por Anna Rossell
*Antonio G. Iturbe, La bibliotecaria de Auschwitz,
Planeta, Barcelona, 2012, 481 págs.
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Se ha escrito mucho sobre el genocidio nazi, la temática ha cristalizado en todo tipo de géneros y registros y la han tratado víctimas directas e indirectas o simplemente autores interesados. Sin embargo no puede decirse que se haya escrito demasiado. Nunca es demasiado cuando los hechos narrados son históricos y reclaman conocimiento y memoria, nunca es demasiado cuando lo que se narra aporta contenidos nuevos, nunca es demasiado si contribuye a difundir lo que cumple divulgar con urgencia para la prevención. Porque Antonio G. Iturbe (Zaragoza, 1967) consigue en su novela, históricamente muy bien documentada, La bibliotecaria de Auschwitz, un texto ameno -a pesar de la dureza de lo narrado-, que reproduce en la ficción una historia real, apta para la lectura de adolescentes y adultos.
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A partir de un dato que le proporcionó Alberto Manguel en La biblioteca de noche: la excepcional existencia en Auschwitz de un Campo Familiar -escaparate para la propaganda internacional-, al que los nazis trataban con menor crueldad, Iturbe reconstruye la historia del horror de aquel campo de exterminio, centrando la atención en el Bloque 31 donde vivieron quinientos niños, y en su biblioteca clandestina de ocho libros a cargo de la niña de nueve años, sobre quien recae el protagonismo: Edita Adlerova –Dita-. La narración, en tercera persona, acerca sin embargo la perspectiva a la mirada de la muchacha al focalizarse la trama en Dita, lo cual facilita la empatía, sin caer en ningún momento en la sensiblería. Al contrario, Iturbe sabe describir la ignominia con toda su crudeza pero sin morbosidad y nunca sucumbe al maniqueísmo. La historia, que arranca en el Auschwitz de 1944 y acaba poco después del final de la guerra, cuando Dita ha cumplido dieciséis años, da cuenta del calvario de una familia judía desde la entrada de los nazis en Praga hasta su derrota en 1945. Recorremos con Dita, en retrospectiva, el camino de Praga al gueto de Terezín y de allí a Auschwitz, donde trascurre el grueso de la acción, hasta que es deportada a Bergen-Belsen. En esta trayectoria sabremos del hambre, del miedo, de la enfermedad, de la desesperación, de la tortura, de la muerte, pero también de la resistencia, del amor, de la ternura, la amistad, la solidaridad y la esperanza. Un recorrido que rinde homenaje a la literatura como tabla de salvación de la humanidad, como algunas víctimas han atestiguado (Ruth Klüger, Seguir viviendo).
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Sabido es desde hace mucho que los límites entre realidad y ficción son a menudo difíciles de definir y que la verdad histórica se reconstruye y se refleja con frecuencia mejor en un relato ficticio que en una crónica. Éste es el caso de la novela de Iturbe, que logra albergar en sus páginas los variados y algunas veces sorprendentes matices de la vida en Auschwitz-Birkenau, un lugar donde, a pesar de ser símbolo del mayor horror del siglo XX, sigue siendo increíblemente posible el gesto humanitario.
Iturbe tiene una intención claramente documental que quiere dejar patente conservando los nombres de la mayoría de las figuras que intervienen, todas ellas reales –cambia únicamente el nombre o el apellido de algunos protagonistas-. El autor subraya esta intención añadiendo al final un “Epílogo” en el que explica cómo siguió en la realidad la vida de Dita, una “Etapa Final” en la que da cuenta del camino que recorrió la documentación de la novela y de su relación después con la verdadera Dita, a quien localizó en Israel, una “Bibliografía Principal Consultada” y un “Anexo” en el que se informa al lector sobre el devenir de algunos de los personajes –víctimas y verdugos, aunque predominan estos últimos-: Rudi Rosenberg, Elisabeth Volkenrath, Rudolf Höss, Adolf Eichmann, Petr Ginz, David Schmulewski, Siegfried Lederer, Hans Schwarzhuber, Josef Mengele, Seppl Lichtenstern y Margit Barnai. Una novela muy recomendable de un autor que lleva veinte años dedicado al periodismo cultural.
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© Anna Rossell
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