Elfriede Jelinek,
Premio Nobel de Literatura
2004
Anna Rossell
Sucede con los escritores que se manifiestan abiertamente acerca del acontecer político-social de su tiempo que a menudo la crítica y la opinión en general acaban por confundir su literatura con sus declaraciones y tomas de partido públicas, sobre todo cuando éstas arremeten con decisión y contundencia contra los poderes establecidos. Así la sola mención de su nombre provoca las más encontradas reacciones, de odio o extrema simpatía, en función del rechazo o el afecto que sienta quien lo oiga hacia el personaje en cuestión.
Claro que literatura y vida van estrechamente ligadas, pero desde luego no son lo mismo. Y no es admisible que hasta los profesionales de la crítica emitan juicios pseudoliterarios sobre la obra de un escritor cuando en realidad se trata de homenajes o ajustes de cuentas personales que nada tienen que ver con la literatura. Este es el caso de la escritora austriaca Elfriede Jelinek quien, a lo largo de su trayectoria, no se ha librado de los violentos ataques de sus detractores, que han tildado su obra de pornografía barata y la han descalificado como una alternativa al verdadero arte. El Premio Nobel de Literatura con que la autora acaba de ser galardonada viene a poner punto final a la difamación y caza de brujas a las que Jelinek se ha visto sometida sin tregua en su país y despeja de una vez por todas las dudas que algún lector poco sensible o simpatizante del ultraderechista FPÖ de Jörg Haider pretendiera albergar respecto a la calidad de su literatura. Y es que los textos de Jelinek levantan ampollas: actúan como un revulsivo en aquellos que tienen la capacidad y el valor de reconocer la brutalidad de lo brutal o desatan las iras de los que se escandalizan ante la descarnada realidad y se empeñan en negar la evidencia de lo indecente por inconfesables razones.
La literatura de la autora austriaca queda muy lejos de ser políticamente correcta, porque lo políticamente correcto y el verdadero arte se excluyen por definición. Con sus temas pone el dedo en la llaga y remueve y ahonda en su interior hasta mostrar las entrañas sangrantes porque urge hacerlo. Sus textos son una constante denuncia de los valores patriarcales y machistas que dominan nuestra cultura, ejercidos por ellos y asumidos e interiorizados por ellas. En sus novelas parodia la novela rosa, desenmascara la mentira de las relaciones amorosas que no son sino un ejercicio cotidiano de violencia sexual, retrata sin tapujos la inquietante amargura de una vida cercenada para el amor, abocada al sadomasoquismo por causa de la tiranía que ejerce una madre autoritaria sobre su hija, critica con sorna el hipócrita comportamiento de la pequeña burguesía de los años cincuenta, arremete contra la evolución político-social de su país al que acusa de continuismo nacionalsocialista o desmitifica la falacia de los idilios provincianos. Igualmente implacable se muestra Jelinek en sus numerosas obras de teatro a cuya innovación también ha contribuido. Pero la buena literatura no consiste únicamente en escribir lo que reclama ser escrito, sino además en escribirlo bien. Y desde luego Elfriede Jelinek lo hace; conoce a la perfección las posibilidades de la lengua y la maneja con un virtuosismo rayano en la exquisita minuciosidad. El experimento lingüístico en el que se recrea pone de relieve la asombrosa capacidad del lenguaje para la violencia. Al contrario de lo que afirman algunos, su literatura es pura antipornografía precisamente porque muestra lo pornográfico de la vida. Jelinek ha creado un nuevo estilo a base del montaje asociativo, la original utilización del léxico, la provocadora combinación de registros, de ritmos y sonidos recurrentes, proverbios y muletillas. Este extraordinario y genial uso de la lengua por parte de una conciencia lúcida que airea sin remilgos la obscenidad cotidiana la ha hecho justamente merecedora del primer Nobel en la historia de la literatura austriaca. A pesar de la dificultad de la tarea, en español disponemos de la traducción de tres novelas de los años ochenta: Los excluidos, La pianista (Mondadori, 1992 y 1993 respectivamente) y El ansia (Cátedra, 1993) que sirven para hacer boca. Sin duda ahora veremos pronto traducido el resto de su obra.
(En: Quimera. Revista de Literatura)
17 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario