Perfil.
Marcel Beyer, Memoria histórica y literatura alemana de la tercera generación
por Anna Rossell
Era de esperar que la caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría significara también un antes y un después en la literatura, sobre todo en la centroeuropea y muy especialmente en la alemana, tan profundamente marcada por la experiencia del horror del nacionalsocialismo y de la guerra. Para los escritores sensibles a la historia 1989 supuso un revulsivo, una nueva posibilidad para el recuerdo y la interpretación, no sólo para los de la ex RDA ni sólo para los que, por razón de edad, se habían visto directamente afectados por los hechos. A los jóvenes de la generación de los sesenta les facilitó el camino para distanciarse claramente de la literatura producida por sus padres y abuelos y romper tabúes alrededor de los cuales en Alemania y Austria se han desencadenado fuertes polémicas. Marcel Beyer (Tailfingen –Württemberg-, 1965) pertenece a esta tercera generación de escritores alemanes para quienes la historia del pasado inmediato constituye la materia prima de su práctica literaria. Ganador de numerosos y prestigiosos premios, como el Uwe-Johnson, en 1997, por su segunda novela, Flughunde (Suhrkamp 1995) –El técnico de sonido (Debate 1999)-, acogida con entusiasmo unánime por la crítica, Beyer se inició en la poesía, que empezó a editarse posteriormente: Falsches Futter (Suhrkamp 1997) –Comida falsa (Bassarai 2003)- y Erdkunde (DuMont 2002) -Geografía, no publicada en español-. Es autor además de otras dos novelas, Das Menschenfleisch (Suhrkamp 1991) –La carne humana-, con la que debutó, Spione (DuMont 2000) –Espías (Debate 2002)-, un relato Vergesst mich (DuMont 2006) –Olvidadme- y un libro de ensayo, Nonfiction (DuMont 2003), entre las más aclamadas. Desde el principio Marcel Beyer ha llamado la atención por la originalidad de su técnica narrativa, que gusta de incorporar diversas ópticas en sus historias, en las que la impresión subjetiva de los personajes es un ingrediente esencial. Tanto en lo formal como en lo temático le define la preocupación en torno a la manera adecuada de presentar hechos y situaciones en los que la memoria es crucial, una cuestión sobre la que se propone reflexionar en todos sus textos, que constituyen su campo de experimentación, o mejor aún, el campo donde poder demostrar su tesis al lector. Lo formal parece ser para Beyer más importante que el contenido y, seguramente por lo mismo, en sus novelas lo que prima es cómo suceden los hechos para cada cual, más que lo que sucede en sí. Beyer no es tanto un narrador de historias como un autor que pone en escena personajes que rememoran los mismos hechos de modo distinto, dejando al lector en la incertidumbre y sugiriéndole la tesis de la subjetividad de la interpretación; un autor literato en lo formal y tendencialmente filósofo en el contenido. Y es en lo formal donde reside el mayor mérito de Beyer y en la trascendencia que en sus textos adquiere lo sensorial. El nacionalsocialismo y las guerras -también las del este europeo- son el tema que ocupa su literatura, pero su interés ya no gira, como sucedía en sus antecesores literarios, en torno a la historia ni a la culpa. De manera desacostumbrada, y marcando conscientemente distancias con los autores en lengua alemana de los años 70 y 80, cuyo testigo no quiere recoger, el autor indaga en la historia a partir de lo individual y no de lo colectivo, estudiando los factores subjetivos que influyen en el recuerdo, cuya esencia parece radicar en los sentidos. Así en El técnico de sonido, su obra maestra, una inusual y originalísima historia acústica del nacionalsocialismo, ubicada en el búnker-refugio berlinés de Hitler los últimos días de la guerra, extraordinariamente bien documentada, y en la que se hibridan dos inusuales miradas: la de un técnico de sonido y la de una niña, una de las hijas de Goebbels, o en Espías, una novela organizada en nueve capítulos, distribuidos significativamente de modo simétrico a partir del eje central, que da título al libro. Espías son un grupo de adolescentes –tres hermanos y un primo, que a partir de viejas fotografías del álbum familiar y de algún que otro dato sobre un abuelo común que luchó en la Legión Cóndor, intercambian retales de información, oídos a medias de sus padres o intuidos a partir de sintomáticas ausencias y que, aprovechando el ocio de las vacaciones estivales, se constituyen en una pandilla de pequeños detectives a la caza y captura de pistas que les ayuden a cerrar las lagunas que aún tienen sobre un pasado demasiado presente aún como para ignorar de él tantas cosas. Beyer deja al lector en suspenso, puesto que no cierra las preguntas que su literatura suscita, y ello nos lleva a concluir que las incógnitas no pueden responderse sino individualmente. La pericia sensorial caracteriza igualmente al sujeto poético de su lírica, que impacta sobre todo por la originalidad de sus asociaciones, por la dureza de sus palabras, por su contundencia y su extremo laconismo. Como en su prosa, también aquí la voz poética va siguiendo el rastro que le permita reconstruir el pasado a partir de los indicios del presente, para los que de nuevo la vista, el oído y el olfato son determinantes. En sus poemas es el pequeño detalle cotidiano lo esencial. Tanto en su prosa como en su poesía Beyer cuida el ritmo y la musicalidad especialmente, ello no sorprende, pues Marcel Beyer es un autor muy polifacético, que ha ejercido de crítico musical en la revista Spex (1992-1998) y que desde mediados de los años ochenta actúa como batería, juntamente con Norbert Hummelt, en bares alternativos en espectáculos de performance literaria (Postmodern Talking).
Aprovecho su estancia en Barcelona, a donde ha venido como autor invitado a Kosmopolis 06, para charlar con él sobre las cuestiones que atañen directamente a su quehacer literario y ocupan una buena parte de la reflexión en la literatura europea actual: ¿Cómo escribir sobre hechos históricos traumáticos? ¿Cuál es la relación entre literatura y crónica? ¿Dónde está la línea divisoria entre ficción y realidad? Éstas preguntas acompañan la actividad literaria de aquellos autores a quienes, por vocación o necesidad, les gusta trabajar con un pasado que directa o indirectamente les atañe y configura su identidad. Sin embargo las respuestas distan mucho de ser las mismas. Después del crucial planteamiento del tema con que Adorno impulsara la reflexión Escribir después de Auschwitz ha llovido mucho y ahora son los nietos de Auschwitz quienes se suman a la polémica e incorporan su visión personal, marcando las distancias con las generaciones anteriores. El gusto por experimentar maneras de narrar no tradicionales es lo que despertó hace años su interés por William S. Burroughs; actualmente son Paul Celan, Michel Leiris o el español Rafael Chirbes -"mi gran descubrimiento en lo que va de siglo"- algunos de sus autores de cabecera. Beyer se documenta a través de testimonios de la época para poder, a renglón seguido, desviarse de lo que le cuentan y empezar a fabular. Si bien la línea que separa ficción y realidad es muy fina, en su opinión arte e historia deben mantenerse separados. Marcel Beyer desconfía de los recuerdos "auténticos" por el filtro subjetivo que se instala en la memoria de los protagonistas reales, de ahí su tenacidad en mostrar las vivencias desde diferentes perspectivas, de ahí que sus novelas carezcan de narrador omnisciente, una tendencia en la literatura actual en lengua alemana que reflexiona sobre la objetividad y la posibilidad de transmitirla, por ejemplo también en autores como Norbert Gstrein o Ulrich Woelk. Pero Beyer rechaza la tesis de que pueda concluirse que la verdad no existe: no hay que confundir perspectivismo con relativismo, los hechos son los hechos, afirma, quienes quieren manipularlos nunca dejan entrever diferentes perspectivas, imponen la suya. "No quiero hablar desde una posición moralmente superior. Es lo que hicieron los autores de la generación de mis padres. Moralmente querían tener siempre razón. Desconfío de esto, porque quien cree que siempre tiene razón es incapaz de ver con exactitud". Caracteriza su estilo novelístico la ausencia de un hilo narrativo, lo cual él explica porque "la historia europea del siglo XX ha hecho que nos cuestionemos la posibilidad de narrar; lo tenemos en Sebald, para él la experiencia del nacionalsocialismo y del holocausto es esencial y su narrador se encuentra con supervivientes, pero ¿cómo contarlo? Sebald va dando rodeos, de hecho no lo narra, sin embargo está presente con una fuerza brutal, o en Semprún, sus personajes acaban de salir de Buchenwald y en ese mismo momento se plantean ya si van a poder contar lo que han vivido". Al hablar de literatura salta a la vista que Beyer es un escritor de los pequeños detalles, rehuye conceptos altisonantes "la palabrería abstracta, ‘libertad’ o ‘esperanza’, por ejemplo, eso que no se puede tocar ni sentir", y quizá por ello valora tanto la musicalidad, también en la prosa; tiene un trato extremadamente sensible con las palabras, y no es casualidad que la suya sea una literatura de los sentidos, que son verdaderos protagonistas (el oído en El técnico de sonido, la vista en Espías...), ellos son los que fijan el recuerdo subjetivo: "constituyen algo así como una garantía de verdad y después empieza lo interesante, cuando esta percepción sensorial deja de ser una garantía a la que poder asirse para acceder a la verdad". De la prosa de Chirbes, a quien conoció en Madrid, le atrae ese "modo tan particular de tratar las palabras, se pueden tocar, se pueden oler". Su encuentro con el escritor español y, dos días después, haber presenciado un acto reivindicativo de simpatizantes de Franco, motivó su último texto publicado, Olvidadme, un relato inspirado en nuestra guerra civil. Actualmente trabaja en una novela ambientada en la antigua RDA.
(2007)
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