Alexander Kluge, El hueco que deja el diablo (por Anna Rossell)
Etiquetas: Recensiones-Artículos
SOBRE CATÁSTROFES
Alexander Kluge, El hueco que deja el diablo, Traducción de Daniel Najmías,Anagrama, Barcelona, 2007, 377 pp.
Anna Rossell
Con motivo de la publicación en Alemania del libro que nos ocupa, Die Lücke, die der Teufel lässt (Suhrkamp), en una entrevista al semanario Die Zeit en 2003, año en que recibió el prestigioso premio Büchner de literatura, Alexander Kluge (Halberstadt 1932) afirmaba “Lo que yo hago está por debajo del umbral de la literatura. Es antiliteratura”. Toda una declaración de principios al tiempo que tarjeta de presentación de este abogado, cineasta, productor de televisión, escritor y guionista que ha revolucionado la técnica narrativa. Impulsor en 1962 del Manifiesto de Oberhausen, que puso los cimientos del Nuevo Cine Alemán, su interés experimental se mueve en diversos campos de acción, que explora en torno a lo que él denomina el antirealismo de los sentimientos. Prolífico tanto en el ámbito del cine como el de la literatura y autor asimismo de escritos teóricos, Kluge se declara hijo de la escuela de Frankfurt, discípulo de Adorno y Benjamin, y reconoce en La dialéctica de la Ilustración la obra que desde entonces sigue incitando su interés. El hueco que deja el diablo es buena prueba de ello, pues en su marco el autor sigue reflexionando sobre la dialéctica entre razón y emoción, sobre “lo que la realidad tiene de falso” y “el mundo fantástico de los hechos objetivos”. La traducción española, directamente del alemán, aunque se trate de la selección de ciento setenta y una de las quinientas historias que componen el original, hecha por el propio Kluge para la versión norteamericana, supone para el lector en español una verdadera inmersión en este autor de quien antes sólo había visto la luz en España Artistas bajo la carpa del circo: perplejos (Alianza, 1972). Kluge rompe el ingenuo concepto tradicional de realidad y realismo y propone uno nuevo en el que los límites entre objetividad y subjetividad se difuminan. Para ello utiliza la técnica del montaje: materiales de diversa procedencia confluyen en una constelación narrativa de novísimo cuño, de inspiración benjaminiana (Passagenwerk) a base de documentos auténticos, fotografías aparentemente ilustrativas de los textos, diálogos grotescos y conversaciones serias. El producto arroja un intrincado conjunto a base de documentos auténticos y ficción que, convertido ya en ficción, potencia paradójicamente el realismo al que el puro documento, sin el montaje, no llega. Sus temas giran a menudo en torno a las catástrofes del siglo pasado y de éste –Chernobil o el 11S entre otros- y subrayan el hueco que deja el diablo” en la historia, reduciendo al absurdo la probabilidad. Suerte o desgracia dependen de lo casual, lo improbable, que conduce la actuación humana. Estilísticamente se impone un construido registro administrativo, un lenguaje a menudo pseudotécnico, interesado en el detalle, que, como trasunto del mundo real, provoca rechazo, un mundo en el que absolutamente todos los agentes –inspectores, policías, revisores, abogados, ingenieros o catedráticos de Universidad, parecen haberse convertido en peones sin alma, neutros, casi robóticos. El gesto narrativo es cinematográfico, de estudio minucioso del objeto enfocado, en el que desaparece el marco general, por lo que el tema queda (casi) sin punto de referencia, desubicado. Así se cuestiona y se invierte la relación aparente de sinonimia entre minuciosidad descriptiva y objetividad. Kluge no orienta al lector, se lo pone difícil, le ofrece sus historias para que elija a placer las lecturas que prefiera, le invita a construir el sentido por sí mismo, pero le proporciona la herramienta brechtiana de la sorpresa, lo inesperado, que estimula su productividad con la estupefacción. Sólo otro creador del panorama mediático alemán, Klaus Theweleit, trabaja y teoriza de modo similar a Kluge, a ambos les une la convicción de que no hay línea divisoria entre ciencia y ficción. No es de extrañar que W.G. Sebald reconozca en ellos un referente básico.
(En: La Vanguardia / Culturas, 2008)
Publicado por Anna Rossell en 13:59
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