EL ALMA AL DESCUBIERTO
Carl Spitteler, Imago
Traducción y epílogo de Isabel Hernández,
Nórdica Libros, Madrid, 2008, 232 pàgs.
Clarividente y vanguardista, éstos son los adjetivos probablemente más adecuados para definir esencialmente a Carl Spitteler (Liestal –Basilea-, 1845- Lucerna, 1924) y a la novela que consagró su nombre, Imago (1906), ambos rescatados ahora del olvido por la editorial Nórdica. Este escritor suizo en lengua alemana, galardonado con el premio nobel de literatura en 1919, más por el posicionamiento pacifista que adoptó en 1914 y por el decidido apoyo de Romain Rolland que por la calidad del conjunto de su obra literaria, tuvo sin embargo el mérito de adelantarse a su tiempo y de marcar una pauta en las letras suizas de expresión alemana. Poco después la seguirían compatriotas consagrados como Robert Walser, Friedrich Glauser, Adolf Muschg o Urs Richle.
Spitteler, que cultivó una amplia gama de géneros –poeta, narrador y ensayista-, también autor de epopeyas mitológicas en las que traduce a la modernidad la antigüedad clásica (Prometeo y Epimeteo), consiguió depurar en Imago la técnica que es una constante en toda su obra: el análisis sicológico de los personajes desde su propio interior. Pionera en su género y de modo similar al más conocido caso del Lenz de Büchner, la novela tiene el mérito de verter al lenguaje literario la patología de la esquizofrenia. No es de extrañar que el incipiente psicoanálisis de la época acogiera con enorme interés la obra de este autor, cuyos personajes eran objeto de estudio en las revistas especializadas y que Carl Gustav Jung incorporara a la terminología psicoanalítica el título de esta novela. No estamos pues ante una historia de acción, sino ante el retrato estático de un alma, la disección de una mente enferma, la de Viktor, un joven poeta que, obsesionado por un gran amor imaginario, escinde su propio yo en múltiples personajes, en función de los fantasmas que crea su patología. Así el relato del narrador omnisciente y los diálogos que sostiene el protagonista con personajes reales e imaginarios, realidad y desvarío, se funden en un escenario de una ciudad de provincias, donde el asfixiante ambiente pequeño burgués, en un gesto de crítica social característico de la literatura suiza, es idóneo caldo de cultivo para el ensimismamiento del enfermo.
Anna Rossell
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