Nace en Beuel (Bonn) el 18 de agosto de 1960. Vive en Colonia donde realiza sus estudios de bachillerato que termina en 1979. Cursa la carrera de física en la Universidad de Tubinga y obtiene la diplomatura con un trabajo sobre la teoría del caos. En el año 1991 se doctora en física en la Universidad Politécnica de Berlín donde colabora como investigador astrofísico en el estudio de las estrellas binarias. En 1995 abandona su trabajo en la Universidad para dedicarse plenamente a la literatura, actividad que ya le había reportado el premio Aspekte en el año 1990, que ganó por la novela Tercer grado [Freigang, 1990], con la que debutó como escritor. En 1992 obtiene una beca del Deutscher Literaturfonds y en 1999 otra de la fundación bancaria Stiftung Preussische Seehandlung. En el campo de la ficción literaria ha publicado hasta el momento sobre todo novelas –Tercer grado [Freigang, 1990], Partido de vuelta [Rückspiel, 1993], Viaje americano [Amerikanische Reise, 1996], Parejas [Liebespaare, 2001], La última representación [Die letzte Vorstellung, 2002] y La soledad del astrónomo [Die Einsamkeit des Astronomen, 2005]- además de una obra de teatro, Muerte, amor, transfiguración [Tod, Liebe, Verklärung, 1992] y un relato corto, Einstein on the lake, 2005.
Los textos literarios de Woelk tienen temáticamente el denominador común de reflexionar, en todos los ámbitos, acerca de los límites del conocimiento y para ello se sirve de una técnica formal pensada al servicio de la tesis de que no es posible definir esos límites, no hay pues lugar para verdades objetivas, ya que el sentido de las cosas sólo existe en clave individual y tiene mucho que ver con la percepción personal de un presente que se retroalimenta constantemente del pasado que cada cual entiende a su manera. Así el autor desarrolla una técnica de escritura de montaje que busca reflejar esta tesis haciendo por sorpresa constantes incursiones retrospectivas al pasado y entremezclando diferentes realidades en el lugar y en el tiempo. En torno a esta reflexión a Woelk le interesa plantearse la función de la casualidad, es decir de lo irracional, en la vida de las personas y por tanto en la historia, por ello el trasfondo filosófico que emana de sus fabulaciones se asemeja al del Homo faber de Max Frisch por el interrogante que plantea en torno a los límites de la racionalidad y del control humano sobre la vida. También por ello el autor en varias de sus novelas, y siguiendo la tradición literaria en lengua alemana que ya cultivara Thomas Mann, se cuestiona los beneficios de una educación dirigida por lo racional de la que sus protagonistas más positivos tendrán que librarse si desean encontrarse a sí mismos. En este contexto hay que entender también la simpatía con que Woelk trata a los caracteres espontáneos, apasionados y desinhibidos, alguno sintomáticamente de ascendencia española, que presenta como contrapunto de la asfixiante y deformadora rigidez de corte prusiano. El autor gusta de jugar con las perspectivas y la oposición binaria de los contrastes precisamente para mostrar que el mundo no se agota en el esquema de estas burdas clasificaciones. Ulrich Woelk retrata sobre todo a una generación, la suya propia, que ya no se siente implicada directamente en el pasado nacionalsocialista de sus abuelos y que cuestiona la forma con que sus padres se enfrentaron a este pasado, una generación que ha depuesto cualquier sombra de actitud redentora de nadie y que vive sin plantearse lo que no puede, cuando cree que este planteamiento le viene grande. Vive sencillamente al día, al único calor de una relación sentimental y amorosa sin pretensiones con fecha de caducidad.
Partido de vuelta [Rückspiel, 1993]
Como ya hiciera en su primera novela, Woelk desarrolla en ésta, su segunda obra, un tema que parece ocupar de modo insistente el interés del autor: la retrospección en el pasado reciente para indagar en las diferencias generacionales que atañen a su propia biografía. A partir de la historia familiar de su protagonista y de sus reflexiones sobre la relación con su hermano mayor del que le separan diferencias sustanciales, Ulrich Woelk recupera para sí la otra historia, la de su país, desde los tiempos del nacionalsocialismo preguntándose cuáles son los nexos entre individuo y memoria, entre contexto histórico y comportamiento ideológico. Como si de saldar cuentas con su pasado inmediato se tratara, el autor construye un protagonista con quien, como ya sucediera en su novela anterior, comparte más de un rasgo personal, pero sobre todo el año de nacimiento. Venido al mundo, como él, en los primeros sesenta, el personaje principal, de veintiocho años, nos anuncia ya en las primeras páginas el objetivo que persigue en su improvisada estancia en Berlín: recabar información sobre un individuo octogenario cuyo pasado le llama la atención pero le resulta todavía demasiado oscuro y escribir el resultado de sus indagaciones en el tiempo límite de una semana, que finalmente resultan ser dos. El propio narrador nos pone al corriente de que lo que le ocupa no es el caso anecdótico de una biografía aislada, sino que pretende servirse de ella para reconstruir un período más amplio: desde mayo del sesenta y ocho hasta el momento actual de la escritura en la ficción, noviembre de 1989, que, aunque el protagonista todavía no lo sabe, con la caída del Muro, que le sorprende casualmente en la ciudad de Berlín, dará el pistoletazo de salida a la unificación alemana y supondrá por tanto una oportunidad histórica de recuperación, como sugiere el título de la novela en clave deportiva. Así el acto de escribir sirve al protagonista para la reconstrucción de la historia con mayúsculas, de igual manera que le sirve al autor del libro.
Pretexto para todo ello es un altercado que protagonizan el padre y el hermano mayor del narrador en plena celebración del banquete de bodas de éste, en el que se ve involucrado el mencionado octogenario, un profesor de instituto supuestamente antiguo nazi e implicado en opinión del hermano en un asunto turbio que suscita el interés del más joven. Éste, a quien resulta insidioso el ambiente que domina en aquella reunión social, aprovecha la casualidad de que un manojo de llaves del viejo profesor cae en sus manos para abandonar la fiesta de modo inadvertido y registrar su casa en busca de las primeras pistas para su crónica. El regreso imprevisto del anciano, que pone al descubierto la intrusión, así como la breve conversación que sostiene con él, provoca en el protagonista la decisión de abandonar por algunos días su ciudad y viajar a Berlín en lo que significa para él una oportunidad de saber más sobre la persona del anciano, que vivió allí en su juventud, y el modo de evitar la más que probable confrontación familiar derivada de su atrevimiento.
Este impulso de huída resulta sintomático en tanto que no lo es sólo de esta situación concreta sino, además, del presente existencial del protagonista, que en esta reconstrucción del pasado del profesor parece buscar también las claves de sí mismo. A través de su joven personaje Woelk hace una especie de inventario de los rasgos que caracterizan a la generación del 68 en el repaso que da el protagonista a su relación con el hermano, conducida primero por la admiración adolescente hacia su ídolo y por el desencanto después. Si bien el autor gusta de jugar con diversas perspectivas y pretende mostrar que la interpretación de los hechos depende del punto de vista personal de cada uno y, sobre todo, de la ideología que se le haya imbuido a cada cual en función de la época en que le ha tocado vivir, es el más joven de los dos hermanos el que se erige en personaje principal y lleva la voz cantante. Y aunque sin pedantería ni aires de superioridad, sí parece sin embargo que el autor toma partido emocional por ese protagonista a quien el año de nacimiento le permite observar desde fuera las contradicciones causadas por la imposición de un comportamiento supuestamente guiado por la razón y los devaneos ideológicos de la generación del 68 y perfilarse a la contra. Así, y a pesar del perspectivismo que Woelk se esfuerza por introducir en la trama, acaba por ganar terreno la tesis de que la desconfianza a las adscripciones ideológicas o políticas y la desorientación existencial en que se encuentra sumido el más joven de los hermanos, cuya única ilusión es el amor que empieza a sentir por una chica de origen español de talante directo y espontáneo, son probablemente la postura más honrada ante la vida y consecuencia lógica e inevitable de la otra gran tesis que subyace a la novela: que la objetividad no es posible y por tanto no hay una única verdad histórica. Ulrich Woelk plantea algunos interrogantes acerca de una interpretación de la historia entendida como destino o como ilusión alucinatoria y deja en el aire la sospecha de que el ser humano actúa llevado por impulsos elementales que nada tienen que ver con los aducidos. Así las cosas, la oportunidad histórica de cambiar los acontecimientos que sugiere el título, a raíz de la caída del Muro y del simbolismo que encierra la ciudad de Berlín no parece ser tal. El propio autor parece querernos confirmar más adelante esta sospecha cuando bautiza otra de sus novelas, que también tiene como escenario la unificación alemana, con el título de La última representación, aunque en primer término se refiera a una ópera de Mozart.
Uno de los grandes logros de la novela estriba en los constantes cambios de nivel temporal y espacial que introduce el autor sin previo aviso, el uso constante de la retrospectiva, una técnica que aplica con maestría y que, más que desorientar al lector proporciona tensión a la trama. Escrita en primera persona, Woelk pone en boca de su protagonista un lenguaje ágil, fresco y desenfadado, que domina perfectamente, característico de la generación a la que pertenece, y demuestra una desarrollada capacidad de observación, que sabe traducir en su magnífica y detallada descripción de las situaciones y los escenarios en que se mueven sus criaturas.
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