, impulsado por Hans Werner Richter, y marcó la evolución literaria alemana de la República Federal hasta finales de los años sesenta. Alfred Andersch, Wolfdietrich Schnurre, Günter Eich, Robert Wolfgang Schnell, Luise Rinser, Franz Josef Schneider o textos de esta época de autores de renombre como Heinrich Böll, entre otros, no se conocen en español. Ellos forjaron la que se ha dado en llamar “Literatura de las ruinas” o “Literatura de la hora cero”, por su voluntad de romper radicalmente con la tradición que les había llevado al nacionalsocialismo y a la guerra y de volver a empezar de nuevo, de establecer un antes y un después, manteniendo vivo el recuerdo del horror para no recaer en él.
Los textos de Borchert están impregnados de la devastación y los sufrimientos de la guerra y de sus consecuencias. Él, cuyo sueño fue ser actor y gustaba de ironizar y parodiar, fue detenido en 1940 por la Gestapo. En 1941 fue llamado a filas y enviado al frente del este donde le encarcelaron varias veces acusado de autolesionarse con el propósito de ser repatriado y de ofensas al Estado alemán. Su salud se vio profundamente afectada por ello. La difteria y la hepatitis que contrajo ya no le permitirían recuperarse jamás. Cuando, en 1943, por fin consiguió un permiso para viajar a su querida ciudad natal, los bombardeos de los aliados, de los que había sido objeto, la habían dejado reducida a escombros. Su nuevo encarcelamiento en 1944 por parodiar al ministro de propaganda Goebbels agravarían aún más su estado. Enviado otra vez al frente, ya al final de la guerra, su compañía, hecha prisionera por el ejército francés, es llevada al cautiverio del que él consigue escapar. Los seiscientos kilómetros que tendrá que recorrer, enfermo, para llegar a Hamburgo hacen el resto. Sus esfuerzos por reanudar su carrera teatral después de la guerra serán vanos: las frecuentes hospitalizaciones y la fiebre lo relegan a la vida del desahuciado que sabe que le queda poco tiempo, tiempo que aprovecha hasta el último minuto en un pulso contra la muerte. Escribe toda su obra en prosa y su pieza teatral Draußen vor der Tür, (Fuera, delante de la puerta), en 1946 y pocos meses de 1947, hasta su muerte en un hospital de Basilea en noviembre del mismo año.
No es de extrañar que el tema recurrente de su literatura sea el sufrimiento, el hambre, el miedo, la nostalgia, el frío en el frente de Rusia, la locura en la reclusión de la cárcel, el insomnio y las pesadillas del soldado, la soledad y la incomprensión del que regresa a Alemania y comprueba que no tiene hogar ni familia, que ha perdido el norte y sigue sin saber a dónde va cuando más lo necesita y la gente a su alrededor ha reconstruido su vida de la noche a la mañana y olvidado el horror vivido como si de un simple paréntesis se tratara: “nadie sabe adónde vamos. Pero todos viajan. [...]. Y ninguno sabe adónde vamos. Y todos viajan. Y ninguno sabe... y ninguno sabe... y ninguno sabe...” (A lo largo de la calle larga, larga). Su mundo literario es un mundo en ruinas, de muerte y de mutilados de cuerpo y alma, en el que Dios ha dejado de existir y cuya dolorosa ausencia es sin embargo omnipresente. El desamparo del individuo es absoluto, su pregunta vital queda sin respuesta: “¿Dónde está el hombre viejo que se hacía llamar Dios? ¿Por qué no habla? / ¡Responded! / ¿Por qué calláis ¿Por qué? ¿Nadie, pues, responde? / ¿Nadie, pues, responde? ¿Nadie?” (Fuera delante de la puerta).
Ya hace mucho que los estudiosos de la literatura alemana de la posguerra inmediata saben que aquella intención programática de la generación joven -cortar radicalmente con los modelos literarios anteriores a la última catástrofe bélica mundial- quedó en una declaración de principios bienintencionada. El nihilismo existencialista de Borchert enlaza con Sartre y Heidegger, el grito desgarrador de su lenguaje expresionista encuentra su correlato pictórico en el de Munch. Con todo, sus textos, a pesar de la desolación existencial que habita en ellos, dejan a veces un pequeño resquicio de esperanza. En sus cuentos y en su obra teatral encontramos con frecuencia un yo escindido, un yo y un otro, que encarnan respectivamente la desesperación y el consuelo, la voz que anima a la supervivencia. El hecho de que escribiera en una carrera desenfrenada contra el tiempo que le quedaba de vida es signo de que Borchert no perdió del todo la esperanza. No es casual que el último texto que escribiera fuera su manifiesto pacifista ¡Entonces sólo hay una salida!, donde, con el estilo repetitivo que le caracteriza, exhorta a todos y cada uno a decir no a la guerra y describe con palabras devastadoras, que arrancan de lo más profundo del dolor de quien lo ha vivido en carne propia, el desolador paisaje humano y material que nos espera, si esto no sucede. En Luftkrieg und Literatur (Sobre la historia natural de la destrucción) W. G. Sebald arremete contra los escritores e historiadores alemanes acusándoles de no haber dejado constancia de la destrucción a que se vieron sometidas las ciudades alemanas por los bombardeos aliados. Entre las poquísimas excepciones que menciona está el cuento de Borchert Nachts schlafen die Ratten doch (Pues claro que las ratas duermen de noche). Sin embargo no es éste ni mucho menos el único texto de Borchert que da testimonio de las ruinas, como tampoco es él la excepción que las documentó. Sebald olvida esta época de la literatura alemana de la posguerra, 1945-1948, en la que muchos autores cultivaron el cuento y sobre todo el reportaje -un género que floreció en estos años- llevados precisamente por esta necesidad.

(En: Quimera. Revista de Literatura, 2008)

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