LA NADA INMENSA
Hans Magnus Enzensberger,
Más ligero que el aire.
Poesías morales,
Traducción y prólogo de
José Luis Reina Palazón,
La Poesía señor hidalgo. Barcelona 2002
ISBN: 84-95976-01-3
212 páginas. 18 euros
Anna Rossell
Emana de todos y cada uno de los poemas del último libro de poesía del autor alemán Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Baviera, 1929) un hondo malestar, un profundo dolor del mundo que no deja entrever siquiera un hálito de esperanza. Fiel a la coherencia que le caracteriza, autor comprometido con su tiempo, Enzensberger prosigue con la línea poética a la que se adscribió con contundencia ya desde su primera publicación lírica (defensa de los lobos, 1957) y que ha mantenido sin fisuras a lo largo de toda su trayectoria como escritor: decir lo políticamente incorrecto cuando sólo se quiere oír lo políticamente correcto, poner al descubierto lo que interesadamente se encubre, nombrar lo que el pudor hipócrita califica de innombrable, sea cual sea el color que ostente quien practica la hipocresía. Enormemente polifacético en su producción literaria, Enzensberger ha cultivado todos los géneros -desde la novela documental y el teatro, hasta el reportaje, el ensayo y la poesía- y en todos ellos ha sido la voz oportunamente importuna. Su poesía es, en este sentido, una herramienta más con la que practica la crítica y denuncia el mal estado de cosas social. Pero es justamente esta herramienta la que, con el ensayo, el autor maneja con más precisión y maestría, aplicando a menudo el juego tan suyo de la dialéctica tanto a la palabra como a la construcción de la estructura de los poemas, genial deudor fecundo de Brecht. Más ligero que el aire es sobre todo, otra vez, esta insobornable y lúcida mirada hacia el mundo, una mirada, que dice implacable lo que ve, aunque lo que ve sea obsceno (y que lo dice precisamente porque es obsceno), pero el libro es también, y al mismo tiempo, el testimonio de una experiencia vital que sabe y reconoce la razón de la armonía y de la felicidad humanas en el supremo valor de lo sencillo, de lo personalmente íntimo, de un momento efímero, de lo ligero. Claro que, en este mundo, lo ligero no pesa, cuenta poco. De ahí que predomine de modo casi absoluto la crónica de su malestar e intervenga sólo como excepcional contrapunto la de lo positivo, de ahí que el diagnóstico sea el de una enfermedad incurable con desenlace previsiblemente fatal.
Más ligero que el aire, publicado en Alemania en su versión original en 1999 por la editorial Suhrkamp, y ahora en España por La Poesía, señor hidalgo, alterna el tono objetivo y distanciado del observador crítico con otro de registro más cercano e intimista: la voz poética describe un estado de cosas gravemente enfermo y detecta los síntomas del mal, o adopta una actitud más reflexiva, que estudia sus causas, mostrando la etiología de la evolución negativa del mundo desde dentro, desde la propia experiencia sensible y herida de la voz poética. Ya a finales de los años 70 Enzensberger cargaba, con la furiosa contundencia del desencantado, contra el hundimiento del proyecto utópico de un mundo más justo defendido por la izquierda, pero se percibía en esta etapa, de un modo elíptico, precisamente en la virulencia del ataque, una reclamación exigente de otro mundo. En su último poemario, esta reclamación pierde fuerza -si bien aún está presente en la medida en que ejerce la denuncia desenmascarando las perversiones del poder, la hipocresía social y la peligrosa comodidad de las actitudes escapistas- y cede al sentimiento de seguridad de la catástrofe (La tierra ha envejecido. / […] / La nada es inmensa). Sin embargo, a pesar de ello y de que la voz poética asegura que no se divisa ningún fin en esta desarmonía preestablecida, no hay en los poemas ni un asomo de conformismo, no hay resignación, ni el cinismo de quien no salva nada: Enzensberger usa con magistral y significativa inteligencia el mordaz sarcasmo para ejercer la crítica implacable de quien quiere señalar el mal con dedo acusador para erradicarlo, practica el juego dialéctico para poner al descubierto la contradicción y la mentira y da muestras de una inmensa sensibilidad para ensalzar los valores esenciales: lo discreto, lo sencillo, lo tierno, lo poético, lo ligero.
Hay en la acusación de la voz poética una resuelta denuncia de la violencia del capitalismo en la variación temática con que aborda sus manifestaciones más gravemente flagrantes, la denuncia de una sociedad donde la convivencia humana se ha hecho sinónimo de feria y de mercado porque todo, absolutamente todo, se compra y se vende, donde se encuentran con habitual y escandalosa normalidad la desesperación y la miseria con la opulencia bienestante y la aparente tranquilidad de la vida cotidiana (Cancioncilla optimista // Ocurre aquí y allá / que uno grita: ¡ayuda! / Ya salta otro al agua, / totalmente gratis. // En medio del capitalismo más hinchado, / aparece el brillante servicio de bomberos / por la esquina y apaga, / o en el sombrero / del mendigo hay plata de repente. // Por la mañana están llenas las calles / de personas […] / van de acá para allá […] // Como en la paz más profunda. // Un panorama fantástico). La guerra se organiza en cualquier parte, subrepticiamente, obedeciendo al dictado de los intereses económicos de siempre; pero también la emprende cualquiera, por cualquier razón banal, por un capricho (En el cuarto de atrás de la cervecería, / en la guardería infantil; la Academia / de las ciencias la empolla; / […] especialmente de noche, a causa de los campos de / petróleo; / […] / a causa del partido de fútbol perdido; / […] por diversión […] / y porque no se nos ocurre algo mejor). Todo el mundo anda implicado en la locura: imperturbables, y a pesar del malestar personal que delata nuestra inquietud, la acallamos intentando reponer en el refugio artificiosamente regenerador de los gimnasios la falta de salud que reina fuera (Encuestas han mostrado que el 56% de todas las almas / que se agachan anónimas en sus aparatos de fitness / sufren psoriasis), nos lanzamos con desesperación a los viajes en busca de paisajes naturales, huyendo del asfalto de nuestra propia creación, o creamos ídolos de pop a quienes adorar, cuando los Dioses están en paro, mientras huele a crash de bolsa y las autoridades responsables declaran con alarmante falta de responsabilidad que no hay peligro alguno para la población. La demencia se ha globalizado a ritmo trepidante, sostenida por la tecnología más sofisticada, en un mundo donde, a pesar de ello, y precisamente por ello, persiste la miseria, aun agravada, en aparente contradicción con el avance tecnológico (Coches-bomba cruzan, mujeres de catálogo / de venta por correspondencia aterrizan, / se mueven cuentas por vía satélite. / […] / Sólo de vez en cuando al borde de la calle / yace un mendigo que no se mueve). A la vista de este panorama, se afirma con contundencia y zahiriente ironía que ni los inventos ni la ciencia han contribuido, en general, al progreso de la humanidad (¡Cómo se esfuerzan / esos ratones de laboratorio con la clonación! / Mucho mejor es follar. / ¡Y el diente de león sobre todo, / cómo se lo monta: graciosa, / insuperable elegancia! / Nunca en la vida, / queridos premios Nobel, / reconocedlo, / habríais inventado nada así). Inventores y científicos han invertido tiempo y esfuerzos en descubrimientos inútiles o se han vendido interesadamente al poder de turno. Sin embargo, no hay en los versos de este poemario una intención moralizante, apenas son una advertencia, sino más bien la lamentable constatación de que el hombre no quiere aprender de las enseñanzas de la historia ni de avisos clarividentes. En la comparación que el autor establece entre el antiguo mito de Casandra, la hija del rey troyano por todos desoída, que predijo la destrucción de su orgullosa ciudad en la guerra contra Grecia, y la actualidad, Enzensberger construye la metáfora de un mundo que camina hacia su autodestrucción, haciendo caso omiso de los repetidos avisos premonitorios que oye (Pobre Casandra // Ella era la única que lo veía venir, / ella sola: todo esto, decía, / terminará mal. Naturalmente / no la ha creído nadie. / […] / Pero / desde entonces lo dicen todos: […] / Hasta entonces naturalmente nadie / cree lo que dicen todos. / Basta una mirada a los segundos coches, / las terrazas de las cervecerías y los anuncios / matrimoniales). Por supuesto la crítica alcanza también al hombre corriente, a la mayoría, el eterno cómplice que, por omisión y escapismo, escudándose en las frases hechas de los proverbios de almanaque (El poder es obsceno. / Lo que alegra a la ira. / Nubes son algo bello. / Dormir es cosa linda. // Se hace lo que se puede), o con en el manido pretexto de que no se puede abarcar todo (División del trabajo), se ocupa únicamente de lo que dice afectarle, ignorando conscientemente lo que sabe que también le afecta aun en mayor medida (La mayoría / tiene unas preocupaciones muy distintas, / se atienen imperturbables / a sus niños y a sus seguros de enfermedad, / polvo, pelas, pop, deporte). Este panorama perturbador se manifiesta en la conciencia del hombre sensible como una amenaza amorfa de origen inconcreto, que va infiltrándose poco a poco en su interior y acaba por poseer todos los rincones de su cuerpo (¿Qué puede ser lo que gotea / y gotea? Hay un zumbido técnico / en el hormigón, algo líquido / […], cruje en el oído, / en las articulaciones, suave jadea / el aire en tus pulmones, / corrientes crepitan en el pelo, fantasmales, [ …] ). El mal invade los últimos rincones de su intimidad (No vayas al cuarto de baño, si no / sale debajo del esmalte blanco / algo agamuzado e imparable, / […] // No abras el frigorífico, si no […] / No, huye de casa, ve) y lo llena de ansiedad cuando la madrugada ya anuncia el nuevo día, que le infunde profundo temor y desasosiego, a pesar del sopor en que se hallan sumidos sus sentidos, amortiguados aún por el sueño nocturno (Pensamientos perdidos cuando la frente / del mundo en la blanca toalla se embucha. / El aire se respira afelpado, la mente / muy húmeda, medio oído que escucha, // […] // Hasta que el día su ojo azul dispare, / […] / hasta que todo delire y rompa y pare / como siempre: bello, normal, ¡Dios mío!).
Contiene también este último poemario de Enzensberger una reflexión sobre el arte que se centra especialmente en la creación con las palabras y en la capacidad del lenguaje para la mentira. Con ironía dialéctica, la voz poética declara, a golpe de decreto, que el arte es libre, y a golpe de decreto enumera, a renglón seguido, una tras otra, las obligaciones del artista. El escritor hace una demostración práctica de la manipulación lingüística ejecutando un hábil ejercicio de vacíos juegos malabares (Esta poesía comienza con las palabras: / retiro lo dicho, o mejor / con otras palabras, expresado de otro modo, / mejor dicho: revoco todo / lo que he dicho hasta ahora, p. ej. / esta frase que comienza con las palabras: / “Revoco todo lo que he dicho hasta ahora, p. ej. / esta frase que comienza con las palabras…” / y así sucesivamente), al tiempo que reivindica la autenticidad del silencio como parte relevante del lenguaje (Mucho no decir / o con palabras que nada dicen / decir mucho. / O callarse para decir mucho). El silencio significativo, la actitud discreta, casi imperceptible, pero manifiesta y decidida, la íntima felicidad sentida ante la contemplación de la belleza menuda del fruto de un castaño ([…] bayas / de verdes estrellas matinales […] // brillo y esmalte, enigmáticos y veteados, / de un ombligo gris argénteo tocados, // y tú te inclinas y simplemente vas a coger lo que nadie puede comprar y todos tener, // el pequeño, perfecto regalo brillante), éstas son las cualidades que la voz poética propone como valores de un anhelado contramundo en el que elogia precisamente la utilidad de lo aparentemente inútil, feo o molesto (Tú molestas, quitanieves de reja, / [ …] / Durante meses enmoheciéndote así, / en el calor, en la lluvia, inútil, / esperas mudo al borde de la calle, / hasta que el momento llega / en que te llaman). Elogio de lo que pesa poco, que es Más ligero que el aire.
Lejos de moralizar, las Poesías morales de Enzensberger remiten con lúcida ironía a la inmoralidad en la amplia gama de manifestaciones que ésta adopta en el llamado “mundo civilizado”. El autor hace gala de un extraordinario dominio de la forma poética -en los juegos léxicos y en la estructura- que lamentablemente a menudo no se refleja en la traducción de José Luis Reina, cuyo prólogo, en cambio, sirve como orientadora introducción y recoge con el acierto del lector sensible el espíritu de los poemas. Hans Magnus Enzensberger trabaja con una rica variación de estilos y ritmos, poesía rimada y no rimada, cancioncilla de tono popular o versos de rima ingenua a modo de proverbios de almanaque, de los que se sirve con asombrosa agilidad para parodiar, ironizar o simplemente afirmar.
La Poesía señor hidalgo, que se propone la difusión de la obra de los poetas clásicos del siglo XX de todas las culturas, ha empezado con muy buen pie su andadura al publicar el último poemario de este gran autor alemán, que ha recibido este año el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Es de celebrar la edición bilingüe de los textos, que es esencial por la especial dificultad que implica la traducción de poesía, en tanto que hace posible la comparación con el original cuando la versión al español resulta torpe o no sale suficientemente airosa. Enzensberger se ha hecho más que nadie merecedor de este galardón, que valora a la par dos aspectos en los que este escritor ha destacado con elogiable versatilidad, tanto por el amplio registro de géneros que abarca su producción literaria, como por su tarea de difusor del pensamiento verdaderamente comprometido: como traductor al alemán de Vallejo y Alberti, como ensayista, crítico, profesor de literatura y editor, ha contribuido decisivamente, en el pasado -con la fundación en 1965 de la revista Kursbuch-, y contribuye en la actualidad -con la colección Die Andere Bibliothek, de la editorial Eichborn-, a marcar la trayectoria cultural de su país. Cumple felicitarse por la intención que anuncia la editorial de publicar, libro a libro, su poesía completa.
(1 de agosto del 2002)
(En: Quimera. Revista de Literatura)
17 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario