5 de febrero de 2010

LA CARA LÓBREGA DE LA UTOPÍA

LA CARA LÓBREGA DE LA UTOPÍA

Herta Müller, En tierras bajas
Trad. de Juan José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 182 págs.

Herta Müller, El hombre es un gran faisán en el mundo
Trad. de Juán José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 120 págs.

Doblemente merecido el Nobel otorgado este año por la Academia Sueca a la escritora en lengua alemana Herta Müller (1953, Nitzkydorf –Rumanía-). Y la decisión afirma la voluntad de la Academia de no sucumbir a reconocimientos anunciados y atenerse a los verdaderos valores. El premio rinde homenaje a una literatura de escenarios olvidados, el entorno natal de la escritora –Banat-, un recóndito lugar germanohablante en la región de Timisoara, Rumanía. La autora, que debutó con la antología de cuentos En tierras bajas (Niederungen), que vio la luz en la Rumanía de Ceaucescu de 1982, en versión censurada, se revela ya en sus primeros textos como maestra de la fina observación y la sobriedad, pero su mérito es tanto mayor cuanto que su obra -de fuerte influencia autobiográfica- construye un depurado lenguaje, que trampea la censura para describir al detalle los asfixiantes ambientes del régimen rumano de los ochenta. Lo hace en su país, a pesar del acoso y derribo a que fue sometida –desde 1984 tenía prohibido publicar-. La policía secreta de Ceaucescu, consideraba “enemigo del Estado” al círculo de escritores al que Müller pertenecía, la Aktionsgruppe Banat, y le abrió a ella un proceso que siguió activo incluso después de que abandonara Rumanía, en 1987, para instalarse en la República Federal de Alemania.
En tierras bajas -Niederungen- (Siruela 1990, 2007, 2009) es un compendio de quince cuentos, uno de los cuales, mucho más extenso, da título al libro y anuncia su contenido. El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 1992, 2007,2009) es un rosario de otros cuarenta y nueve. Más que historias Müller transmite en ambos libros ambientes opresivos y asfixiantes de un pueblo, un villorrio perdido -uno de tantos- de su región natal y de su gente, la minoría suabo-alemana de Banat. Los títulos del primero parecen suscribir instantáneas de la vida rural, condensan la esencia de cuadros: La oración fúnebre; El baño suabo; Mi familia; Papá, mamá y el pequeño;… contrariamente, los del segundo remiten a elementos aparentemente superfluos, pero forman el eje excéntrico en torno al cual se construye todo lo demás. En el primero los penetrantes ojos de una niña describen con estremecedora impavidez las escenas de la insoportable vida familiar cotidiana y del pueblo. En el segundo la voz narra desde la objetividad omnisciente. También aquí los cuentos, que pueden leerse aisladamente o como un todo, son cuadros de la lóbrega y malsana vida diaria a partir de un protagonista, Windisch, de su familia y sus relaciones. Su hilo conductor es la emigración, por la que apuesta Windisch y tantos otros vecinos, los sobornos y humillaciones a los que les y se someten para obtener su pasaporte y que protagonizan el policía y el cura, el embrutecimiento general. Müller refleja en ambos libros un mismo ambiente y es irreverente donde el realismo exige irreverencia: nada más lejos de los idilios campestres y la armonía que debiera reinar en una pequeña comunidad supuestamente redimida por el socialismo de la ignorante superstición, de estrecheces económicas, del amiguismo para obtener poder económico-social y de la brutalidad humana: -“En el lugar donde se desangró el macho cabrío no ha vuelto a crecer la hierba […]” (El hombre es un gran faisán en el mundo), –“La Granja estatal está integrada por un presidente [...], que es cuñado del alcalde y hermano del presidente de la CPA”- (En tierras bajas). Con otro estilo pero con la misma contundencia crítica que Elfriede Jelinek, Müller nos describe un anti-idilio del que no hay escapatoria, y coloca de un plumazo a un mismo nivel capitalismo y socialismo: la rudeza y la violencia en las relaciones humanas y sexuales –“Tu padre [...] violó a una mujer en un campo de nabos, […] junto con cuatro soldados más. [...]. Cuando nos fuimos la mujer sangraba”; la hipocresía social –“Mi bisabuelo viajaba cada sábado, [...], a una pequeña ciudad [...]. La gente dice que en esa ciudad se juntaba con otra mujer. [...], según la gente, ésta sólo podía ser una prostituta del balneario [...]”-; el modelo burgués como meta –“Muchos saludos desde la soleada costa del mar Negro”-; la tosquedad y fealdad de la apariencia física, reflejo del embrutecimiento interior –“[..] se asoma la cara angulosa de mi madre con un pañuelo de seda negra en la cabeza, con unos ojos saltones y punzantes, con una boca sin dientes”-; la total ausencia de ternura, la brutalidad en el trato con los animales –“Y cuando llega el otoño son sacrificados. [...] les arrancan las plumas. La vena principal queda a la vista y se torna cada vez más gruesa [...]. La abuela se para con sus pantuflas sobre las alas. Luego le estiran la cabeza hacia atrás, el cuchillo […]-; la precariedad y el alcoholismo –“El médico vive lejos. Tiene una bicicleta sin luces, [...] llega demasiado tarde. Mi padre ha vomitado el hígado, que apesta a tierra podrida en el cubo [...]-; la discriminación que sufre el suicida -“El cura pasa rápidamente ante la iglesia [...], pues a los muertos que no aguardan resignados a que Dios les quite la vida y les regale la muerte, [...] no se les puede llevar a la iglesia”-; el maltrato como método educativo –“A veces mamá me pegaba cuando me oía llorar y me decía: pues nada, ahora al menos tienes un motivo”-; un erial donde no cabe la ilusión: “Una muñeca de cara rechoncha y expresión dura. Cuando se caiga al suelo, o cuando se seque, se le caerán más granos del cuerpo y tendrá un agujero en la barriga, o tres ojos, o una gran cicatriz [...], o los labios partidos”- (En tierras bajas); el soborno, el cobro de favores –“Amalie siente la boca del policía en su cuello […]. El policía se desabrocha la chaqueta. ‘Desvístete’. […]. El cura se quita la sotana negra, […]. El policía besa el hombro de Amalie. […]. El cura acaricia el muslo de Amalie”- (El hombre es un gran faisán en el mundo). Todo remite a la mentira de la propaganda de un régimen. Y para que no quepa duda de que no se trata de un solo lugar perdido de su país, Müller hace una breve –pero suficiente- escapada al ambiente urbano -“cuando me fui a la ciudad, vi a la muerte en la calle [...]. Allí los hombres caían sobre el asfalto, gimoteaban, se estremecían y no eran de nadie. Y luego venía gente que les quitaba los anillos y los relojes [...] cuando sus manos aún no estaban del todo tiesas, [...].”- (En tierras bajas)

La prosa de Müller es calculada, lacónicamente escueta, sobria, hirsuta, precisa. En el léxico y en la sintaxis. Utiliza la clamorosa ausencia de conjunciones como una afilada herramienta. Müller nombra sin nombrar, dice sin decir. Mejor aún, nombra precisamente porque no lo nombra, dice justamente porque no lo dice. Nunca la ausencia de palabras se ha revelado tan significativa, nunca la descripción indirecta tan exacta: “Mi blusa es suave, sus botones son pequeños, sus ojales, grandes. Mi falda es matinal y se alza como la niebla. Las manos de Toni arden sobre mi vientre. Mis rodillas se alejan nadando una de otra [...]. El puente es hueco y gime, y el eco me cae en la boca. Toni jadea, y la hierba suspira.” (En tierras bajas). La repetición y el efecto enumerativo que consigue con la brevedad de la oración acentúan la extrema lobreguez de los paisajes geográficos y humanos: “Un acceso de tos sacude la cabeza de mamá y le arranca saliva de la boca. El cuello […] debió haber sido bello, antes de que yo existiera. Desde que yo existo, los senos de mamá son fláccidos, desde que yo existo, mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo, mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete.” (En tierras bajas). Y sabe de la fuerza de la poesía, del vivo realismo del surrealismo: “El manzano tiembla. Sus hojas son orejas que están a la escucha. El manzano abreva sus manzanas verdes.” (El hombre es un gran faisán en el mundo).

Anna Rossell

(Publicado en: Quimera. Revista de Literatura, nº 315 (febrero 2010), pp. 66-67. También, en rumano y en inglés, en Orizon Literar. Revista independenta de cultura contemporana, Anul III - Nr. 1 (15) / Ianuarie - Martie 2010, pp. 6-8.

LA CARA LÓBREGA DE LA UTOPÍA

LA CARA LÓBREGA DE LA UTOPÍA

Herta Müller, En tierras bajas
Trad. de Juan José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 182 págs.

Herta Müller, El hombre es un gran faisán en el mundo
Trad. de Juán José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 120 págs.

Doblemente merecido el Nobel otorgado este año por la Academia Sueca a la escritora en lengua alemana Herta Müller (1953, Nitzkydorf –Rumanía-). Y la decisión afirma la voluntad de la Academia de no sucumbir a reconocimientos anunciados y atenerse a los verdaderos valores. El premio rinde homenaje a una literatura de escenarios olvidados, el entorno natal de la escritora –Banat-, un recóndito lugar germanohablante en la región de Timisoara, Rumanía. La autora, que debutó con la antología de cuentos En tierras bajas (Niederungen), que vio la luz en la Rumanía de Ceaucescu de 1982, en versión censurada, se revela ya en sus primeros textos como maestra de la fina observación y la sobriedad, pero su mérito es tanto mayor cuanto que su obra -de fuerte influencia autobiográfica- construye un depurado lenguaje, que trampea la censura para describir al detalle los asfixiantes ambientes del régimen rumano de los ochenta. Lo hace en su país, a pesar del acoso y derribo a que fue sometida –desde 1984 tenía prohibido publicar-. La policía secreta de Ceaucescu, consideraba “enemigo del Estado” al círculo de escritores al que Müller pertenecía, la Aktionsgruppe Banat, y le abrió a ella un proceso que siguió activo incluso después de que abandonara Rumanía, en 1987, para instalarse en la República Federal de Alemania.
En tierras bajas -Niederungen- (Siruela 1990, 2007, 2009) es un compendio de quince cuentos, uno de los cuales, mucho más extenso, da título al libro y anuncia su contenido. El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 1992, 2007,2009) es un rosario de otros cuarenta y nueve. Más que historias Müller transmite en ambos libros ambientes opresivos y asfixiantes de un pueblo, un villorrio perdido -uno de tantos- de su región natal y de su gente, la minoría suabo-alemana de Banat. Los títulos del primero parecen suscribir instantáneas de la vida rural, condensan la esencia de cuadros: La oración fúnebre; El baño suabo; Mi familia; Papá, mamá y el pequeño;… contrariamente, los del segundo remiten a elementos aparentemente superfluos, pero forman el eje excéntrico en torno al cual se construye todo lo demás. En el primero los penetrantes ojos de una niña describen con estremecedora impavidez las escenas de la insoportable vida familiar cotidiana y del pueblo. En el segundo la voz narra desde la objetividad omnisciente. También aquí los cuentos, que pueden leerse aisladamente o como un todo, son cuadros de la lóbrega y malsana vida diaria a partir de un protagonista, Windisch, de su familia y sus relaciones. Su hilo conductor es la emigración, por la que apuesta Windisch y tantos otros vecinos, los sobornos y humillaciones a los que les y se someten para obtener su pasaporte y que protagonizan el policía y el cura, el embrutecimiento general. Müller refleja en ambos libros un mismo ambiente y es irreverente donde el realismo exige irreverencia: nada más lejos de los idilios campestres y la armonía que debiera reinar en una pequeña comunidad supuestamente redimida por el socialismo de la ignorante superstición, de estrecheces económicas, del amiguismo para obtener poder económico-social y de la brutalidad humana: -“En el lugar donde se desangró el macho cabrío no ha vuelto a crecer la hierba […]” (El hombre es un gran faisán en el mundo), –“La Granja estatal está integrada por un presidente [...], que es cuñado del alcalde y hermano del presidente de la CPA”- (En tierras bajas). Con otro estilo pero con la misma contundencia crítica que Elfriede Jelinek, Müller nos describe un anti-idilio del que no hay escapatoria, y coloca de un plumazo a un mismo nivel capitalismo y socialismo: la rudeza y la violencia en las relaciones humanas y sexuales –“Tu padre [...] violó a una mujer en un campo de nabos, […] junto con cuatro soldados más. [...]. Cuando nos fuimos la mujer sangraba”; la hipocresía social –“Mi bisabuelo viajaba cada sábado, [...], a una pequeña ciudad [...]. La gente dice que en esa ciudad se juntaba con otra mujer. [...], según la gente, ésta sólo podía ser una prostituta del balneario [...]”-; el modelo burgués como meta –“Muchos saludos desde la soleada costa del mar Negro”-; la tosquedad y fealdad de la apariencia física, reflejo del embrutecimiento interior –“[..] se asoma la cara angulosa de mi madre con un pañuelo de seda negra en la cabeza, con unos ojos saltones y punzantes, con una boca sin dientes”-; la total ausencia de ternura, la brutalidad en el trato con los animales –“Y cuando llega el otoño son sacrificados. [...] les arrancan las plumas. La vena principal queda a la vista y se torna cada vez más gruesa [...]. La abuela se para con sus pantuflas sobre las alas. Luego le estiran la cabeza hacia atrás, el cuchillo […]-; la precariedad y el alcoholismo –“El médico vive lejos. Tiene una bicicleta sin luces, [...] llega demasiado tarde. Mi padre ha vomitado el hígado, que apesta a tierra podrida en el cubo [...]-; la discriminación que sufre el suicida -“El cura pasa rápidamente ante la iglesia [...], pues a los muertos que no aguardan resignados a que Dios les quite la vida y les regale la muerte, [...] no se les puede llevar a la iglesia”-; el maltrato como método educativo –“A veces mamá me pegaba cuando me oía llorar y me decía: pues nada, ahora al menos tienes un motivo”-; un erial donde no cabe la ilusión: “Una muñeca de cara rechoncha y expresión dura. Cuando se caiga al suelo, o cuando se seque, se le caerán más granos del cuerpo y tendrá un agujero en la barriga, o tres ojos, o una gran cicatriz [...], o los labios partidos”- (En tierras bajas); el soborno, el cobro de favores –“Amalie siente la boca del policía en su cuello […]. El policía se desabrocha la chaqueta. ‘Desvístete’. […]. El cura se quita la sotana negra, […]. El policía besa el hombro de Amalie. […]. El cura acaricia el muslo de Amalie”- (El hombre es un gran faisán en el mundo). Todo remite a la mentira de la propaganda de un régimen. Y para que no quepa duda de que no se trata de un solo lugar perdido de su país, Müller hace una breve –pero suficiente- escapada al ambiente urbano -“cuando me fui a la ciudad, vi a la muerte en la calle [...]. Allí los hombres caían sobre el asfalto, gimoteaban, se estremecían y no eran de nadie. Y luego venía gente que les quitaba los anillos y los relojes [...] cuando sus manos aún no estaban del todo tiesas, [...].”- (En tierras bajas)

La prosa de Müller es calculada, lacónicamente escueta, sobria, hirsuta, precisa. En el léxico y en la sintaxis. Utiliza la clamorosa ausencia de conjunciones como una afilada herramienta. Müller nombra sin nombrar, dice sin decir. Mejor aún, nombra precisamente porque no lo nombra, dice justamente porque no lo dice. Nunca la ausencia de palabras se ha revelado tan significativa, nunca la descripción indirecta tan exacta: “Mi blusa es suave, sus botones son pequeños, sus ojales, grandes. Mi falda es matinal y se alza como la niebla. Las manos de Toni arden sobre mi vientre. Mis rodillas se alejan nadando una de otra [...]. El puente es hueco y gime, y el eco me cae en la boca. Toni jadea, y la hierba suspira.” (En tierras bajas). La repetición y el efecto enumerativo que consigue con la brevedad de la oración acentúan la extrema lobreguez de los paisajes geográficos y humanos: “Un acceso de tos sacude la cabeza de mamá y le arranca saliva de la boca. El cuello […] debió haber sido bello, antes de que yo existiera. Desde que yo existo, los senos de mamá son fláccidos, desde que yo existo, mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo, mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete.” (En tierras bajas). Y sabe de la fuerza de la poesía, del vivo realismo del surrealismo: “El manzano tiembla. Sus hojas son orejas que están a la escucha. El manzano abreva sus manzanas verdes.” (El hombre es un gran faisán en el mundo).

Anna Rossell

(Publicado en: Quimera. Revista de Literatura, nº 315 (febrero 2010), pp. 66-67. También, en rumano y en inglés, en Contemporary Literary Horizon Magazine / Orizon Literar. Revista independenta de cultura contemporana, Anul III - Nr. 1 (15) / January-February 2010, pp. 6-8).