17 de julio de 2008

Arno Geiger, Todo nos va bien

Arno Geiger,
Todo nos va bien
Traducción de Pablo Álvarez
EL ALEPH
368 PÁGINAS
18.75 EUROS

ANNA ROSSELL

Es posible que el tiempo acabe por darle la razón a la editorial Hanser, que apostó por Arno Geiger cuando en 1997 publicó su primera novela Kleine Schule des Karusselfahrens (Manual de instrucciones para montar en tío vivo), aun cuando no resultara ganador en el concurso literario Ingeborg Bachmann, en el que había participado en 1996 con el relato Das Kürbisfeld (El calabazar). Porque la prestigiosa editorial alemana ha seguido respaldando al autor austriaco en todas las novelas que ha publicado hasta ahora, a pesar de que ninguna de ellas ha cosechado elogios lo suficientemente decididos y mucho menos unánimes por parte de la crítica. Con distancia es ésta, su cuarta y última novela Es geht uns gut (Todo nos va bien –Tot ens va bé, en su versión catalana, Empúries-), después de la ya mencionada -a la que siguieron Irrlichterloh (Llamas de fuego fatuo), en 1999, y Schöne Freunde (Bonitos amigos), en 2002- la más lograda y también la mejor acogida, galardonada en 2005 con el Deutscher Buchpreis, uno de los premios literarios más importantes alemanes. Arno Geiger –nacido en 1968 en Bregenz, Austria- parece haber encontrado en esta obra el estilo que andaba buscando sin demasiada fortuna en sus anteriores textos, que guardan en común el rasgo anodino de carácter de sus protagonistas. Geiger cambia el ambiente surrealista de Bonitos amigos por una prosa lúcida de corte más clásico con la que organiza, en un montaje no tan tradicional que rompe la linealidad de la cronología, una panorámica de la historia de Austria a partir de 1938, desde la anexión nacionalsocialista, hasta 2001. En un momento en el que el género de la novela de sagas en lengua alemana está en auge la de Geiger se desmarca de la mayoría rompiendo con el esquema habitual. A lo largo de los veintiún capítulos que conforman las casi trescientas setenta páginas del libro el autor nos conduce por la vida cotidiana y por los avatares de abuelos, padres y nietos de una genealogía de tres generaciones de la que se desprende de modo indirecto la historia de Austria de estos años. Son en total veintiún días de nueve años relatados, trece de los cuales corresponden a 2001, el año desde el cual arranca la novela con Philipp Erlach de treinta y cinco, el personaje de más peso, a pesar del poco interés que suscita su flemática persona. Philipp es un escritor probablemente mediocre, sin ambiciones conocidas, al que su amante Johanna echa constantemente en cara su “maldita falta de interés”. Así nos introducimos, avanzando y retrocediendo en el tiempo, en el día a día de los abuelos Alma y Richard, de ideología socialcristiana, ministro él, después de la guerra, en el gobierno Figl, el de los hijos de ambos, Otto e Ingrid marcados aún profundamente por el nacionalsocialismo, que se cobró la vida del primero a sus catorce años en la irracional lucha en que las Juventudes Hitlerianas involucraron a sus miembros hasta el final; evolucionamos con Ingrid desde su juventud en la posguerra hasta un matrimonio que acaba en fracaso, en el ambiente reivindicativo de la mujer en los años setenta, y acompañamos a Philipp, el nieto, en sus insulsos días, cuando acaba de heredar la casa de la abuela recientemente muerta. Contrariamente a lo que se espera de esta clase de novelas y de lo que parece anunciar la frase con que Geiger abre la narración “Nunca ha pensado que los muertos nos sobrevivan”, la historia narrada, que empieza precisamente en la casa heredada, cuando el nieto aborda su limpieza y renovación, no supone la clásica confrontación con el baúl de los recuerdos –las incursiones retrospectivas no son producto de la evocación de Philipp- ni el descubrimiento de un secreto familiar bien guardado. Sorprendentemente la obsesión del protagonista consiste en todo lo contrario, en desprenderse de cartas, fotos y muebles hasta hacer desaparecer la última huella del pasado, una huella de la que el narrador sabe no es posible librarse nunca.

(En: La Vanguardia / Culturas)

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