Martin Mosebach, El príncipe de la niebla,
Trad. de José Aníbal Campos,
Acantilado, Barcelona, 2012, 357 págs.
*
Tomando como punto de partida un hecho histórico de la
Alemania Guillermina y ubicando la acción en los últimos años del siglo XIX, Martin
Mosebach (1951, Frankfurt del Meno, Alemania) pergeña una fábula que es a la
vez un retrato de época y de todos los tiempos, en tanto que saca a la palestra
actuaciones universales del comportamiento humano. Éste es el mayor mérito de
una novela que airea los entresijos de la mentalidad y la actuación del
prototipo del estafador moderno, tan real en los años de aquel cambio de siglo
como en la actualidad. El príncipe de la
niebla, sobrenombre del protagonista Theodor Lerner, muestra los mecanismos
más clásicos de hacer negocio a base de la especulación. Condensando en su
nombre la esencia de su personaje –lerner
significa en alemán aprendiz-
Mosebach construye en el dueto de los principales protagonistas –la señora
Hanhaus y Theodor Lerner- una relación maestra-alumno de la estafa. Ella, una
mujer frívola de oscuro pasado, vividora a la caza y captura de cualquier
negocio imaginable, consigue captar para sus fines al pupilo Lerner, un
periodista ocasional cuya ingenuidad y ambición maneja a su placer. Así es como
ambos se embarcarán en la aventura de hacerse con la propiedad de la Isla del
Oso, un arrecife situado al norte de Noruega, con la expectativa de hacer allí
negocio con el carbón y con lo que se pueda. Este objetivo sirve a Mosebach
para sacar a la luz el funcionamiento de la actuación especulativa, que vende
la piel del oso antes de cazarlo (nunca mejor dicho) y se sirve de los medios
que sean necesarios utilizando a este fin la imagen de exotismo y el espíritu
de aventura fomentado por las revistas y diarios de la época colonial: con la
excusa encubridora de un rescate humanitario uno consigue la financiación de su
viaje, aprovechando la laguna legal se apropia de una isla desconocida que
supuestamente se encuentra en el camino, se inventa riquezas del subsuelo y una
empresa explotadora para la que sabe atraer algunos capitales, mueve políticos
a través de sobornos y relaciones y así sucesivamente. Los trazos básicos de la
conducta de los personajes están diseñados con realismo y también está lograda
la connivencia de la prensa en la creación de los tópicos que alimentan un
imaginario de lo exótico, que es capaz de igualar el Sáhara con el Polo Norte.
Ello queda bien retratado con claro ánimo crítico y humor sutil en una escena
de circo en que una mujer de color culmina un espectáculo de nieve con osos
polares incluidos. Sin embargo la novela muestra algunas carencias que, si bien
en algunos casos pueden ser entendidas como una virtud al logrado servicio de
la economía narrativa, en otros impide entender situaciones y relaciones entre
los actores de la historia, lo cual repercute en la coherencia y la
credibilidad y puede poner en entredicho la concesión al autor del Premio Georg
Büchner 2007. Las razones del jurado, que adujo "esplendor estilístico“,
son difícilmente comprobables en la traducción y hay en la crítica alemana
quien opina lo contrario –para Sigrid Löffler, en una entrevista en la emisora Deutschlandradio el 5 de octubre del
mismo año, su léxico es afectado, ampuloso y anticuado-. La historia se lee
como un caso de tantos de suprema actualidad en el marco de la imperante Nueva
Economía neoliberal, y la novela podría ser calificada como aguda crítica social
si no fuera porque acaba con el encarcelamiento de alguno de los actores y el
fracaso estrepitoso de la estafa, lo cual no casa con la expectativa que el
autor ha ido creando, ni con la realidad.
De Mosebach, autor prolífico, que cultiva casi todos los
géneros, se han publicado, además, en España, en el sello El Tercer Nombre, El temblor (2008) y La luna y la niña (2009).
© Anna Rossell