29 de marzo de 2009

La olvidada dimensión lingüística de la política de investigación y sus consecuencias en la sociedad del futuro (por Bernd Springer)

Considero el artículo que sigue, de mi colega Bernd Springer, de gran relevancia para la subsistencia de las lenguas europeas en el ámbito de la investigación, sobre todo en el campo de las filologías y las humanidades en general, en real peligro de extinción. La divulgación del estado de cosas actual sobre este tema y de la argumentación que desarrolla el artículo en contra de lo que es una política académica internacional, inflexible y ciega, me parece urgente y necesaria. El texto enmarca esta reflexión dentro del proceso de confluencia de las universidades europeas según las directrices de Bolonia y aborda también esta problemática a mi entender muy acertadamente. Por ello recomiendo a tod@s encarecidamente su lectura.

Anna Rossell


El problema no es Bolonia, el problema somos nosotros

Bernd F.W. Springer 23/03/2009 - 11:58 horas Profesor de Filología Alemana en la UAB

La olvidada dimensión lingüística de la política de investigación y sus consecuencias en la sociedad del futuro

La escena tuvo carácter simbólico: en un "workshop" organizado por el Institut Català de Recerca i Estudis Avançats (ICREA), el pasado 10 de marzo en el Institut d'Estudis Catalans se prohibió a varios participantes -que lo habían solicitado- realizar sus preguntas y comentarios tanto en catalán como en castellano. No importaba si todos los allí presentes entendían el catalán o, al menos, el castellano. La lengua académica impuesta era el inglés. ¡Por fin, en Cataluña somos avanzados y europeos! ¡Por fin pertenecemos a la "excelencia" científica! -palabra mágica y credo absoluto de todas las agencias españolas y catalanas (y europeas) de fomento de la investigación y de control de los investigadores. Allí, una profesora de Filología Catalana (de aquella generación que todavía tuvo que aguantar frases como: "¡habla en cristiano!", y la que seguramente ha pasado toda su vida laboral en defensa y promoción del catalán) me habló, indignada, de "totalitarismo" académico. Para mí, la escena no fue nueva (sólo me sorprendió presenciarla en aquella institución). Al ser de nacionalidad alemana, es decir, de una nación que tiene la mentalidad -para lo bueno y lo malo- de intentar ser siempre el primero de la clase, conozco este fenómeno desde hace años. Por ejemplo, los congresos de historiadores se hacen en Alemania, cada vez más, en inglés – aunque todos los participantes sean alemanes. La DFG (Deutsche Forschungsgemeinschaft), primera institución alemana para el fomento de la investigación, exige (igual que ICREA) para la mayoría de las solicitudes de becas de investigación que sean redactadas en inglés, aunque los temas traten de Nietzsche, Goethe o Hitler. Hace poco, uno de mis ex profesores de historia en Alemania, uno de los primeros expertos europeos en la 1ª Guerra Mundial y galardonado por el estado francés con varias condecoraciones, es decir, un hombre de verdadera "excelencia" científica europea, me dijo resignado: "yo ya no participo en este juego". Y como él hay muchos investigadores del ámbito de letras –o "humanities", como se dice ahora – que se resignan ante un concepto de "excelencia" ciegamente copiado de las ciencias naturales y de los países anglosajones y que les impide justamente eso, ser excelentes en su materia: ¿o puede ser uno excelente y exacto en una lengua extranjera y ajena a su ámbito de investigación? Existe una dimensión lingüística de la exactitud en humanidades que vincula la precisión verbal e intelectual a una determinada lengua, ya que ciertos hechos sociales, culturales o históricos no se pueden expresar en cualquier otra lengua, simplemente porque no existen de la misma forma en otros países o culturas. Lo que quizás sea factible en las ciencias naturales, no lo es en las humanidades. ¿Por qué? 1) En primer lugar, una breve reflexión sobre qué es una lengua nos puede ayudar a entender el problema de fondo. Hay una larga tradición europea, desde Aristóteles hasta la lingüística (anglosajona) dominante del siglo XX, que concibe la lengua como un reflejo de la realidad. Si este concepto comprendiese la esencia de la lengua en su totalidad, podríamos liberarnos de nuestros sentimentalismos, olvidarnos de una vez por todas de nuestras lenguas maternas y apostar completamente por el inglés en toda la investigación, la diplomacia, los negocios, la publicidad, etc., y dejarle a nuestra lengua materna como último ámbito de supervivencia la conversación privada en familia y entre amigos. Pero una lengua no sólo refleja la realidad sino que ¡también construye la realidad! Cada lengua ejerce una construcción propia de la realidad, cada lengua es el reflejo de la cultura e historia de su país y el tesoro de los conceptos del mundo que se han construido en y mediante ella. Es por eso que todo el ámbito de la cultura, historia, filología, filosofía, es decir, las humanidades, está intrínsecamente vinculado a su lengua de construcción. Como la biodiversidad es esencial para la naturaleza, la gloso-diversidad es esencial para la mente humana y el desarrollo del saber. Y esto, en un principio, es válido también para las ciencias naturales (de hecho, hay cada vez más científicos que se dan cuenta de este hecho). 2) En segundo lugar, la política (¿o debo decir, la ideología?) del "antes el inglés que el castellano" no frenará tanto el castellano, sino primero el catalán. La moda cada vez más creciente de llevar a los hijos a un colegio internacional nos demuestra por dónde nos lleva esta tendencia. ¿Qué es un colegio internacional? Sería fantástico si allí los alumnos tuviesen una educación políglota, pero en realidad es una institución donde se aprende todo en una sola lengua, el inglés. Las futuras generaciones que saldrán de estas instituciones ya no conocerán la zoología y la botánica, la geografía y las matemáticas, la política y la historia en su lengua materna. Llegarán a las universidades donde estudiarán sus materias en inglés y luego, como padres y profesores ya no podrán explicarles a sus hijos y alumnos el mundo en su lengua materna. Quien piense que estoy exagerando que se fije en Alemania, más avanzada en este asunto por su mentalidad de querer ser el primero de la clase. La lengua alemana ha dejado de ser una lengua científica. Cada día hay más inventos y objetos en el mundo para los que ya no hay palabra en alemán, porque la elaboración del corpus lingüístico alemán se ha parado en favor de la incorporación directa del nuevo vocabulario en inglés, desde lo más cotidiano hasta lo más tecnológico: no hay palabra alemana (en uso) para "airbag" o "correo-electrónico", ni para "móvil" o "portátil". Esta es la última herencia del nacionalsocialismo: un alemán de los años veinte del siglo pasado hablaba la lengua de Goethe, Heine, Nietzsche, Marx o Freud, un alemán de los años cincuenta y siguientes "ladraba" la lengua de Hitler. Este complejo llevó, inconscientemente, a un desprecio por la propia lengua y cultura. Lo que para los alemanes es el complejo por su pasado, para los catalanes es el complejo de no ser lo suficientemente europeos. En la última consecuencia, ambos complejos conducen a lo mismo: apostar por una supuesta internacionalidad, que reluce con atributos como "excelencia europea" y parecidos. Hasta ahora, a mis compatriotas alemanes siempre les he podido presentar la lengua catalana como un modelo a seguir: el Institut d'Estudis Catalans busca para todo lo que se inventa en el mundo una palabra catalana, es decir, pone la lengua catalana al día a través de una continua elaboración y actualización de su corpus lingüístico. Pero, ¿para qué, si en los ámbitos más prestigiosos, como por ejemplo en la investigación, se suprime paulatina y sistemáticamente su uso? 3) Finalmente, la consecuencia de esta problemática internacionalización de la investigación y la ciencia no es el deseado avance hacia la prometida sociedad del conocimiento, sino un retroceso en el tiempo hasta más allá de la época de la ilustración y un peligro para la democracia social, que desde entonces hemos ido construyendo con tantos sacrificios. Desde la ilustración, el gran progreso científico, democrático y social en Europa se basó lingüísticamente en el acercamiento de los resultados científicos al ciudadano a través de la sustitución de la lengua franca de la edad media, el latín, por las lenguas nacionales (la exclusión medieval de la gran mayoría de la población se refleja hasta hoy en día en frases hechas como "uno no entiende de la misa la mitad"). La democracia iba vinculada a la creación de un público que podía participar en las cuestiones de interés público porque tenía acceso lingüístico a la información relevante. En un futuro no muy lejano (quizás dos generaciones), ni siquiera el ciudadano interesado podrá opinar sobre cuestiones éticas de la medicina o la investigación genética, ni mucho menos entender los avances de la física y sus consecuencias para nuestro concepto del mundo. Los resultados, publicados en inglés, serán lingüísticamente accesibles sólo para una minoría de expertos en búsqueda de méritos y gloria. Porque, ¿verdad que vale mucho más la reputación científica internacional que se consigue con una publicación en inglés que la "casera", conseguida con una publicación en catalán? Todo el sistema de evaluación científica de las agencias nacionales e internacionales se basa en esta filosofía neoliberal. A mí siempre me ha encantado la lengua inglesa. Le tengo un especial cariño –como a las otras seis lenguas que hablo o leo. Pero justamente por esto, no perdono la hegemonía imperialista que la lengua inglesa está imponiendo sobre las demás. ¡Alto! ¿He dicho imperialista? Rectifico, porque no son la preciosa lengua inglesa ni el Reino Unido quienes dictan las normas de publicación científica en Europa. Somos nosotros, todos los países que firmamos el tratado de Bolonia. Pero en este tratado no existe ningún párrafo que imponga que la investigación en Europa se haga sólo en una lengua y en detrimento de las otras lenguas nacionales. (Tampoco regula que un crédito de un master debe costar mucho más que un crédito de primer ciclo -de hecho en otros países no es así- ni muchas otras cosas que se están imponiendo bajo la etiqueta de "Bolonia"). La culpa no la tiene el tratado de Bolonia. Hay una abismal diferencia entre el tratado de Bolonia y su aplicación por parte de los ministerios y las agencias nacionales. La culpa es nuestra sumisión colectiva a unas administraciones que abusan de las reformas de Bolonia para forzar a las universidades y los investigadores -a través de una uniformidad lingüística- hacia una globalización científica y académica, con el fin de poder establecer rankings para la competición internacional. Para estos rankings se tiene que hacer comparable lo que no es comparable. Cuantas más protestas se articulan de las diversas asociaciones científicas contra los criterios de evaluación de la investigación, más sordas se vuelven las administraciones responsables, porque necesitan los rankings para la futura sociedad del conocimiento, en la cual el conocimiento se habrá convertido en mera mercancía. ¿Y de qué dependerá el valor de esta mercancía? Lógico, de los rankings. Sin embargo, la sociedad del conocimiento, que se pretende promover de este modo, nunca se hará realidad si la gran mayoría de la población queda lingüísticamente excluida. ¿Se habían parado a pensarlo alguna vez?

(Publicado en La Vanguardia, 20-03-09)