José Florencio Martínez,
Teseo no saldrá del laberinto
in-VERSO ediciones de poesía, Barcelona, 2012, 122 págs.
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“Seguimos siendo griegos”, afirma el autor de Teseo no saldrá del laberinto en su introducción. Y el bello poemario que nos ofrece es el reto que José Florencio Martínez (Trespaderne –Burgos- 1950) asume con el propósito de demostrarlo.
Dividido en tres partes –I De cuando los mitos, II Grecia clásica y III Grecia helenística-, la voz poética recorre los iconos más representativos de nuestros ancestros griegos para evocarlos y rendir agradecido homenaje a lo que el poeta considera, con George Steiner -uno de sus referentes-,” la génesis del ideal griego: entusiasmo por la verdad, hambre de conocimiento, pasión por la libertad”, que constituye aún hoy el sello identitario de Europa. Se alternan en el poemario, de ademán épico, la intención puramente descriptiva con otra más reflexiva y filosófica o la de solazarse en la belleza, cuando la mirada deja de ser contemplativa para devenir sensual y sexual. El autor, quien gusta del endecasílabo blanco y del soneto -aunque no exclusivamente, y siempre con cuidado exquisito de la musicalidad-, deja clara desde el primer momento su adscripción al código filosófico-literario borgiano –su segundo referente-, que introduce una distancia irónica en el poema entremezclando el registro estilístico arcaizante con otro postmoderno -incluyendo el inglés-, amalgama de clasicismo y contemporaneidad. Así hace recordar a la voz poética tiempos pasados: “Tenían, entonces, el tamaño justo / de un hombre las estatuas de los dioses. / Y vinimos nosotros deambulando / por los acantilados, las penínsulas, / […] / El tiempo era un caballo de papel / que perseguía la luna por el agua. / […] / En un claro del bosque recogimos / el legado del pájaro de fuego / y seguimos en la rueda del tiempo / por los barrancos y los tremedales. / A lo lejos siseaban las sirenas: / -‘Paradise now…, paradise now…’ y el eco / dispersaba en la fronda su señuelo. […].” (Congreso de máscaras). O bien invoca al dios: “Zeus, hijo de Cronos, / […] / y jefe del Olimpo, / pues por tus venas corre / toda la mala leche / de la cabra Amaltea / que te crió de niño / […] / ¡Deja esa mala baba / que acarrea tu rostro, / o emplea tu coraje / contra el mal y sus monstruos! / […], vete a echar un buen polvo con una ninfa golfa / […].” (A Zeus, hijo de Cronos y Rea, desenfadadamente). La herencia griega se manifiesta en el fondo y en la forma, trasciende el espacio y el tiempo para fusionarse en texto de claro cuño borgiano: “Teseo: el laberinto se ha ensanchado. / Tu soledad también, al mismo tiempo / […]. / A las estrellas se abre la ventana / y puedes ver más lejos. Todo el cosmos / […]. / Más juntos y más gente conectando / su soledad alzada a las estrellas. […].” (El laberinto del ciberespacio). El impulso reflexivo gira en torno a eternas preguntas existenciales: “Continuamente te haces, contra el viento, / preguntas sin respuesta: ‘¿Dónde vamos? / ¿Qué somos? ¿Tiene arreglo la injusticia, / el dolor de ser hombre en el costado? // […].” (El silencio de la sirena), la inconsistencia de la actitud narcisista: “[…] / Búscate en otros ojos si no te hallas / en el vértigo azul de tu vacío. / […].” (Narciso), a lo efímero y fútil de la arrogancia, al paso del tiempo, que lo reduce todo a nada: se lamenta el yo poético en alusión a Píndaro: […] / Me creí semidiós e invulnerable / en tu círculo mágico asentado. / Y al colocarme la guirnalda ufana / y coronarme de laurel dijiste: ‘El hombre es sólo el sueño de una sombra’. / Y mi victoria corporal fue humo, / menos que la ceniza de los días. / […].” (Epinicio), a la sensualidad: “Por la entrepierna arriba te sube un ramo verde de luna / y, cuando tu desnudo pide una novia para sus nupcias, / entra en tu pecho el lento mascarón de proa / de Circe sonriendo entre la niebla. / Con sus orondas tetas te ama, te amamanta / -(La noche es una leche caliente de mujer)-, […].” (A favor de Circe), la loanza del poeta, capaz de captar tanta hermosura: “[…] / Catador de belleza, ya tus ojos / dibujan en la niebla la arboleda / y tu voz es silencio de poema. / […].” (El vate provecto escucha la voz del oráculo), la sublime y enigmática evocación de una escultura: “[…] Nunca descifraremos vuestro alado / reposo evanescente ni veremos / fuera de aquí cabezas capiteles / que así miren la tarde y la mañana.” (Cariátides), o el lenguaje: “Mimbres de la verdad son las palabras, / pero el agua en su cesto poco dura. / Resbalan las versiones de los verbos / en un arco iris de significados / […] / La belleza nos es dada en fragmentos, / en sucesión de rostros y vocablos; […].” (Trampas del logos II). Altamente recomendable este poemario, segundo que publica el nuevo sello editorial de in-VERSO, que nace con la clara vocación de acoger la mejor poesía.
© Anna Rossell
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