10 de mayo de 2012

CORRESPONDÈNCIA XEC MARQUÈS-ANNA ROSSELL

*
CARTA D'ANNA ROSSELL AL TEÒLEG I SALESIÀ XEC MARQUÈS (10-05-2012)
*
Al original catalán sigue su traducción al español
*
El Masnou, 10-05-2012
*
Catalán
*
*
Presentació de la novel·la d'Anna Rossell, Aquellos años grises (España 1950-1975) / Presentación de la novela, de Anna Rossell, Aquellos años grises (España 1950-1975) en El Masnou
*
Estimat Xec,

“[…]
Si queremos abordar con rigor la evolución experimentada por los personajes femeninos en la literatura africana, no podemos dejar de lado el contexto histórico en el que surgen las ideas que influencian el pensamiento de la sociedad europea, así como la visión que desde el viejo continente se tiene de África.
[…]
En Europa la vida a principios del XIX era bastante limitada para las mujeres, mayoritariamente confinadas al ámbito doméstico, ya que se las consideraba el sexo más débil y menos inteligente. Era el hombre quien se movía en la esfera pública, ganaba el sustento familiar y de quien se esperaba que se comportara con autoridad y cierta agresividad en todos los ámbitos. Los hombres enviados a África compartían esta visión del mundo y, por ello, no prestaban atención al estudio de lo africano en general, desinterés que abarcaba también a las mujeres del continente negro.
Junto con esta manera de vivir y pensar nos encontramos con otra cuestión clave para entender la visión de la época sobre lo africano: las teorías “científicas” populares en Europa y América en aquel momento, como son el evolucionismo y el determinismo. Por la primera se entendía que la evolución era un proceso dinámico en el que las formas simples iban evolucionando hacia otras más complejas, lo cual les llevaba a pensar que los modos de vida africanos eran estadios de desarrollo anteriores a los occidentales. […]. Su preocupación primordial era descubrir si las razas “atrasadas” eran similares a aquellas de las cuales la civilización contemporánea había evolucionado.
Los europeos y americanos que viajaban a África estaban muy influidos por este modo de pensar y, por ello, muchas de las descripciones que existen de la época acerca de las mujeres africanas se refieren exclusivamente a la belleza, la ropa u otras cuestiones vinculadas con su aspecto exterior. Lo que llamaba más la atención de estos viajeros occidentales, en cuanto a las africanas, era su resistencia física y su capacidad de realizar trabajos tan duros, lo cual les generaba cierto rechazo ya que no estaban habituados a ver a mujeres en tareas que exigieran tanta resistencia física.”

(Extracte de l’article “Imagen de la mujer en la literatura africana”, que presenta el llibre de Bibian Pérez Ruiz, Lo lejano y lo bello. Feminismos y maternidades africanas a través de su literatura, dins: Quimera. Revista de Literatura, núm. 342, maig 2012, pàg. 44).
*
M’ha semblat suggerent fer servir aquest extracte per reemprendre les nostres reflexions entorn de la mirada. De fet, l’última carta que vàrem intercanviar, que partia de l’impuls que t’havia donat la lectura d’aquell article de l’Osservatore Romano, tot i que tractava fonamentalment d’altres temes, també tocava tangencialment això de la mirada.

Tu deies:

“Trobo que els signes de la maduresa són, primer, la capacitat de superar els bloquejos socio-històric-afectius i ideològics produïts per segles de tensió entre les institucions estatals i les institucions religioses; segon, la capacitat d’alliberar els valors socials i culturals, produïts al llarg dels segles, del color de la pròpia cultura o religió (aculturació) perquè esdevinguin veritablement universals (i no occidentals, o africans o asiàtics); tercer, la capacitat d’acollir l’expressió d’aquests valors generats per altres cultures, societats o religions.”

Tant de l’extracte de l’article que he copiat més amunt com de les teves paraules induïm que cal distanciar-se de la pròpia cultura (de la pròpia mirada) –tu parles d’ “aculturació”- si volem ser capaços d’apropar-nos a l’altre, de veure’l sense la lacra de la deformació que ens imposa un punt de mira viciat per la nostra cultura, que ens impedeix de veure el que mirem amb la nitidesa que proporciona l’objectivitat.

Certament, l’objectivitat, entre els subjectes, no existeix. Qui era que deia que l’ésser humà, en tant que subjecte, no podia ser mai objectiu, que per ser-ho hauria de ser objecte? No ho recordo, però és evident que és així: la nostra mirada, la de cada individu, sempre serà subjectiva, és inherent a la nostra naturalesa. Però saber-ho ens pot donar el toc d’atenció necessari per no caure en el parany de pensar que allò que nosaltres veiem és LA VERITAT, L’ÚNICA VERITAT. La consciència que la nostra mirada està viciada ens pot donar la possibilitat de distanciar-nos i relativitzar les coses de manera que ens permeti el marge suficient al menys per no imposar a tort i a dret el que nosaltres creiem que és una mirada universal, la nostra.

La història ja ens ha donat prou mostres de la sang que ha fet vessar aquest capteniment. I és per això que els científics han de ser molt cautelosos, perquè en el cas de la ciència aquesta actitud encara pot fer més estralls, ja que hom etiqueta amb l’autoritat de “científic” allò que només és producte d’una mirada humana viciada. Sobre tot en el camp de l’antropologia, de l’etnologia, això pot fer molt de mal. Ho recordo també en relació amb les observacions que feia l’etòleg Konrad Lorenz del comportament dels animals: crec que ho deia algú tot referint-se a ell: que la seva observació, com la de tants dels seus col·legues, estava profundament tintada pel que sabem del comportament social dels éssers humans (i molt concretament dels éssers humans del seu propi entorn). La percepció està molt condicionada. És allò que en diem prejudicis, dels quals no ens podem lliurar,perquè són els nostres punts de referència; els necessitem com a punt de partida. Però hem de ser conscients que els tenim per tal de poder contrarestar-los i neutralitzar-los en la mesura que ens sigui possible.

Crec que aquestes reflexions últimes ja ens les hem fet en altres contextos. Però hi tornem, perquè impregnen la nostra vida d’una manera constant.

Ja em diràs, Marquès.

Una forta abraçada,

Anna
*
*
CARTA DE ANNA ROSSELL AL TEÓLOGO Y SALESIANO XEC MARQUÈS (10-05-2012)
*
Traducción al español de Anna Rossell
*
*
Querido Xec,

“[…]
Si queremos abordar con rigor la evolución experimentada por los personajes femeninos en la literatura africana, no podemos dejar de lado el contexto histórico en el que surgen las ideas que influencian el pensamiento de la sociedad europea, así como la visión que desde el viejo continente se tiene de África.
[…]
En Europa la vida a principios del XIX era bastante limitada para las mujeres, mayoritariamente confinadas al ámbito doméstico, ya que se las consideraba el sexo más débil y menos inteligente. Era el hombre quien se movía en la esfera pública, ganaba el sustento familiar y de quien se esperaba que se comportara con autoridad y cierta agresividad en todos los ámbitos. Los hombres enviados a África compartían esta visión del mundo y, por ello, no prestaban atención al estudio de lo africano en general, desinterés que abarcaba también a las mujeres del continente negro.
Junto con esta manera de vivir y pensar nos encontramos con otra cuestión clave para entender la visión de la época sobre lo africano: las teorías “científicas”populares en Europa y América en aquel momento, como son el evolucionismo y el determinismo. Por la primera se entendía que la evolución era un proceso dinámico en el que las formas simples iban evolucionando hacia otras más complejas, lo cual les llevaba a pensar que los modos de vida africanos eran estadios de desarrollo anteriores a los occidentales. […]. Su preocupación primordial era descubrir si las razas “atrasadas” eran similares a aquellas de las cuales la civilización contemporánea había evolucionado.
Los europeos y americanos que viajaban a África estaban muy influidos por este modo de pensar y, por ello, muchas de las descripciones que existen de la época acerca de las mujeres africanas se refieren exclusivamente a la belleza, la ropa u otras cuestiones vinculadas con su aspecto exterior. Lo que llamaba más la atención de estos viajeros occidentales, en cuanto a las africanas, era su resistencia física y su capacidad de realizar trabajos tan duros, lo cual les generaba cierto rechazo ya que no estaban habituados a ver a mujeres en tareas que exigieran tanta resistencia física.”

(Extracto del artículo “Imagen de la mujer en la literatura africana”, que presenta el llibre de Bibian Pérez Ruiz, Lo lejano y lo bello. Feminismos y maternidades africanas a través de su literatura, en: Quimera. Revista de Literatura, núm. 342, mayo 2012, pág. 44).
*
Me ha parecido sugerente utilizar este extracto para retomar nuestras reflexiones en torno a la mirada. En realidad, la última carta que intercambiamos, que partía del impulso que te había dado la lectura de aquel artículo del Osservatorr Romano, aunque trataba fundamentalmente de otros temas, también tocaba tangencialmente esto de la mirada.
Tú decías:

“Creo que los signos de la madurez son, primero, la capacidad de superar los bloqueos socio-histórico-afectivos e ideológicos producidos por siglos de tensión entre las insstituciones estatales y las instituciones religiosas; segundo, la capacidad de liberar los valores sociales y culturales, producidos a lo largo de los siglos, del color de la propia cultura o religión (aculturación) para que se hagan verdaderamente universales (y no sean sólo occidentales, o africanos o asiáticos); tercero, la capacidad de acoger la expresión de estos valores generados por otras culturas, sociedades o religiones."
Tanto del extracto del artículo que he copiado más arriba como de tus palabras inducimos que es necesario distanciarse de la propia cultura (de la propia mirada) -tú hablas de "aculturación"- si queremos ser capaces de acercarnos al otro, de verlo sin la lacra de la deformación que nos impone un punto de vista viciado por nuestra cultura, que nos impide ver lo que miramos con la nitidez que proporciona la objetividad.

Ciertamente, la objetividad, entre los sujetos, no existe. ¿Quién era el que decía que el ser humano, en tanto que sujeto, no puede ser nunca objetivo, que para serlo debería ser objeto? No lo recuerdo, pero es evidente que así es: nuestra mirada, la de cada individuo, siempre será subjetiva, es algo inherente a nuestra naturaleza. Pero saberlo nos puede dar el toque de atención necesario para no caer en la trampa de pensar que aquello que nosotros vemos es LA VERDAD, LA ÚNICA VERDAD. La conciencia de que nuestra mirada está viciada nos puede dar la posibilidad de distanciarnos y de relativizar las cosas de modo que nos permita el margen suficiente al menos para no imponer por doquier lo que nosotros creemos que es una mirada universal, la nuestra.

La historia ya nos ha dado suficientes muestras de la sangre que ha hecho derramar este comportamiento. Y es por ello por lo que l@s científic@s deben ser muy cautelos@s, porque en el caso de la ciencia esta actitud aún puede hacer más estragos, ya que se etiqueta con la autoridad de "científico" lo que sólo es producto de una mirada humana viciada. Sobre todo en el campo de la antropología, de la etnología, esto puede causar mucho daño. Lo recuerdo también en relación con las observaciones que hacía el estólogo Konrad Lorenz del comportamiento de los animales: creo que lo decía alguien refiriéndose a él: que su observaciópn, como la de tantos colegas suyos, estaba profundamente dirigida por lo que sabemos del comportmiento social de los seres humanos (y muy concretamente de los seres humanos de su propio entorno). La percepción está muy condicionada. Es lo que llamamos prejuicios, de los que no podemos liberarnos porque son nuestros puntos de referencia; los necesitamos como punto de partida. Pero debemos ser conscientes de que los tenemos para poder contrarestarlos y neutralizarlos en la medida que nos sea posible.
Creo que estas reflexiones últimas ya nos las hemos hecho en otros contextos. Pero volvemos a ellas porque impregnan nuestra vida de una manera constante.

Ya me dirás, Marquès.

Un fuerte abrazo,

Anna