4 de diciembre de 2009

UNA CORRESPONDENCIA MÁS, por Anna Rossell

UNA CORRESPONDENCIA MÁS

Joseph Roth, Cartas (1911-1939),
Edición y notas de Hermann Kesten.
Trad. de Eduardo Gil Bera,
Acantilado, Barcelona, 2009, 685 págs.

Por Anna Rossell

Sin duda la correspondencia o los diarios de un escritor son una valiosa fuente de información para quien desea conocer en profundidad al autor y su obra. En ellos se nos presenta la persona en su humanidad más expuesta, lo cual puede iluminar aspectos de su vida y modo de pensar que nos ayuden a forjarnos una idea de ella, a completarla o corregirla. Por esto –y por la curiosidad morbosa que conlleva la indagación en la intimidad ajena- la posibilidad de acceder a esta documentación va acompañada de expectante interés. En el prefacio al volumen de cartas del gran narrador austrohúngaro Joseph Roth (Brody, Imperio Austrohúngaro, 2 de septiembre de 1894-París, 27 de mayo de 1939) que acaba de ver la luz de la mano de Acantilado, el editor de este intercambio epistolar y amigo de Roth, Hermann Kesten, se extiende en consideraciones acerca de los motivos para la publicación de este tipo de documentos privados así como de los criterios que pudieran aconsejar una selección, y alega dos razones a favor de su decisión de publicar todas las cartas conservadas del autor, sin restricción alguna: “[...] la primera de ellas es que, treinta años después de su muerte, aún no hay ninguna biografía de Roth; la segunda consiste en que cualquier lector [...] reconocerá en él a un maestro de la forma breve sin que tengan que probárselo sus ‘mejores’ cartas”. El primer argumento convence: en 1970, año de la edición del original alemán, no existía ninguna biografía de Roth (la primera, de David Bronsen, Joseph Roth, eine Biographie, salió en 1974), al segundo cabe replicar que la mejor prueba de la concisión estilística de Roth es su literatura. Una vez cumplida su función –servir a filólogos de fuente de datos para la composición de una biografía o el estudio de aspectos concretos de la obra- no tiene sentido publicar todas las cartas conservadas del autor, muchas de las cuales se explayan en detalles de la vida cotidiana, privada y profesional, que se repiten machaconamente. Cierto que en España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la literatura de este gran narrador centroeuropeo y que en cambio los estudios sobre ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su obra –veinticinco libros sólo a partir del año 2000, doce en Acantilado- se han añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado) como los de Pilar Estelrich, Visió d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos, 1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth, Liceus, 2006), Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).
Las cartas del autor austrohúngaro, que abarcan desde 1911 hasta casi su muerte e incluyen un amplio registro de destinatarios –familiares, editores, su traductora al francés y amigos-, reflejan un Roth desarraigado y errante, cada vez más aquejado por las penurias económicas y el alcoholismo, fervoroso monárquico en lo ideológico, directo y sincero en el carácter, que dice lo que piensa, aunque ello pueda acarrearle más problemas. La correspondencia gana interés a partir de 1933, cuando Hitler se hace con el poder en Alemania. Sin duda, además de las notas de Kesten, las cartas más valiosas –y más numerosas- son las que intercambia con Stefan Zweig, amigo que le socorría en los apuros económicos y al que sin embargo no tuvo ningún reparo en reprocharle duramente su “actitud vacilante” ante el nacionalsocialismo. Éstas, las del año 1933, y las de 1935, donde se refleja la sorprendente intención de Zweig de preparar un manifiesto contra el horror nazi, salvan este volumen, que, por lo demás, no descubre nada verdaderamente nuevo.

Anna Rossell

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