30 de abril de 2012
LA NOSTALGIA ETERNA COMO IDEAL POÉTICO
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Anna Rossell: Recensiones-Artículos,
Felipe Sérvulo
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Felipe Sérvulo, La niña de la colina
Por Anna Rossell
Felipe Sérvulo, La niña de la colina
Prólogo de Enrique Badosa
In-Verso Ediciones de poesía,
Barcelona, 2012, 62 págs.
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Un regalo este nuevo poemario de
Felipe Sérvulo y también la noticia de la creación del nuevo sello editorial
que lo publica, que dirige Amalia Sanchís, dedicado exclusivamente al género.
La intención de Sanchís de dar acogida en in-Verso a la poesía de calidad se
cumple con el primer poemario que publica, el último de Felipe Sérvulo, La niña de la colina, que, siguiendo su
habitual trayectoria, mantiene el listón al nivel al que nos tiene
acostumbrados.
La de Sérvulo es sin duda poesía
amorosa. Sin embargo el epíteto, que se ha ganado a pulso las reservas de
muchos lectores, recupera en este caso la inocencia de sus orígenes. Felipe
Sérvulo es poeta elegíaco por excelencia, escribe sobre el dolor de la
ausencia, es escritor de la nostalgia. En este sentido es heredero directo de la
más pura actitud romántica, actualizada. Lejos de cualquier floritura lingüística,
Sérvulo cultiva un lenguaje sencillo, pero nada simple, que devuelve a la
palabra humilde la profundidad significativa que tiene cuando se usa con
honradez, precisión y renovada frescura. Su poesía se lee con la fluida
naturalidad que sólo consiguen los maestros de calado y reconcilia con el
género, tan a menudo maltratado por la artificiosa afectación petulante de quien
equipara lo ininteligible a la aptitud.
Los poemas de Felipe Sérvulo
evocan a menudo la expresión de las fotografías antiguas de algunas mujeres, el
sugestivo misterio de su mirada, y de la contemplación de estos retratos parece
que se nutra el autor para escribir. Su blog Inventario de silencios - http://inventariodesilencios.blogspot.com.es/-,
en el que da fe de su afición al coleccionismo fotográfico, así parece
sugerirlo. Si bien de modo diferente, la escritura del poeta bebe como la de Winfried
Georg Sebald o Alexander Kluge en otros géneros literarios, de lo que Barthes
ha llamado el punctum de una
fotografía, de aquel detalle que atrae la atención de quien la contempla en una
clave íntima y personal, que deviene algo proustiano: “Percibo el cansancio en
tu mirada / y tus párpados llevan / el íntimo secreto de tantos domingos /
domados por la vida” (Son como la propia
floración), “En tu pequeño escritorio / encuentro fotos oscurecidas //
Parecen fotos de muertos / […] // Tantos ojos que me observan // Yo les aparto
la mirada / y les digo que la vida es eso: / una ilusión” (El gato maúlla). O bien: “Como un regalo inesperado, / entre las
páginas de un libro, iluminan / una carta y una foto: ‘María, / queridísima e
inolvidable María’ // […] / María’: ojos grandes / y hoyuelo en la barbilla, /
guapa, sin más alhajas. / Boca sin besos. / Ecos lejanos que duermen. // […]” (María). La voz poética es puro lamento
de anhelo inalcanzado, en cualquiera de sus variantes, a menudo una ensoñación
lejana, nunca cumplida: “Caminas por el infinito / mar de los sueños, / donde
brota la aguamiel / para los labios / […]” (Mechas
de oro viejo), pero también el plañido del desamor: “Ya sabes que no hay
perdón / para el olvido. Nos deja / en los confines de un mar inmenso / que no
tiene desenlace. // […] somos náufragos sin faro / […]” (Náufragos), o por la distancia espiritual de los amantes: “[…] pero,
en ciertas tardes, tú / caminas a lugares lejanos. / Lo veo en el exclusivo /
brillo de tus ojos. // Y te vuelves península, / porque tu mente –eso pienso- /
se ha ido a la ciudad / de los corzos. // […]” (Tu cuerpo como península). O la indiferencia: “Tu mirada es un
paisaje / donde no me reconozco. // […]” (Una
pareja se besa). El amor es para la voz poética sinónimo de vida, un estado
casi místico, que anula los destructores efectos del tiempo: “[…] // La niña se
pudre de pena / en la colina. / […] // Si sé de ti, me vuelvo / casi joven. //
¿Adónde vas con la boca / encendida de musgo? / […] / ¿Por qué me dejas / tan
temprano? // […]” (Nos reímos tanto).
Altamente recomendable este volumen, preclaro heredero de la
mejor poesía española. Del autor, galardonado entre otros con los premios de
poesía Blas Infante (1986, 1987, 1988), Sant Jordi (1986, 1987), Salvador
Espriu (1992) y Ciudad de Ponferrada (1997) y finalista en otros tantos, se han
publicado, además, Hasta el límite de las violetas (Ed. La Mano en el
Cajón, 1995), Las noches del Sur (Diputación Provincial de Jaén, 1996), Casi
la misma luz (Tágilis Ediciones, 1999). Cartografía de la materia (Diputación
Provincial de Jaén, 2005).
© Anna Rossell
EL FINAL DE LA UTOPÍA
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Uwe Tellkamp
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Uwe Tellkamp, La Torre
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Como avanza el subtítulo, Sobre un país desaparecido, La Torre es la epopeya del hundimiento de la República Democrática Alemana. Uwe Tellkamp (Dresden, Alemania, 1968) conoce por experiencia los ambientes que recrea y sabe transmitir con verosimilitud diálogos y situaciones: sitúa la acción en un barrio residencial de su ciudad natal y sus protagonistas representan la burguesía intelectual entre la que él creció, uno de los cuales –Christian- comparte con el autor rasgos biográficos. La novela –Deutscher Buchpreis 2008- arranca en 1982, un mes después de la muerte de Brezhnev, y acaba el 9 de noviembre de 1989-, con la caída del muro. En casi novecientas páginas Tellkamp se despacha a gusto con un diferenciado y amplio repertorio de personajes, todo un espectro de actitudes y posiciones ideológicas en los últimos años de la RDA.
© Anna Rossell
Uwe Tellkamp, La Torre
Trad. Carmen Gauger
Anagrama, Barcelona, 2011, 887 págs.
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por Anna Rossell
Como avanza el subtítulo, Sobre un país desaparecido, La Torre es la epopeya del hundimiento de la República Democrática Alemana. Uwe Tellkamp (Dresden, Alemania, 1968) conoce por experiencia los ambientes que recrea y sabe transmitir con verosimilitud diálogos y situaciones: sitúa la acción en un barrio residencial de su ciudad natal y sus protagonistas representan la burguesía intelectual entre la que él creció, uno de los cuales –Christian- comparte con el autor rasgos biográficos. La novela –Deutscher Buchpreis 2008- arranca en 1982, un mes después de la muerte de Brezhnev, y acaba el 9 de noviembre de 1989-, con la caída del muro. En casi novecientas páginas Tellkamp se despacha a gusto con un diferenciado y amplio repertorio de personajes, todo un espectro de actitudes y posiciones ideológicas en los últimos años de la RDA.
La arquitectura de tan amplia panorámica se sustenta sobre
todo en tres caracteres: el adolescente, bachiller y soldado Christian
Hoffmann, su padre, Richard, médico, y su tío Meno Rohde, biólogo de formación,
investigador frustrado por no cumplir con los obligados requisitos de estricta
fidelidad a la nomenklatura, y lector en una editorial. En torno a estos tres
pilares, que le permiten dar cuenta sobre todo del mundo de la edición y la
censura, de la sanidad y del militar en el antiguo satélite de la Unión
Soviética, el autor despliega otro sinfín de personajes, que nos acercan a los
sombríos matices de una sociedad burguesa intelectual que cree en el humanismo
y en el librepensamiento y se encierra en sí misma para protegerse de la
atmósfera hostil que reina en su país entre los muros de las decadentes
mansiones, otro tiempo esplendorosas, que ahora se ven obligados a compartir
por imposición socialista. A ello remite el título, que alude a la vez al
aislamiento en la torre de marfil y a la Sociedad de la Torre del Bildungsroman
de Goethe Los años de formación de
Wilhelm Meister. Es patente la intención de dejar constancia de los rasgos
más negros característicos de la RDA, así como el esfuerzo de hacerlo con
objetividad y sin ira: los problemas de las viviendas compartidas, la dolorosa
desconfianza de todos hacia todos por el espionaje generalizado en el estado policial,
la censura editorial, las separaciones familiares, los intentos de huída, los
chantajes, los entresijos de la propaganda, los mecanismos de defensa -desde la
sutileza en la escritura hasta el cinismo-, las concesiones hasta la
humillación de todo aquél que pretende estudiar una carrera, los constantes
sobornos integrados en la vida cotidiana, el deterioro medioambiental por la
grave contaminación.
El lector agradecerá sin duda la pormenorizada prolijidad de
los ambientes que le permitirán hacerse una idea ajustada del panorama
político, social y humano de la Alemania del Este. Sin embargo la novela peca a
mi modo de ver de innecesaria reiteración, sin la cual se mantendría igualmente
la visión panorámica.
Estilísticamente la novela se sirve de la técnica de
montaje: cada uno de los personajes principales narra desde su punto de vista
personal, se alterna el estilo indirecto con las extensas entradas del diario
de Meno Rohde y con el flujo de conciencia, sobre todo hacia el final, en que
el realismo predominante da paso a algunas escenas surrealistas. Asimismo Tellkamp
compagina momentos de escueta sintaxis en los diálogos con otra larguísima y
enrevesada, a su vez con largos incisos intercalados.
Tellkamp se ganó el reconocimiento literario en su país
sobre todo a partir de la concesión del Premio Ingeborg Bachmann 2004
precisamente por su soberano manejo de los estilos lingüísticos, con un
capítulo de su proyecto de novela Der
Schlaf in den Uhren. Posiblemente sea la capacidad para desarrollar diferentes
registros, –argot funcionarial, el grosero de algunos soldados o el dialecto
sajón, entre otros- , una de las mejores cualidades de la novela original, que
se pierde forzosamente en la traducción española. Al lector en español no
familiarizado con la historia de la RDA y las claves de su vida cotidiana,
sirven de gran ayuda las frecuentes aclaraciones a pie de página con que la
traductora dota a su versión. No sale tan airosa, sin embargo, en la tarea de
la difícil traducción a la que se enfrenta, contaminada demasiado a menudo de
calcos alemanes léxicos y sintácticos. La
Torre es la primera novela de Tellmann que se publica en España, también en
catalán (Empuries 2011).
© Anna Rossell
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