Sasa Stanisic, Com el soldat repara el gramòfon
Trad. de Jordi Jané-Lligé,
Proa, Barcelona, 2008, 280 págs.
Anna Rossell
Ambiciosa y memorable esta primera novela en lengua alemana del joven escritor bosnio Sasa Stanisic (*Visegrad –Bosnia oriental-1978), nominada al Deutscher Buchpreis 2006. En un ejercicio de catarsis el autor reescribe la propia historia y la de su familia en clave de ficción, liberándose así del trauma de la guerra civil de su país (1992-1995), al tiempo que recupera los recuerdos de su infancia y de su tierra natal, bruscamente truncados por la huida de la familia a Alemania en 1992. Con el protagonista Aleksandar Krsmanovic, un joven en la primera adolescencia que crece en la ciudad de Visegrad, Stanisic se construye un alter ego que cuenta, en primera persona y desde la perspectiva del niño adolescente, las vivencias y los juegos de la infancia, la personal percepción de familiares y vecinos, el primer amor, la terrible experiencia de la guerra, la emigración, el olvido y la memoria. Aleksandar, que mantiene con su abuelo Slavko una entrañable relación emocional y hereda de éste el arte de hacer magia y de contar historias, se erige así en precoz observador y narrador de una biografía convulsa que comienza poco antes de la desmembración de Yugoslavia y termina diez años después con el regreso del joven Aleksandar a un país dividido, en busca de los recuerdos que tuvo que dejar atrás de la noche a la mañana, cuando despertaba al primer amor. Por la variación de ingredientes que reúne pudiera decirse que éste es un libro que trata del poder redentor de la imaginación y la fabulación y de sus límites, un libro sobre la pérdida y sobre el amor, un libro sobre la guerra y sus consecuencias. Sin embargo la empresa que el autor aborda en primera línea no es tanto de carácter temático como formal.
Sobre la base de la perspectiva infantil y de la imaginación fabuladora, Stanisic desarrolla un ambicioso y peculiar estilo en el que convive la narración más o menos convencional con textos de otros registros, como cartas, notas informativas y algún que otro poema. Entre el realismo y la sátira, la novela es heredera de la picaresca de Grimmelshausen –a su vez conocedor de la española y de quien adopta, además, el estilo sintético de los títulos- y de Günter Grass. Como la de Oskar Matzerath en El tambor de hojalata, la de Aleksandar es una voz ingenua, pero al tiempo perspicaz, que impregna el flujo textual de un tono ligero, a menudo humorístico y en ocasiones grotesco. El autor logra un mosaico narrativo a caballo entre la voz omnisciente y el monólogo interior, a la vez que, como Döblin en Berlin Alexanderplatz, hace uso frecuente de la parataxis eliminando a menudo al narrador o anulando la transición entre su voz y la de otros personajes. En este sentido formal la de Stanisic es una novela ambiciosa, que, a pesar de la complejidad de la composición lingüística que se propone, consigue escenas magistrales. Sin embargo el eco de la ingenuidad y el liviano pero constante tono humorístico que transporta la voz del protagonista, desde el principio hasta el final, predominan incluso sobre las escenas dramáticas y poéticas, también cuando Aleksandar ha dejado de ser un niño o cuando intervienen otros personajes. Así contaminado, el texto adquiere una uniformidad que acompaña machaconamente al lector, hasta en los momentos en que el autor depone el gesto satírico. Es, con todo, una novela muy recomendable y el de su joven autor, un nombre que probablemente dará mucho que hablar en el mundo de las letras alemanas. Los lectores disponen ahora de la versión española (Alfaguara), en traducción de Richard Gross, y de la catalana (Proa), en versión de Jordi Jané. Ambos, traductores garantizados, tanto por su buen conocimiento de la lengua alemana, como por su sensibilidad y buen gusto en español y en catalán.
Anna Rossell
(Publicado en "Quimera. Revista de literatura", num. 304 (marzo 2009)