Me enteré por Irene de que habían
detenido a Gabriel. Hacía días que no se le veía por la Facultad. Sucedía a
menudo que las caras conocidas que protagonizaban las asambleas desaparecían
por largos períodos. Rara vez se les veía en clase. Su actividad principal era
la política sumergida y sus apariciones intermitentes tenían que ver con los
gajes de la clandestinidad. Su vida transcurría a caballo entre Barcelona y
Perpiñán, y más de uno pasaba temporadas en la cárcel. Sin embargo Gabriel
trabajaba en la Seat; él no podía permitirse largas ausencias. Irene me puso al
corriente de que Gabriel estaba involucrado en la organización sindical
clandestina de la empresa y que la policía lo había ido a buscar en plena
noche, lo había sacado de la cama y se lo había llevado detenido a la comisaría
de la Vía Layetana. Las protestas por los dieciséis inculpados en el Proceso de
Burgos habían endurecido la vigilancia. También supe por Irene que llevaba sólo
algunos años en Cataluña. Su familia vivía en Almería. Su padre, Angel Morera,
había sido alcalde de un pueblo de la zona republicana, en la provincia de
Gerona, y Franco lo encarceló y finalmente lo desterró por ello a Almería,
donde ejercía de profesor de instituto. Las nueve condenas a muerte de Burgos
habían causado indignación sobre todo en el País Vasco y en Cataluña. Entre los
acusados había dos curas y la Iglesia católica vasca se había puesto en pie de
guerra contra el régimen, había apoyado las reivindicaciones a favor de la
amnistía y había puesto sus locales a disposición de los grupos de la oposición
clandestina para que pudieran reunirse y organizarse. Incluso habían redactado
homilías, que habían mandado a las distintas diócesis para propagar su posición
entre la gente de a pie. Aquello era un acto de valiente rebeldía en toda
regla. La Iglesia empezaba a caerme bastante mejor, al menos una parte de ella.
En Cataluña, hacía pocos días, se había encerrado un numeroso grupo de
intelectuales y artistas en Montserrat para pedir también la amnistía y además
el derecho a la autodeterminación. Me preguntaba de dónde sacaría Irene toda
aquella información. Yo no me había enterado de nada. Que yo supiera, Irene y
Gabriel se conocían de la Facultad, pero su relación no trascendía la esfera de
lo meramente estudiantil.
(Fragmento de la novela de Anna Rossell, Aquellos años grises (España 1950-1975), pp. 118-119)
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