8 de octubre de 2009

Brigitte Burmeister, Bajo el nombre de Norma, por Anna Rossell

LO QUE QUEDA DE LA UTOPÍA

Brigitte Burmeister, Bajo el nombre de Norma
Trad. de Valentín Ugarte,
451 Editores, Madrid, 2009, 285 págs.

Anna Rossell

La historia de Alemania sigue siendo en el siglo XXI el gran tema de la narrativa alemana, que en los últimos tiempos tantea con mayor o menor acierto la digestión emocional del proceso de reunificación, para muchos no ausente de dolor y tragedia.
Silenciosa resistencia al olvido, fidelidad a la identidad. Ésta es la actitud que defiende Marianne Arends, la protagonista narradora de Bajo el nombre de Norma, frente a la frenética liquidación de valores que se impone a su alrededor. Igual que las de Irina Liebmann, En Berlín y Marion Titze, Pérdida desconocida, publicada en 1994 y ganadora ésta el mismo año del premio de la crítica, la novela glosa, tres años después de la caída del Muro, la vertiginosa desaparición de un mundo a cuyo legado positivo Marianne se mantiene fiel. Trasunto de su propia heroina y dando muestras de esta fidelidad Brigitte Burmeister (Posen, 1940) toma el testigo literario e ideológico de su compatriota Christa Wolf en El cielo dividido. Ahora bajo cielo reunificado, al igual que la Rita Seidel de Wolf, hace regresar a Marianne a Berlín este, tras una breve estancia en Alemania occidental donde ha visitado a su marido, quien ha optado por la actitud contraria: mudarse al oeste, olvidar el pasado, hacer carrera profesional y adaptarse a las nuevas condiciones de competitividad. Sin tomar absoluto partido por la RDA, no ausente de crítica en la novela, Burmeister aplica a su literatura las mismas categorías que defiende para la vida, la observación minuciosa a través de los sentidos, el valor de lo tranquilo, menudo y sencillo, que reivindica y siente amenazadas ante la deslumbrante ostentación y superficialidad de la nueva sociedad que se impone a machamartillo. Así los tiempos transcurren de manera absolutamente opuesta en los mundos aún opuestos del este y del oeste, del mismo modo que se entiende de forma completamente distinta el trato personal. A partir del ambiente que se desarrolla en el patio trasero de la humilde escalera del céntrico y crucial barrio de Berlín-Mitte donde vive Marianne, Burmeister sabe transmitir con nostalgia los temas clave que ocupan a los vecinos desde los primeros momentos de la reunificación en 1989 hasta 1992, así como la relación humana entre ellos. La velocidad con que se desvanecen los recuerdos de la vida cotidiana del pasado reciente y la necesidad de rescatarlos del olvido constituye una de las reclamaciones de Marianne, que, a partir de ruidos y observaciones explaya su memoria, que no sigue un esquema lineal. Burmeister desarrolla su técnica narrativa a partir de dos únicos días de narración, muy significativos para la interpretación de la novela: el 17 de junio [de 1953] –día de la histórica insurrección obrera en la RDA contra el gobierno- y el 14 de julio [de 1789], fecha de la toma de la Bastilla, como utopía pendiente, el mismo día en que la protagonista regresa a Berlín este. Un manojo de cartas rescatadas del piso liquidado de las ancianas hermanas König, muertas recientemente, así como las que intercambian Marianne y su marido Johannes, sirven a Burmeister para dar cuenta contrastada de la historia del este y del oeste, y para dar fe de que el poderoso oeste no puede alardear de superioridad moral. Mucho y fundamental es lo que sigue separando a la gente de uno y otro lado; los clichés que aplica la arrogancia del prepotente oeste a los ciudadanos del este serán la causa de la disolución del matrimonio de Marianne, quien, en una fiesta organizada por su marido Johannes se inventa el bulo de que, bajo el nombre de Norma, ella fue colaboradora de la Stasi, un lugar común que su interlocutora occidental está demasiado dispuesta a creer. Las simpatías de Burmeister recaen sin duda del lado de la RDA que pudo ser y no fue. Sin embargo al rechazo de la reunificación que se impone no acierta a oponer una alternativa, que apunta sólo muy vaga y tangencialmente aludiendo a una cooperativa en el sur de Francia donde la vida transcurriría idílicamente en fraterna solidaridad. El revolucionario Saint-Just, cuya biografía -al igual que la propia Burmeister- traduce Marianne, parece esbozar el punto de referencia al que se remite la autora: su elevada idea de la amistad entre dos hombres -en el libro trasladada a las dos mujeres, Marianne y Norma- es lo que queda de la liquidación de la utopía.

Anna Rossell

(Publicado en Quimera. Revista de Literatura, núm. 311 (Octubre 2009), p. 72)

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