1 de agosto de 2009

Bernd Springer, Das selige Tal des Rheins und die goldene Sonne der Kindheit. Erster Teil der Trilogie ‘Schwarz, Rot, Gold’ (por Anna Rossell)

LOS ORÍGENES ROMÁNTICOS DE LA MODERNIDAD

Bernd Springer, Das selige Tal des Rheins und die goldene Sonne der Kindheit. Erster Teil der Trilogie ‘Schwarz, Rot, Gold’. Ed. F. W. Springer, Barcelona, 2009, 299 págs.

„Uno no elige las historias con las que le toca crecer, ni su pasado ni a su gente. Puede que hubiera preferido otras narraciones y otra historia, pero ésta, y no otra, es la de mis antepasados. Vivieron a orillas del Rin, en una ciudad que más tarde quedó completamente arrasada por la guerra. [...]. Pero existe aún un hilo muy fino que nos une a las ciudades destruídas y a sus habitantes. Yo lo retengo y lo desenrollo, con la ayuda de las anotaciones del viejo Fresleve, el jinete que un día llevó la noticia de la revolución al otro lado del Rin, y con ello la señal.“ Con estas palabras de la segunda página recibe a sus lectores el autor de Das selige Tal des Rheins und die goldene Sonne der Kindheit (El bienaventurado valle del Rin y el dorado sol de la infancia), la primera parte de la que se nos anuncia como una trilogía -Schwarz, Rot, Gold (Negro, rojo, gualda), los colores de la bandera alemana en las guerras de liberación contra Napoleón y del antiguo Imperio romano-germánico hasta 1918-. Toda una declaración programática. Porque no cabe duda de que contar historias, transmitirlas y escucharlas (o leerlas), para volver a transmitirlas a su vez, es la actividad a la que se entregan todos y cada uno de los personajes de esta novela que encaja e hilvana historias, una tras otra, para construir la Historia con mayúsculas, la que escribe el devenir del mundo y el quehacer cotidiano de la gente sencilla. Pero el protagonismo de la narración de historias no queda reducido al simple papel de constituir la materia prima con la que se construye una novela. El autor defiende la tesis –y su libro constituye su demostración – de que las historias contadas (y hasta las silenciadas) son la verdadera sal de la vida, el barro con el que se va moldeando y determinando nuestro destino y constituye la verdadera herencia cultural a la que no podemos resistirnos y que tenemos el deber de legar. Las historias ejercen un poder de atracción que apelan tanto a nuestra curiosidad como a nuestra responsabilidad. Así el narrador actual, instalado en nuestros días, se dispone a hacer su parte y, ayudado por la biografía manuscrita de un antepasado, Hennes Fresleve, reconstruye para nosotros, sus lectores y herederos, el legado de aquella historia y de la suya propia, que a su vez es la historia de Alemania y de Europa, para que la hagamos nuestra, entendamos así nuestros orígenes y por ende a nosotros mismos. No es pues casualidad que el protagonista principal, el niño Hennes Fresleve, sea, como el propio Bernd Springer (Düsseldorf, 1962), oriundo de la ciudad de Düsseldorf y tampoco lo es que el autor sea a la vez filólogo, historiador y filósofo. Contados en tercera persona, los sucesos parecen desarrollarse ante la mirada de la voz narradora como en un ejercicio de autocatarsis, un viaje en busca de sus propias raíces, para desentrañar la historia reciente, que se nos promete en los libros subsiguientes de la trilogía. No cabe duda de la empatía que une al niño Fresleve con la voz narradora tras la cual se adivina, trasladada al siglo XX, la infancia del propio Springer en la misma ciudad. Sin embargo ello no es suficiente para explicar las grandes dotes narrativas que despliega Springer en la construcción de esta novela, que bien podríamos calificar de Bildungsroman, una novela de aprendizaje, las andanzas del pequeño Fresleve en su pequeña ciudad a orillas del Rin, al que acompañamos en su despertar a su entorno, a la vida, a la amistad y al amor, al profundo dolor de la experiencia de la muerte de seres queridos, a las vivencias que lo transportan a los primeros planteamientos existenciales y que poco a poco harán de él quien fue. Una de las peculiaridades de la novela estriba en el registro lingüístico que adopta: contrariamente a lo que podría esperarse de un narrador actual, el estilo que desarrolla Springer se retrotrae al que inspira la época en que se sitúa el grueso de la acción de la novela: los años veinte del siglo XIX, los de la infancia y preadolescencia de Hennes. Así quien quiera viajar a este pasado histórico y guste de sumergirse en el registro literario del romanticismo gozará con la lectura de este libro, que, con increíble maestría y en más de una variante –se maneja muy bien con los diálogos de los adolescentes y, cuando conviene, también con el dialecto de la zona-, sabe hacer suyos y describir con prolijidad y todo lujo de detalles, a menudo con un deje de ironía, los ambientes, sentimientos y paisajes de hace doscientos años, y narrarlos en el estilo de un personaje de entonces, del que el narrador actual se deja contagiar gustoso. Pero no es únicamente la forma lo que nos lleva al pasado, también la arquitectura de la novela pertenece al estilo de otra época. Así, tanto por la forma como por el contenido, Springer nos invita a trasladarnos al romanticismo y a menudo, en el ensimismamiento que nos provoca, nos cuesta creer que no estamos leyendo a Eichendorf. No cabe duda de que esta primera entrega de la trilogía es una obra lograda, un trabajo que da fe de la gran tarea de documentación tanto de la Historia grande como de la menuda, la de los detalles que conforman la vida cotidiana, quizá la parte más difícil, porque Bernd Springer nos agasaja con profusión de ellos y, salvo un par de excepciones (el diálogo que sostienen los dos participantes de la batalla de Trafalgar y la visita de los niños a una pinacoteca), en las que se tiene la impresión de una acumulación algo forzada de descripciones, el autor consigue una verdadera obra de arte. Esperamos impacientes las subsiguientes entregas prometidas y daríamos la bienvenida a la traducción de esta opera prima para que los lectores españoles pudieran ir haciendo boca.

Anna Rossell

Bernd Springer, Das selige Tal des Rheins und die goldene Sonne der Kindheit. Erster Teil der Trilogie 'Schwarz, Rot, Gold' " (por Anna Rossell)

LOS ORÍGENES ROMÁNTICOS DE LA MODERNIDAD

Bernd Springer, Das selige Tal des Rheins und die goldene Sonne der Kindheit. Erster Teil der Trilogie ‘Schwarz, Rot, Gold’. Ed. F. W. Springer, Barcelona, 2009, 299 págs.

„Uno no elige las historias con las que le toca crecer, ni su pasado ni a su gente. Puede que hubiera preferido otras narraciones y otra historia, pero ésta, y no otra, es la de mis antepasados. Vivieron a orillas del Rin, en una ciudad que más tarde quedó completamente arrasada por la guerra. [...]. Pero existe aún un hilo muy fino que nos une a las ciudades destruídas y a sus habitantes. Yo lo retengo y lo desenrollo, con la ayuda de las anotaciones del viejo Fresleve, el jinete que un día llevó la noticia de la revolución al otro lado del Rin, y con ello la señal.“ Con estas palabras de la segunda página recibe a sus lectores el autor de Das selige Tal des Rheins und die goldene Sonne der Kindheit (El bienaventurado valle del Rin y el dorado sol de la infancia), la primera parte de la que se nos anuncia como una trilogía -Schwarz, Rot, Gold (Negro, rojo, gualda), los colores de la bandera alemana en las guerras de liberación contra Napoleón y del antiguo Imperio romano-germánico hasta 1918-. Toda una declaración programática. Porque no cabe duda de que contar historias, transmitirlas y escucharlas (o leerlas), para volver a transmitirlas a su vez, es la actividad a la que se entregan todos y cada uno de los personajes de esta novela que encaja e hilvana historias, una tras otra, para construir la Historia con mayúsculas, la que escribe el devenir del mundo y el quehacer cotidiano de la gente sencilla. Pero el protagonismo de la narración de historias no queda reducido al simple papel de constituir la materia prima con la que se construye una novela. El autor defiende la tesis –y su libro constituye su demostración – de que las historias contadas (y hasta las silenciadas) son la verdadera sal de la vida, el barro con el que se va moldeando y determinando nuestro destino y constituye la verdadera herencia cultural a la que no podemos resistirnos y que tenemos el deber de legar. Las historias ejercen un poder de atracción que apelan tanto a nuestra curiosidad como a nuestra responsabilidad. Así el narrador actual, instalado en nuestros días, se dispone a hacer su parte y, ayudado por la biografía manuscrita de un antepasado, Hennes Fresleve, reconstruye para nosotros, sus lectores y herederos, el legado de aquella historia y de la suya propia, que a su vez es la historia de Alemania y de Europa, para que la hagamos nuestra, entendamos así nuestros orígenes y por ende a nosotros mismos. No es pues casualidad que el protagonista principal, el niño Hennes Fresleve, sea, como el propio Bernd Springer (Düsseldorf, 1962), oriundo de la ciudad de Düsseldorf y tampoco lo es que el autor sea a la vez filólogo, historiador y filósofo. Contados en tercera persona, los sucesos parecen desarrollarse ante la mirada de la voz narradora como en un ejercicio de autocatarsis, un viaje en busca de sus propias raíces, para desentrañar la historia reciente, que se nos promete en los libros subsiguientes de la trilogía. No cabe duda de la empatía que une al niño Fresleve con la voz narradora tras la cual se adivina, trasladada al siglo XX, la infancia del propio Springer en la misma ciudad. Sin embargo ello no es suficiente para explicar las grandes dotes narrativas que despliega Springer en la construcción de esta novela, que bien podríamos calificar de Bildungsroman, una novela de aprendizaje, las andanzas del pequeño Fresleve en su pequeña ciudad a orillas del Rin, al que acompañamos en su despertar a su entorno, a la vida, a la amistad y al amor, al profundo dolor de la experiencia de la muerte de seres queridos, a las vivencias que lo transportan a los primeros planteamientos existenciales y que poco a poco harán de él quien fue. Una de las peculiaridades de la novela estriba en el registro lingüístico que adopta: contrariamente a lo que podría esperarse de un narrador actual, el estilo que desarrolla Springer se retrotrae al que inspira la época en que se sitúa el grueso de la acción de la novela: los años veinte del siglo XIX, los de la infancia y preadolescencia de Hennes. Así quien quiera viajar a este pasado histórico y guste de sumergirse en el registro literario del romanticismo gozará con la lectura de este libro, que, con increíble maestría y en más de una variante –se maneja muy bien con los diálogos de los adolescentes y, cuando conviene, también con el dialecto de la zona-, sabe hacer suyos y describir con prolijidad y todo lujo de detalles, a menudo con un deje de ironía, los ambientes, sentimientos y paisajes de hace doscientos años, y narrarlos en el estilo de un personaje de entonces, del que el narrador actual se deja contagiar gustoso. Pero no es únicamente la forma lo que nos lleva al pasado, también la arquitectura de la novela pertenece al estilo de otra época. Así, tanto por la forma como por el contenido, Springer nos invita a trasladarnos al romanticismo y a menudo, en el ensimismamiento que nos provoca, nos cuesta creer que no estamos leyendo a Eichendorf. No cabe duda de que esta primera entrega de la trilogía es una obra lograda, un trabajo que da fe de la gran tarea de documentación tanto de la Historia grande como de la menuda, la de los detalles que conforman la vida cotidiana, quizá la parte más difícil, porque Bernd Springer nos agasaja con profusión de ellos y, salvo un par de excepciones (el diálogo que sostienen los dos participantes de la batalla de Trafalgar y la visita de los niños a una pinacoteca), en las que se tiene la impresión de una acumulación algo forzada de descripciones, el autor consigue una verdadera obra de arte. Esperamos impacientes las subsiguientes entregas prometidas y daríamos la bienvenida a la traducción de esta opera prima para que los lectores españoles pudieran ir haciendo boca.

Anna Rossell