4 de enero de 2010

LA VIOLENCIA DE LOS PREJUICIOS

Es sabido que el pueblo judío siempre ha constituido una minoría "diferente" en los distintos países que han acogido su diáspora. Sin embargo no es tan conocido el hecho de que su objetivo prioritario era el de la asimilación. A pesar de ello las diversas sociedades de acogida han desarrollado actitudes de rechazo y de discriminación, que a lo largo de la historia han sido más o menos violentas hasta la culminación con el genocidio nazi: guetos, expulsión del país, exterminio en campos de concentración.
Las razones de las actitudes antijudías han sido materia de estudio de muchos historiadores. A menudo llegan a la conclusión de que fue la exclusión forzosa de muchas profesiones lo que les obligó a ejercer mayoritariamente otras profesiones influyentes -banca, industria, edición...-, que a su vez suscitaban la envidia de las sociedades de acogida. Así podría hablarse de un círculo vicioso en el que la discriminación original provocaría situaciones que, de nuevo, impulsarían una discriminación mayor aún.

Refiriéndose a la situación de la comunidad judía en Alemania en el siglo XIX, el historiador Saul Friedländer (1) hace un repaso de las causas de la exclusión judía y apunta:

Para algunos historiadores, el enraizamiento y la propia permanencia del antijudaísmo cristiano constituían la base única de todas las formas de antisemitismo moderno. [...]. Se dijera lo que se dijese acerca del judío, éste era, en primer lugar y por encima de todo, el "otro", aquel que había rechazado a Cristo y la revelación divina. En última instancia, quizás el efecto más poderoso del antijudaísmo religioso era la estrutura dual de la imagen antijudía heredada de la cristiandad. Por una parte, el judío era un paria, el testigo despreciado de la marcha triunfal de la verdadera fe hacia tiempos futuros; por otra, a finales de la Edad Media apareció una imagen opuesta en la cristiandad popular y sus movimientos milenarios: la del judío demoníaco, el perpetrador de crímenes rituales, el conspirador contra la cristiandad, el heraldo del Anticristo, el poderoso y oculto emisario de las fuerzas del mal. Es esta imagen dual la que reaparece en algunos aspectos relevantes del antisemitismo moderno. Y sus dimensiones ocultas amenazantes se han convertido en tema recurrente de las principales teorías de la conspiración del mundo occidental.
El fantasma cristiano de una conspiración judía urdida contra la comunidad cristiana bien podría ser un renacimiento de la idea pagana de que los judíos eran enemigos de la humanidad que obraban en secreto contra el resto del mundo. Según una popular leyenda cristiana medieval, "periódicamente se convocaba un sínodo secreto de rabinos procedentes de toda Europa para determinar a qué comunidad le tocaba el turno de cometer un crimen ritual" (2). Desde el siglo XVIII, las nuevas teorías de la conspiración también apuntaban a la amenaza de cierto número de grupos ocultos no judíos: francmasones, illuminati, jesuitas. En el paisaje de la modernidad, el pensamiento político paranoide se estaba tornando hasta cierto punto un elemento inseparable.

De estas teorías de la conspiración bebía el pensamiento ideológico y político paranoide de Hitler y Franco, la referencia constante de Franco a la conspiración judeo-masónica (3).
Se atribuye a Dietrich Eckart una fuerte influencia ideológica en este sentido sobre Hitler. En las últimas palabras del diálogo entre Eckart y Hitler que aquél recogió en la obra Der Bolschewismus von Moses bis Lenin: Zwiegespräch zwischen Adolf Hitler und mir (El bolchevismo desde Moisés a Lenin: un diálogo entre Adolf Hitler y yo), escrito y publicado antes que Mein Kampf, Hitler resume el objetivo último de todo judío:

Ciertamente se trata de eso [...]; como usted [Eckart] escribió una vez: sólo se puede comprender a los judíos cuando se sabe cuál es su meta final. Aparte del dominio del mundo, su objetivo es la destrucción del mundo. (4)

Y en Mein Kampf -comenzado en el verano de 1924 y publicado en primera edición en julio de 1925- Hitler recogerá buena parte de las ideas plasmadas en el Diálogo. Mein Kampf habla de una conspiración judía para ganar el liderazgo mundial. Refiriéndose al "peligro judío" en los años de la Primera Guerra Mundial Hitler escribe:

La sensación general [en el ejército] era de abatimiento. [...] Todos los empleos estaban llenos de judíos. Casi todos los oficinistas eran judíos y casi todos los judíos eran oficinistas. [...] En lo que concierne a la vida económica, la situación era aún peor. Aquí el pueblo judío se había vuelto realmente "indispensable". La araña ya estaba empezando lentamente a chupar la sangre de los poros del pueblo. A través de las corporaciones de guerra habían encontrado un instrumento con el cual liquidar, de manera paulatina, la libre economía de la nación. (5)

Y también:

Si, con la ayuda de su credo marxista, los judíos salen victoriosos sobre los demás pueblos del mundo, su corona será la corona funeraria de la humanidad y nuestro planeta, tal como ocurrió hace miles de años, se moverá por el éter desprovisto de seres humanos. (6)

Y al final del segundo capítulo de Mein Kampf sus palabras derivan hacia una religiosidad por la que se siente a sí mismo un iluminado, enviado de Dios, para llevar a cabo la voluntad de Dios en la tierra:

Hoy creo que estoy actuando conforme a la voluntad del creador Todopoderoso: defendiéndome de los judíos, realizo la obra del Señor. (7)

La primera presentación detallada del credo antijudío la hizo Hitler el 13 de agosto de 1920 en la famosa cervecería Hofbräuhaus de Múnich. En el discurso, de tres horas de duración, que llevaba por título ¿Por qué somos antisemitas?, decía entre otras cosas:

[...] no existen judíos buenos o malos; aquí todos trabajan conforme a los imperativos de la raza -o si lo preferimos, la nación- y todo lo que está ligado a ella, carácter y demás rasgos, [...], reside en la sangre, y esa sangre impele a todo individuo a actuar según esos principios. [...] A un individuo que es judío le mueve un único pensamiento: ¿cómo puedo elevar a mi nación para convertirla en la nación dominante? (8)

Este punto de partida justificaría para los defensores de tal ideología la puesta en marcha de una maquinaria universal de combate de dimensiones tan gigantescas como la pretendida amenaza de la supuesta conspiración:

Lo que distingue el estilo paranoico -señalaba Richard Hofstadter en una obra publicada en 1979- (9) no es que sus exponentes vean conspiraciones o tramas aquí o allá a lo largo de la historia, sino que piensan que una conspiración "vasta" o incluso "gigantesca" es la fuerza motriz de los acontecimientos históricos. La historia sería una conspiración puesta en marcha por fuerzas demoníacas que poseen un poder casi trascendente, y lo que se necesita para derrotarlas, según creen, no son los habituales métodos políticos de toma y daca, sino una cruzada total.


Notas:

(1) Saul Friedländer, El Tercer Reich y los judíos. Los años de la persecución (1933-1939), Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2009, pp. 123-124.

(2) Amos Funkenstein, "Anti-Jewish Propaganda: Pagan, Christian and Modern", Jerusalem Quarterly 19, 1981, p. 67. Citado según Saul Friedländer, op. cit. p. 124.

(3) Según Saul Friedländer, la larga y rica tradición que atribuía conspiraciones mundiales a los judíos había cristalizado ya a mediados de la década de 1890 en los Protocolos de los sabios de Sión, texto construido a base de invenciones por orden de Piotr Rachkovsky, jefe de la delegación en París de la policía secreta zarista. Los Protocolos, poco conocidos hasta el estallido de la Revolución rusa, se propagaron sobre todo tras el derrumbamiento del régimen zarista. El texto, llevado a occidente por los rusos blancos que huían, se dieron a conocer entonces rápidamente. En los años anteriores al ascenso de Hitler al poder aparecieron 33 ediciones alemanas, e incontables ediciones más después de 1933. Los Protocolos se convirtieron en el texto canónico de los teóricos de la conspiración judía (Cp. Saul Friedländer, op. cit. , p. 137).

(4) Dietrich Eckart, Der Bolschewismus von Moses bis Lenin. Zwiegespräch zwischen Adolf Hitler und mir, Múnich, s. f. (1924), p. 49. Citado según Saul Friedländer, op. cit., p. 142.

(5) Adolf Hitler, Mein Kampf, Londres, 1974, p. 193. Citado según Saul Friedländer, op. cit. pp. 110-111.

(6) Hitler, Mein Kampf, p. 65. Citado según Saul Friedländer, op. cit., p. 142.

(7) Íbid, p. 679. Citado según Saul Friedländer, op. cit., p. 143.

(8) Adolf Hitler, Sämtliche Aufzeichnungen, Eberhard Jäckel y Axel Kuhn (eds.), Stuttgart, 1980, p. 199. Citado según Saul Friedländer, op. cit., pp. 140-141.

(9) Richard Hofstadter, The Paranoid Style in American Politics and Other Essays, Chicago, 1979, p. 29, citado según Saul Friedländer, op. cit., p. 124).

2 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

He devorado el libro de Friedlander. La historia de los judíos, en mi opinión, guarda una enseñanza para la humanidad: la de la ausencia de redención.

Unknown dijo...

Sí, por lo que sé, así es. Y la otra cara de la misma moneda es el sentimiento que algunos judíos tuvieron con respecto al genocidio nazi: el de que los horrores perpetrados sobre ellos por los nazis eran el merecido castigo que caía sobre ellos por la culpa histórica que su pueblo había contraído.