4 de enero de 2014

TOPOGRAFÍA DEL DOLOR

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Tuya es la voz
Amelia Díaz Benlliure
Los Libros de la Frontera.
El Bardo, colección de poesía, Barcelona, 2013, 68 págs.
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por Anna Rossell
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Hay una poesía tallada con el cincel de la razón, de arquitectura sopesada, construida desde la distancia reflexiva y analítica, y otra esculpida desde la herida abierta, escrita desde la inmediatez del dolor profundo y vivo, que busca en las palabras del poema el alivio que procura el saberlas pronunciadas, ver mitigado el desconsuelo en el momento en que adopta forma y cristaliza en verbo. La poesía de Amelia Díaz Benlliure (Castellón, 1959) pertenece a esta última especie.

Tuya es la voz es un poemario dedicado a un ser querido, es fruto de una vivencia personal de la poeta. Sin embargo Díaz sabe encontrar un registro que eleva esta experiencia a la categoría de universal. Así podría decirse que este libro es un homenaje a las víctimas más sensibles de las guerras, los niños a quienes se ha arrebatado el esencial derecho de la infancia, que han visto morir a sus seres queridos y cuyo alimento ha sido el sufrimiento y la frialdad que inocula la ausencia de cariño, la que se respira en un lugar que no es lugar y que marca para siempre la vida.
El poemario es un recorrido por una de estas vidas, que podría ser la de tantos otros de su misma condición. El punto de partida es la agonía, el tormento que, eterno compañero fiel del tú que evoca e invoca la voz poética, protagoniza el tránsito de éste hacia la muerte. La voz poética rememora, desde este punto agónico del invocado, el sufrimiento de toda su trayectoria vital, al tiempo que refleja la infinita ternura que éste suscita en el sujeto poético: “Sus manos contaron memorias/de los niños sin padres/recluidos entre sombras,/en templos profanados/tras el exilio de los dioses”. La lectura es pues un viaje por la topografía del dolor, por todos sus repliegues, pero también por la compasión en el sentido genuino de la palabra, por la sintonía y empatía con quien sufre, nos descubre lo más sensible del afecto humano, nos desvela las claves de la compenetración: “Llenaba la piel de gritos/el susurro gélido de sus años tiernos”. La comunión con el dolor ajeno lleva al sujeto poético a la indignación por la impotencia de quien ve en estas vidas marcadas en su inicio un destino recurrente sin alivio, sin salida: “La injusticia, la ironía/de una cinta de Möbius/inmortal”. La conciencia de lo injusto, extremada a la vista de la aflicción ajena, deviene culpa en la voz poética, una culpa heredada por el dolor causado en todo el universo, como pecado original que, en nombre de la humanidad entera, se manifiesta en forma de oración: “Pido perdón/a los hijos del Hombre,/a los hijos de los hijos del Hombre.//Perdón/por los cántaros vacíos,/por cada cauce desierto,/por infringir los eriales, perdón”. No hay consuelo para el padecimiento, ni catarsis trascendente. Al contrario, la pena se extrema más aún ante la comprobación de que el descreimiento vence sobre la fe, último baluarte de esperanza: “La fe se reía como arena/huida entre los dedos,/cuando se quiere atrapar/un pretexto de esperanza”. O bien: “[…]. Tenías hambre./Sentías miedo./Tenías hambre./Dios no existía. […]”. La experiencia del mal, ejercido por la criatura humana y traducido en dolor para la criatura humana conduce al sujeto poético a la indignación y a maldecir a un Dios en el que tampoco él cree: ¿Y Tú?/¿Dónde estás ahora?/¿Por qué no regresas/para refundar las piedras/y expulsar/a los dueños del mercado?/[…]”. Si bien no hay redención, sí al menos el bálsamo de la poesía para aplacar la angustia de una existencia desprovista de todo: “La eternidad llegó/en papeles que envolvieron/cada uno de los versos/[…].//Ellos fueron, al fin,/[…]//La luz de todos los terrores”.

El poemario, concebido como un único poema, un largo lamento de principio a fin, está dividido en diez momentos poético-emocionales, que ocupan las páginas de la derecha y rememoran la vida del doliente reviviendo el tormento pasado, mientras que en las páginas de la izquierda se compone, en cada caso y en letra cursiva, el poema sobre el correspondiente de la derecha, una reflexión desde el momento actual de la voz poética, que a la vez que rinde homenaje a los más vulnerables, alza su voz contra la desmemoria, entregando el poemario al recuerdo: “Nos reclaman desmemoria/quienes riegan crisantemos./En vano arrojan guijarros/sobre los úteros vacíos/de la Tierra”. Haciéndose eco de la poesía visual, los poemas juegan a menudo con el diseño de un dibujo, que aporta un componente estético añadido.
De Amelia Díaz Benlliure se ha publicado también en España el poemario Manual para entender las distancias (2011).

© Anna Rossell

Publicado en: Un día es un día. Ágora de arte Gramático, sábado, 4 de enero de 2014: http://diariopoliticoyliterario.blogspot.com.es/2014/01/mexico-lindo-y-querido-critica-de-anna.html#links


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