NARRATIVA UNIVERSAL CENTROEUROPEA
Joseph Roth, Job, Trad. de Berta Vias Mahou. Acantilado. Barcelona, 2007. 218 págs.
Joseph Roth, La rebelión, Trad. de Feliu Formosa. Acantilado. Barcelona, 2008. 148 págs.
Anna Rossell
Los grandes acontecimientos históricos han sido siempre fuente de inspiración para la literatura. Hay en ellos material épico abundante para fabular e inmortalizar hechos y ambientes que mantienen vivo su recuerdo. Sin embargo no abundan los autores capaces de captar sus entresijos, de leer en los repliegues de la historia y plasmarlos con la sensibilidad necesaria para que resulten cercanos. Son escasos los que logran no simplemente hacerlos entender, sino comprender. Únicamente lo consiguen quienes, más allá de la mera descripción de los hechos, encuentran el lenguaje para describir con sutileza y profundidad sus consecuencias para los seres humanos involucrados en ellos. Joseph Roth pertenece a este linaje. El es uno de los más grandes representantes de la literatura centroeuropea en lengua alemana de principios del siglo XX. El supo retratar como ningún otro el desmoronamiento del imperio austro-húngaro. Nacido en 1894 en Brody -Galicia del este, centro-Europa-, austriaco de ascendencia judía, fue uno de los autores de la llamada generación perdida europea. Coetáneo de Stefan Zweig y como él, y a diferencia de tantos otros, nada entusiasta de la Gran Guerra, participó finalmente en ella y después de la contienda se vio obligado a interrumpir sus estudios para sobrevivir. Puede decirse que fue escritor en el más amplio sentido de la palabra, pues se dedicó tanto al periodismo, en el que cultivó toda clase de géneros (reportaje, glosa, crítica teatral, cinematográfica y literaria), como a las bellas letras, y muchos valoran tanto la alta calidad de sus trabajos periodísticos como su obra más estrictamente literaria. Es magistral su dominio de la pluma y poseía un desarrollado sentido del olfato para anticiparse a los acontecimientos: su novela La tela de araña (1923) es una detallada descripción del advenimiento y la intrincada construcción del nacionalsocialismo diez años antes de la subida de Hitler al poder. A estas cualidades hay que añadir su sagacidad y la precisión de su escritura periodística, que lo sitúan a la altura de contemporáneos suyos de tanto renombre como Egon Erwin Kisch y Kurt Tucholsky. Roth, que trabajó para los periódicos más importantes de la época y firmaba sus colaboraciones para el diario socialista Vorwärts con el sobrenombre de Joseph el rojo, ejerció la crítica político-social y arremetió contra los políticos reaccionarios de su tiempo. Autor de cuantiosas novelas, la mayoría de ellas traducidas al español, su fama comenzó a extenderse sobre todo a partir de La marcha de Radezky (1932). A través del devenir de varias generaciones de la familia Trotta, Roth transmite en ella una visión panorámica del canto del cisne de la monarquía de los Habsburgo, saga cuyos avatares retomó en La cripta de los capuchinos (1938). El tono especialmente melancólico de su escritura a partir de 1926 -año en que viajó a la URSS como corresponsal- da idea del cambio de rumbo que, por desencanto, sufrió su ideología de tendencia socialista, que se tornó en nostalgia de la época monárquica. Como su coetáneo Zweig, veía en aquel pasado un tiempo glorioso que había sabido unir nacionalidades y culturas diversas, un momento álgido de cosmopolitismo cultural perdido para siempre. Pero Roth conservó la mirada lúcida y penetrante que ve en la humildad y el sufrimiento del menos favorecido un reflejo de las condiciones sociales y políticas que rigen su destino. La andadura de sus personajes es la que habla de la verdadera historia, no hay otra. El realismo de su prosa se nutre de su capacidad para la observación y la descripción sensible de lo minucioso. El universo que sale de su pluma es el de las personas de carne y hueso que transportan al lector al ambiente que las envuelve y le sumergen irrefrenablemente en él. En La rebelión (1924) viajamos al escenario vienés de la primera posguerra mundial y acompañamos a Andreas Pum en sus esfuerzos cotidianos por rehacer su vida. Pum es un ex combatiente inválido que ha visto recompensados sus servicios a la causa con una condecoración y una licencia para tocar el organillo por las calles. Todo en la novela gira en torno a este personaje. El constituye el eje a partir del cual Roth desgrana el desencanto sufrido por tantos otros como él, gente sencilla, ávida de calidez humana. Su ingenua naturaleza le permite creer firmemente en el orden del mundo y en Dios, en el gobierno y en las leyes, y a despreciar a quienes se desmarcan de su manto supuestamente protector. Su condecoración y su licencia le llenan del inocente orgullo que sustenta su fe en los hombres y el futuro. Pero la insensible frialdad de aquellos que han rehecho su vida como si la guerra no hubiera significado más que un breve e incómodo paréntesis, la crueldad de quienes se arriman al sol que más calienta a costa de lo que sea y de quien sea y sobre todo la sinrazón de los mecanismos de una burocracia que no sirve al individuo sino que lo pone absurdamente a su servicio, le irán convirtiendo en un opositor, un rebelde como los que él antes despreciaba. Aunque en un registro narrativo muy distinto del de Kafka, Roth, como el escritor de Praga, retrata un mundo en el que la burocracia y la corrupción determinan el destino del individuo como antes lo hiciera Dios. La vida de Andreas Pum, como la de K. en El Proceso, transcurrirá y se apagará, víctima de este omnipotente desatino. Roth es el escritor de los más desfavorecidos, el narrador de mundos que se vienen abajo. También en Job (1930) describe una biografía triste. También Job es la historia de un desencanto. La novela narra la andadura de una humilde familia judía de Zuchnow, una pequeña localidad por aquel entonces rusa. En el protagonista Mendel Singer el autor recrea la historia de Job. Como el personaje bíblico, también Mendel Singer es un hombre piadoso y recto, que confía plenamente en el Dios bondadoso y cree ciegamente en el sentido oculto de los designios divinos. La modesta vida que le permite llevar su sueldo de maestro, con el que debe alimentar a su mujer Deborah y a su descendencia, transcurre con cierta tranquilidad hasta el nacimiento de su cuarto y último hijo, Menuchim. El benjamín de la familia es un niño tullido, que con su enfermedad sumirá a los padres en la tristeza más profunda. El infortunio de los Singer va en aumento al ser llamados a filas sus otros dos hijos varones y acaba de colmarse cuando su hija se entrega a sus amoríos con cosacos, amoríos que el padre desea cortar de raíz. La carta de uno de los hijos, que les informa de su deserción y de su nueva vida en los EEUU y les invita a seguirle llega en el momento justo. La familia emigra a América y deja atrás a Menuchim, al cuidado de una joven pareja. Estalla la guerra y las desgracias se suceden cayendo como una plaga sobre ellos: el hijo americano se alista voluntario y pierde la vida en la contienda, el otro sirve al zar y se da por desaparecido, la madre muere como consecuencia de la noticia y la hija enloquece. Como Andreas Pum contra el Estado y el gobierno, también Mendel Singer se rebela contra Dios. Le declara la guerra a un Dios desconsiderado e injusto al que acusa de cruel y de cebarse en los más débiles. Mendel Singer pierde su fe, deja de rezar, destierra a Dios de su corazón y abomina de Él. Su mundo interior se ha desmoronado. El final, feliz a pesar de todo, casi de cuento de hadas, no resta calidad al genio narrativo de Roth, cuya selecta pluma moldea al personaje con magistral sutileza y sabe hacer del lenguaje literario una exquisita herramienta. Salpicando el texto con notas de finísimo humor -evitando en todo momento el melodrama-, da vida a las emociones más inasequibles. Roth pone de manifiesto los recovecos más recónditos del alma de sus criaturas con la mera insinuación de un gesto, sabe captar y transmitir como nadie lo etéreo, lo sublime, lo inmaterial. Es el maestro de lo intangible.
(En: Quimera. Revista de Literatura, núm. 296 / 7, julio-agosto 2008, pp. 96-97)
Publicado por Anna Rossell en 13:20
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