15 de marzo de 2009

Norbert Gstrein, El oficio de matar (por Anna Rossell)

Norbert Gstrein, El oficio de matar (por Anna Rossell)
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ESCUELA AUSTRIACA DE NUEVO CUÑO

Norbert Gstrein, El oficio de matar,Traducción de Rosa Pilar Blanco,Tusquets, Barcelona, 2006, 318 páginas18 Euros

Anna Rossell

Norbert Gstrein (Mils, Tirol, 1961), de quien en España conocemos Los años ingleses (Tusquets, 2001), retoma en El oficio de matar una de las obsesiones que le definen desde que iniciara su andadura literaria en 1988: ilustrar la complejidad de los procesos inherentes a la reconstrucción de historias.La novela, editada originalmente en Alemania por Suhrkamp (2003) y ahora en nuestro país por Tusquets en versión de Rosa Pilar Blanco, tiene paradójicamente vocación de antinovela, pues su propósito no es tanto una narración como una reflexión; el tema que aborda parece más adecuado para el ensayo. Pero quizá sea esta hibridación de géneros la que más se adecue a la intención del autor, que es dar cuenta de cómo se diluyen los límites entre realidad y ficción, así también entre ensayo y novela, y más aún entre ésta y reportaje. Pues es del reportaje del que Gstrein se sirve para construir su tesis: que el género no hace la objetividad, que una historia de ficción puede reflejar más verdad que una crónica periodística. Ello no sería nada original de no ser por el modo como Gstrein se las ingenia para demostrarlo sobre la marcha de la escritura, que en la intrincada sintaxis gramatical y temática que desarrolla -discípulo de W.G. Sebald y Th. Bernhard- se esfuerza por poner de relieve con innecesaria insistencia no sólo la escandalosa manipulación que puede sufrir, por interés o por capricho, la información, sino que concluye que la objetividad no existe. Así lo que a primera vista parece una crítica a la degeneración del periodismo se convierte en un interrogante absoluto sobre la posibilidad de transmitir verdad. Siendo la guerra la protagonista –las de los Balcanes de la década de los noventa- esto adquiere un dramatismo extremo, tanto más cuanto que el lector conserva fresco el recuerdo de la irrespetuosidad hacia las víctimas y la banalización del dolor de que fueron objeto precisamente estos conflictos.Gstrein sitúa el comienzo de su historia en 1999 en Hamburgo, donde dos de los principales personajes, Paul y el anónimo narrador en primera persona, trabajan como periodistas. El desencadenante es la noticia de la muerte de Christian Allmayer caído en una emboscada en Kosovo, un colega austriaco amigo de Paul, que cubría como cronista la guerra de Yugoslavia. En Paul surge el deseo de escribir una novela a partir de este período de la vida de Allmayer y de las circunstancias de su muerte. Viaja con su novia y el narrador –el triángulo emocional que pretende compensar la densidad temática- a los lugares de la devastación de Croacia y Bosnia para inspirarse, al tiempo que intenta encontrar a un general a quien Allmayer en una entrevista habría preguntado: “¿Qué se siente cuando se mata a alguien?”. La pregunta, presuntamente formulada por Allmayer, deja entrever, a pesar suyo, la curiosidad morbosa de un profesional que, como el narrador, parece abominar del sensacionalismo del que nadie escapa, ni los productores de noticias ni sus consumidores, que, llevados por el mismo impulso, viajan como escandalizados turistas a los lugares del horror. La inseguridad sobre la objetividad de la percepción domina al lector, que se ve obligado a formarse una idea de personajes y hechos a partir de retazos a menudo no coincidentes de relatos de diversa procedencia y siempre a través del filtro de otro relato, el del narrador, que se encarga de acentuar con recursos lingüísticos y alusiones psicológicas la inevitable subjetividad del discurso. No hace falta voluntad de manipulación, sencillamente no hay manera humana de evitarlo, de lo cual no todos son conscientes. Quizá por ello el narrador acaba retomando el propósito de escribir “algo sobre Allmayer [...], tengo que intentarlo por él [...], se lo debo a él y a su final”, aunque se impongan, desde fuera, en la dedicatoria, las palabras que el autor dedica al caso histórico de Gabriel Grüner, periodista muerto en Kosovo en 1999, sobre el cual construye la figura de Allmayer: “A la memoria de Gabriel Grüner (1963-1999), de cuya vida y muerte ignoro demasiadas cosas para relatarlas”.

(En: La Vanguardia / Culturas)

Publicado por Anna Rossell en 14:02

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