con:
Rosa Abuchaibe (improvisación poética)
Mireia Zantop (danza)
Hanneke Ilse (trompeta)
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Día: 23 de marzo 2012
Hora: 18:00 h
Lugar: Ateneo barcelonés, 5ª planta, C./ Canuda, 6, Barcelona (España)
Presenta: Anna Rossell
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por Anna Rossell
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Conocí la creación poética de Rosa Abuchaibe aquí en este aula del Ateneo, hace casi dos años, un día en que, para conmemorar Sant Jordi, nos reunimos algun@s amig@s del Laberinto a leer poemas de nuestr@s autores más venerados. Al final de la sesión, Felipe nos desveló la inaudita cualidad de Rosa: la de improvisar poéticamente. Aquello me dejó atónita. Y más atónita me quedé cuando, ante la insistencia de Felipe, Rosa accedió a dedicarnos una pequeña muestra de su arte, a pesar de que –como advirtió- nunca lo había hecho ella sola, pues en sus improvisaciones siempre contaba con la colaboración de Mireia Zantop, quien con su movimiento danzante servía de impulso e inspiración a sus palabras. Era la primera vez que Rosa improvisaba poesía “a capella”, es decir, sin el soporte gestual de las formas sugerentes que iba dibujando su compañera Mireia. Sin embargo, estoy convencida de que Rosa imaginaba mentalmente aquellos movimientos en algún paisaje plástico que ella pienso que se crea mentalmente cuando cierra los ojos en un esfuerzo de agotadora concentración, la que exige todo acto realmente creador, del que Rosa despierta siempre extenuada.
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Con el tiempo las he visto actuar varias veces a las dos juntas; ellas advierten al público que la actuación de una no puede desligarse de la de la otra, y que no hay que entender una actuación como fuente de inspiración de la otra, sino que ambas se alimentan y retroalimentan mutuamente, que la palabra no surge siempre a partir del movimiento ni el movimiento se crea a partir de la palabra, sino que se alternan espontáneamente en la toma de iniciativa, ora acción, ora reacción. De este modo podría decirse que en determinados trazos del lenguaje gestual de Mireia está encerrada la poesía de Rosa y que la poesía de Rosa transporta en sí los movimientos que sugiere Mireia. Se desdibujan así los límites entre lo que llamamos las distintas formas de la expresión artística y lo que vemos y oímos deviene un único acto creador. Un acto en el que se altera la racional comprensión del espacio y del tiempo, del mundo creador compartimentado, para remitirnos al mucho más primigenio en el que se origina la vida, donde los sentidos se activan todos de una vez –porque todos se aúnan en el ser humano- y la imaginación se nutre del inconsciente más recóndito. Rosa y Mireia saben del crisol donde se fragua el verdadero arte, que no puede llamarse poesía o danza o pintura o escultura o música, porque por definición no hay ninguna manifestación verdaderamente artística que nazca aislada de las demás. Y porque ellas lo saben, han añadido a su creación también la música de Hanneke Ilse –trompetista en varios conjuntos musicales- que, en sintonía con esta misma concepción de obra de arte, aporta su música a la acción de Rosa y Mireia, música con la que se enriquece desde hace algún tiempo su creatividad.
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Así, hablar del arte de cualquiera de las tres es hablar de cada una de ellas y de todas.
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En el tiempo que me une a Rosa la amistad trabada en El Laberinto de Ariadna, en nuestras conversaciones, he sabido que Rosa es extremadamente autocrítica con sus textos, que depura con exquisita destilación lo que ella considera publicable. Llama pues mucho la atención que cultive precisamente la improvisación poética, algo que, a primera vista, podría parecer una contradicción.
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Sin embargo, en los textos escritos de Rosa –aquellos que no son fruto de la improvisación- se hace ya bien visible la fuente intersensorial de la que bebe el gesto creador de su poesía. Al igual que sucede con su poesía espontánea, que se nutre de impulsos de otras artes difuminando las fronteras entre las diversas manifestaciones artísticas, sus relatos y sus poemas escritos dan fe de que Rosa rehúye el encorsetamiento al que obliga la ortodoxia de los géneros: sus relatos -inéditos por lo que sé-, escritos entre 1980 y 2008, y que ella ha tenido la amabilidad de cederme para que pudiera conocerlos, son testimonio de que Rosa crea desde la profundidad de su entraña, el lugar donde se fraguan sentimientos y pasiones que adoptan la forma de palabras –paradógicamente sin pasar por el logos-, un lugar que no conoce distinciones entre poesía, prosa o dramaturgia, sino un único y hermoso lenguaje universal, un lenguaje nacido y apto únicamente para expresar las vertientes sensibles de la vida y sólo las sensibles. Según yo lo percibo en mi lectura, los relatos de Rosa, incluso aquellos que más se acercan a la prosa tradicional –como los que llevan por título Caracolas o Bolero respectivamente-, dan fe de la extrema impresionabilidad de su autora, de su exacerbada cualidad de observación emocional: con muy pocas pinceladas –pues se trata de relatos cortos si bien no son microrelatos-, Rosa construye con precisión ambientes, situaciones y caracteres, y lo logra con discreción y sencillez porque sabe dónde está el detalle significativo, la magnitud de una mirada fugaz, la importancia de un gesto casi imperceptible. Y en otros, que se acercan más al registro poético o incluso al dramatúrgico –como en los titulados Crisol, El viaje, un sueño intenso… o Canto a los Océanos-, alterna voces en las que a veces nos parece percibir ecos del coro de las tragedias griegas o donde un personaje sustituye de pronto a la voz narradora para dar expresión inmediata al lamento de su dolor. Tanto en unos como en otros se tiene a menudo la sensación de que Rosa pinta o dibuja con palabras en vez de hacerlo con pincel. Ya en estos relatos hay implícita una intención pictórica, quizá inconsciente, de la misma manera que estoy segura de que había determinados paisajes en la mente de Rosa aquel día en que yo oí por primera vez su improvisación poética sin acompañamiento alguno. El acompañamiento visual se formaba en su mente y ella creaba verbalmente a partir de aquél y la creación verbal retroalimentaba a su vez su fantasía visual.
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Precisamente por esta naturaleza de hibridación artística que ya apuntaba en los textos de Rosa antes de que se uniera a Mireia Zantop primero y además a Hanneke Ilse después, creo que es un feliz acierto la conjunción de estas tres creadoras que crean a la vez para producir en su interacción una única obra de arte.
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En al año 2010 Rosa Abuchaibe dio un paso en el sentido de la interactuación artística, si bien entonces se trataba de crear poemas a partir de impulsos pictóricos: en una exposición titulada Las artes y las letras, que tuvo lugar aquel año en Barcelona, Rosa plasmó en lenguaje poético la obra plástica de Javier Quintanilla, la obra pictórica de María Gloria Andrade y también de Mireia Zantop, que entonces mostraba su faceta de pintora.
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En los versos que en aquel entonces le inspiraba a Rosa la obra plástica de estos artistas se manifiestan ya muchas imágenes que aparecen de modo recurrente en sus improvisaciones poéticas y que conforman el magma concentrado del que extrae las metáforas que va moldeando, la materia prima universal de la que se deriva la vida. Sus poesías son en este caso descripciones de la obra artística que ella contempla –a veces breves aunque intensas, otras no tan breves-, en las que echa mano de distintos registros, ora impresionista, ora surrealista, ora a caballo entre uno y otro:
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Por ejemplo, entre las descripciones breves:
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Obra plástica de Javier Quintanilla
“Cristales, nieva en el aire
volátil mar, va y viene
torbellino de sueños disipándose…”
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O bien:
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“Entre cristales atrapan los versos
ese instante en la mirada
tamiza el iris en capas azules…
se desvanece en el cerebro, pinta, despinta,
azul piel, azul sueño, azul rabia.”
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O este otro, en formato de haiku:
Obra pictórica de María Gloria Andrade
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“Ramaje en sombra
tronco anudado en florido pubis
entre los dedos…”
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Por ejemplo, entre las descripciones más extensas:
Obra pictórica de María Gloria Andrade
Aire
“Caramba amor, el viento envolvió tu alma,
los valles y los cañones te vieron pasar convertida en aire,
mi puerta golpeó con rabia tu despedida y mi alma voló contigo al
infinito…
vientos alisios soplaron desde los trópicos hasta el ecuador, emergiendo
árboles…
tu juego arremolinado cálido y candente hizo susurrar las ramas.
Recorrimos la selva entre pelajes rojizo gris y blanco,
ríos de agua dulce se ondulaban con tu vestido de vientos,
musgos crecían en las orillas… los caimanes alzaban sus cabezas al
vernos pasar, sombras húmedas de los árboles nos cobijaban a ras del
suelo…
jugueteaba tu aire con el siseo del mío coloreando tus pechos.
Envueltas en el follaje de las orquídeas esparcimos silbidos cálidos,
revestidas de brisa marina, vientre azul florido a la luz de la luna,
soñaban las algas que volábamos a la nada planetaria… Aire…”
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O bien esta otra, que surge de la contemplación de un cuadro de Mireia Zantop:
Obra pictórica de Mireia Zantop
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“Se viste de sedavuela al infinito
con la danza de sus pies…
embriaga el aire…
la luna en el mar
ilumina, su cuerpo vaporoso
fragilidad de movimiento
círculos de fuego enredado
en el fino hilo de su cintura…
diamante su ombligo
ondulado el viento
labios de sal
besan el sonido…
sus pasos se difuminan
en el sueño de la noche…”
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Pero lo que hoy veremos y oiremos es aún otro paso más: ya no se trata de la inspiración poética a partir de una contemplación estática, sino de tres impulsos artísticos distintos que, en continuo movimiento y devenir interactúan entre ellos para ofrecernos una única obra.
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Mis felicitaciones a las tres, y bienvenidas a El Laberinto de Ariadna.
© Anna Rossell
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