CHAD, CUADERNO DE BITÁCORA (2).
Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad,
Anónimo
Es una suerte poder vivir esta experiencia, hablarla y reflexionarla con tan buenos compañeros, que me ayudan a ir más allá de lo aparente, de lo superficial. Mucho de lo que cuento sale de las conversaciones con Lluís y Aurelie, la enfermera francesa coordinadora de la Escuela de Enfermería. Tenemos superbuena relación y con su experiencia estamos ganando mucho en comprensión de la cultura y en acercarnos a la gente. Con el paso de los días me voy dando cuenta que es una lástima perder la oportunidad de conocerlos. Son tan tan distintos, que a veces da un poco de miedo. Barthelemy, el médico chadiano, es de la etnia tupurí. Tienen unas tradiciones muy arraigadas y, a veces, violentas. Esta semana ha ido a N’Djamena a pagar la dote de su mujer, 12 bueyes, y a traérsela. A cambio el padre de la chica le ha entregado una vara con la cual puede pegarla si no se comporta como se espera. Hoy los hemos invitado a los dos a comer a la casa de los cooperantes. Ella no ha abierto la boca; así es cuando las mujeres cuando están en presencia de los hombres. Pero si no hablamos con Barthe porque su manera de pensar nos parece repulsiva, perdemos la oportunidad de darle una visión diferente de las cosas y además nos cerramos a la posibilidad de ver que su comportamiento no se debe a la crueldad, sino al poco cuestionamiento que hace de unas tradiciones que dan sentido a su vida en muchos aspectos. Podrá parecernos horrible, pero es un camino que tienen que recorrer ellos si quieren y cuando quieran. Y digo ellos, refiriéndome a los hombres y a las mujeres, porque en muchas ocasiones ellas contribuyen a perpetuar esas tradiciones. Según nos han explicado, como de los hombres se espera que ejerzan su autoridad sobre las mujeres, porque es muestra de su virilidad, hay mujeres que provocan a sus maridos para que las peguen, para mostrar socialmente que están con hombres muy hombres. Evidentemente esto no los justifica, pero ilustra la complejidad de las motivaciones y lo arriesgado que es juzgar. Tampoco están nuestras sociedades como para dar lecciones de convivencia ni de igualdad de oportunidades, y vamos avanzando a nuestro ritmo, el que marcamos los hombres y las mujeres que las formamos, a veces a trompicones, sin que nadie nos juzgue como sociedad.
Junto a esto, que resulta desesperanzador, se ven ejemplos de gente que ha decidido ser crítica con los aspectos que su tradición impone y que consideran negativos. Padres que han decidido que la iniciación de sus hijos e hijas no se acompañe de las heridas en la cara, que más tarde se convierten en cicatrices queloideas, marca de identidad de las diferentes etnias. Parejas que deciden limitar el número de hijos para poderles dar una mejor educación.
Pero cada uno de estos pasos es muy dificultoso; los avances son tremendamente frágiles. Aquí la vida no tiene apenas perspectivas, no hay casi lugar para la ambición ni para los sueños. Ni siquiera las pocas personas que tienen un trabajo remunerado pueden aspirar a demasiado. El trabajo no tiene nada que ver con la realización personal. El sueldo da para la supervivencia justísima de unas familias muy extensas. Conociendo esto, se comprende un poco mejor la dificultad para mantener la motivación del personal local en el trabajo y el alto índice de alcoholismo entre los enfermeros, por ejemplo. El ÚNICO placer, lo ÚNICO superfluo que se pueden permitir es el alcohol, en forma de billi-billi, una bebida de maíz fermentado que cuesta a 25-30 cefas (unos 5 céntimos de euro) la calabaza y alguna cerveza, muy pocas (cuestan 750 cefas, algo más de 1 euro), a principios de mes. Hay que pensar que el sueldo de un enfermero aquí es de 70 000 CFC (poco más de 100 euros) y que tienen el compromiso de quedarse durante 10 años como pago de sus estudios.
Ya casi estamos trabajando a ritmo de CAP de Barcelona, algunos días incluso superamos el número de visitas de los CAPs privilegiados. Ayer hicimos 27 primeras visitas y 17 controles. Acabamos muertos. Como en todas partes hay gente que no tiene nada, algunos que tienen miedo de tener algo y otros que tienen algo pero ni tu arte ni las poquísimas pruebas complementarias de las que dispones permiten aclararlo. Sin embargo aquí la barrera idiomática y la diferente concepción del mundo dificultan muchísimo las cosas. La gente no sabe qué edad tiene, ni cuándo nació un niño que no puede tener más de 6 meses, ni cuándo empezó un síntoma. En lo temporal las cosas se relacionan con acontecimientos vitales o naturales (plantación del cacahuete, la primera lluvia del año…) y las asociaciones causa-efecto son muy diferentes de las nuestras. Algo te pasa desde que alguien te dio la mano, desde que una mujer que a nuestros ojos no existe te sedujo o desde que el gato del vecino se murió. Cuando preguntas a alguien cómo está (“ça va?”) la respuesta es siempre “ça va un peu” porque si dices que estás bien del todo, inmediatamente te va a suceder algo malo. Con Aurelie, la coordinadora de la Escuela de Enfermería, comentábamos que lo que más nos cuesta entender a nosotros, lo que nos resulta más desesperanzador, es que raramente esa concepción del mundo y de la causalidad varía aunque haya una formación científica que racionalmente la contradiga. El año pasado alguien perdió un brazo a causa de un accidente, pero se extendió la voz de que había sido porque alguien le había dado la mano. Uno de los sospechosos de la desaparición del miembro estuvo a punto de morir apaleado y durante semanas los enfermeros del hospital no daban la mano a nadie.
Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad,
Anónimo
Es una suerte poder vivir esta experiencia, hablarla y reflexionarla con tan buenos compañeros, que me ayudan a ir más allá de lo aparente, de lo superficial. Mucho de lo que cuento sale de las conversaciones con Lluís y Aurelie, la enfermera francesa coordinadora de la Escuela de Enfermería. Tenemos superbuena relación y con su experiencia estamos ganando mucho en comprensión de la cultura y en acercarnos a la gente. Con el paso de los días me voy dando cuenta que es una lástima perder la oportunidad de conocerlos. Son tan tan distintos, que a veces da un poco de miedo. Barthelemy, el médico chadiano, es de la etnia tupurí. Tienen unas tradiciones muy arraigadas y, a veces, violentas. Esta semana ha ido a N’Djamena a pagar la dote de su mujer, 12 bueyes, y a traérsela. A cambio el padre de la chica le ha entregado una vara con la cual puede pegarla si no se comporta como se espera. Hoy los hemos invitado a los dos a comer a la casa de los cooperantes. Ella no ha abierto la boca; así es cuando las mujeres cuando están en presencia de los hombres. Pero si no hablamos con Barthe porque su manera de pensar nos parece repulsiva, perdemos la oportunidad de darle una visión diferente de las cosas y además nos cerramos a la posibilidad de ver que su comportamiento no se debe a la crueldad, sino al poco cuestionamiento que hace de unas tradiciones que dan sentido a su vida en muchos aspectos. Podrá parecernos horrible, pero es un camino que tienen que recorrer ellos si quieren y cuando quieran. Y digo ellos, refiriéndome a los hombres y a las mujeres, porque en muchas ocasiones ellas contribuyen a perpetuar esas tradiciones. Según nos han explicado, como de los hombres se espera que ejerzan su autoridad sobre las mujeres, porque es muestra de su virilidad, hay mujeres que provocan a sus maridos para que las peguen, para mostrar socialmente que están con hombres muy hombres. Evidentemente esto no los justifica, pero ilustra la complejidad de las motivaciones y lo arriesgado que es juzgar. Tampoco están nuestras sociedades como para dar lecciones de convivencia ni de igualdad de oportunidades, y vamos avanzando a nuestro ritmo, el que marcamos los hombres y las mujeres que las formamos, a veces a trompicones, sin que nadie nos juzgue como sociedad.
Junto a esto, que resulta desesperanzador, se ven ejemplos de gente que ha decidido ser crítica con los aspectos que su tradición impone y que consideran negativos. Padres que han decidido que la iniciación de sus hijos e hijas no se acompañe de las heridas en la cara, que más tarde se convierten en cicatrices queloideas, marca de identidad de las diferentes etnias. Parejas que deciden limitar el número de hijos para poderles dar una mejor educación.
Pero cada uno de estos pasos es muy dificultoso; los avances son tremendamente frágiles. Aquí la vida no tiene apenas perspectivas, no hay casi lugar para la ambición ni para los sueños. Ni siquiera las pocas personas que tienen un trabajo remunerado pueden aspirar a demasiado. El trabajo no tiene nada que ver con la realización personal. El sueldo da para la supervivencia justísima de unas familias muy extensas. Conociendo esto, se comprende un poco mejor la dificultad para mantener la motivación del personal local en el trabajo y el alto índice de alcoholismo entre los enfermeros, por ejemplo. El ÚNICO placer, lo ÚNICO superfluo que se pueden permitir es el alcohol, en forma de billi-billi, una bebida de maíz fermentado que cuesta a 25-30 cefas (unos 5 céntimos de euro) la calabaza y alguna cerveza, muy pocas (cuestan 750 cefas, algo más de 1 euro), a principios de mes. Hay que pensar que el sueldo de un enfermero aquí es de 70 000 CFC (poco más de 100 euros) y que tienen el compromiso de quedarse durante 10 años como pago de sus estudios.
Ya casi estamos trabajando a ritmo de CAP de Barcelona, algunos días incluso superamos el número de visitas de los CAPs privilegiados. Ayer hicimos 27 primeras visitas y 17 controles. Acabamos muertos. Como en todas partes hay gente que no tiene nada, algunos que tienen miedo de tener algo y otros que tienen algo pero ni tu arte ni las poquísimas pruebas complementarias de las que dispones permiten aclararlo. Sin embargo aquí la barrera idiomática y la diferente concepción del mundo dificultan muchísimo las cosas. La gente no sabe qué edad tiene, ni cuándo nació un niño que no puede tener más de 6 meses, ni cuándo empezó un síntoma. En lo temporal las cosas se relacionan con acontecimientos vitales o naturales (plantación del cacahuete, la primera lluvia del año…) y las asociaciones causa-efecto son muy diferentes de las nuestras. Algo te pasa desde que alguien te dio la mano, desde que una mujer que a nuestros ojos no existe te sedujo o desde que el gato del vecino se murió. Cuando preguntas a alguien cómo está (“ça va?”) la respuesta es siempre “ça va un peu” porque si dices que estás bien del todo, inmediatamente te va a suceder algo malo. Con Aurelie, la coordinadora de la Escuela de Enfermería, comentábamos que lo que más nos cuesta entender a nosotros, lo que nos resulta más desesperanzador, es que raramente esa concepción del mundo y de la causalidad varía aunque haya una formación científica que racionalmente la contradiga. El año pasado alguien perdió un brazo a causa de un accidente, pero se extendió la voz de que había sido porque alguien le había dado la mano. Uno de los sospechosos de la desaparición del miembro estuvo a punto de morir apaleado y durante semanas los enfermeros del hospital no daban la mano a nadie.
Hace unos días llegó un niño de unos 12 meses con un paludismo grave en estado comatoso con una anemia severa y con un edema agudo de pulmón (pulmones encharcados). El niño se moría claramente y los enfermeros y la monja de los Cuidados Intensivos (sólo significa que en el servicio se hacen tratamientos endovenosos y que hay un enfermero de guardia por la noche, a diferencia de los Cuidados post-Intensivos, en los que no hay nadie) intentaron buscar una vía pero al no conseguirlo, lo dejaron correr. Allí estábamos Lluís, Martí y yo, contemplando cómo el fatalismo realista (muy realista) hacía que no se luchara ni un poquito más por una vida de sólo unos meses. Dudamos, por la falta de experiencia y por la conciencia de que los recursos son muy limitados, pero allí se lanzó Martí. Consiguió que la yugular se le hinchara ligeramente justo para sacar un poquito de sangre, que permitió hacer las pruebas de compatibilidad con la madre. Luego milagrosamente encontró una venita en el brazo para pasarle la transfusión y con un poquito de seguril (jamás pensé en dárselo a un niñito de 1 año) y un antipalúdico, lo dejamos luchando, con la certeza absoluta de que al día siguiente ya estaría. Nuestra reflexión fue que cada uno tiene que llegar hasta donde sus conocimientos le permiten llegar y hasta donde la experiencia y la conciencia le dicen que llegue. Nosotros no podíamos hacer otra cosa.
(La autora es médica voluntaria en Chad desde julio de 2009)
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