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(Universidad de A Coruña, 24-04-2013, XI Xornadas
Literarias 2013: Thomas Mann, Conferencia Inaugural)
Tengo el placer de ser yo quien inaugure estas Xornadas Literarias sobre este gran autor universal de origen
alemán, que es Thomas Mann. Este honor debo agradecérselo a la Facultade de Humanidades e Documentacion da
UDC y a la Biblioteca Municipal de
Neda, que me han ofrecido la palabra, y el especial honor de la palabra
inaugural. Por ello les doy las gracias, como se las doy asimismo a ustedes por
acompañarnos hoy y prestar su oído crítico a esta conferencia.
Probablemente
sorprenderá que la conferencia inaugural sobre el autor al que se dedican estas
Xornadas, de la que se espera que
dibujen un escenario en el que brillen las cualidades más encomiables de su
protagonista, pretenda precisamente todo lo contrario: la desmitificación de su
figura. Porque si hay algún autor alemán, después de Goethe, idealizado hasta
el extremo de haber devenido un mito, éste ha sido Thomas Mann. Y en honor a la
verdad cumple desmitificar para colocar al escritor en su justo lugar, aquél
que nos permite verlo como verdaderamente fue, para devolverle su humanidad y
acercar así al lector a su persona y a su obra desde una perspectiva más lúcida
y realista. De ahí el título de mi conferencia, que me he permitido concretar más
de lo anunciado, para formular con mayor precisión su contenido, así que la he
llamado finalmente: Thomas Mann y su
relación con la Alemania nacionalsocialista: La humanización de un mito.
Este
proceso de humanización o desmonumentalización,
iniciado en Alemania en los años ochenta por el afamado crítico literario de la
literatura alemana, Marcel Reich-Ranicki,
a raíz de la publicación en este país de los Diarios del autor,
no se ha hecho sin embargo en España,
lo cual me ha impulsado a aprovechar la oportunidad que me ofrecen estas
Xornadas para hacerlo aquí.
Para
ello no podemos echar mano de las obras de Thomas Mann, destinadas a la
publicación y a su proyección internacional, sino que hemos de recurrir a
aquellos escritos de carácter privado, a su correspondencia de tipo profesional
y sus Diarios, que, precisamente por
no estar pensados para ver la luz –o al menos para no verla en vida del autor-,
nos revelan rasgos de su carácter que no se reflejan en sus obras de ficción.
De modo que aprovecho el impulso que en 1987 diera el propio Marcel Reich-Ranicki
con su magnífico ensayo Thomas Mann und
die Seinen (Thomas Mann y los suyos),
así como los Diarios de Thomas Mann, que
he releído ahora en busca específica de las pistas en las que he querido basar
sobre todo esta conferencia: a saber la vocación de Thomas Mann para la
representación –en la acepción más amplia del término- y su relación con el
nacionalsocialismo, y haré alguna que otra incursión en sus ensayos y discursos
para contrastar y apoyar mi argumentación.
Su
Tonio Kröger se lamenta repetidas veces de representar lo humano sin participar
de lo humano, y en su novela Muerte en
Venecia el narrador dice de su protagonista, Gustav Aschenbach:
Como su ser entero aspiraba a la fama, pronto
se reveló […] maduro y apto para incidir sobre el público gracias al carácter
resuelto y a la personal enjundia de su entonación. Siendo aún estudiante de
bachillerato ya tenía un nombre. Diez años después había aprendido, desde su
escritorio, a representar el papel de hombre importante, a administrar su fama
[…].
Sabemos
que Thomas Mann dio con frecuencia a sus protagonistas rasgos de su propio
carácter. El de la representación fue una de las mayores aspiraciones de su
vida. Al igual que Aschenbach, Thomas Mann aspiraba a la fama para recibir los
elogios del público y la administró y cuidó para proyectar una imagen monumental
de sí mismo, que poco tenía que ver con el hombre que descubrimos en las
mencionadas cartas y en sus diarios. Ya en 1916 Thomas Mann escribía en una
carta a Ernst Bertram:
[…] desde hace tiempo veo personificado
en mí y en mi hermano el sino de Alemania’ […]. Representar la alemanidad se convirtió
en la misión de su vida y lo hizo monumental, y como tal monumento pasó a la
posteridad hasta la publicación de sus diarios.
Probablemente
fuera esta ambición la que le impulsaba a cuidar con exquisita minuciosidad
cualquier detalle de su persona que hubiera de trascender públicamente.
En una
carta a su amigo Otto Grautoff, de marzo de 1895 -tenía entonces diecinueve
años-, leemos: Cuando entro en la sala de
lectura de la universidad, de la que soy socio, […] todo el mundo se aparta de
pura admiración. Entonces es cuando me siento en mi elemento. ¡Ya sabes lo
puerilmente vanidoso que soy!
Y con
motivo de la publicación de Los
Buddenbrook, a finales de 1901, escribe: A veces se me revuelve el estómago de ambición. Vanidad y ansia de gloria son dos
rasgos de su carácter que condicionarán toda su actuación. Los Diarios nos revelan un Thomas Mann en
extremo egocéntrico, él es el gran protagonista, el astro en torno y en función
del cual giran todos y todo lo demás. En lo concerniente a su persona anota
hasta el más ínfimo detalle: si se ha encontrado levemente indispuesto, si
tiene los nervios alterados, si ha necesitado tomar un somnífero, si se ha
comprado una camisa de color o unos zapatos de piel suave, se explaya cuando le
llegan críticas positivas de su obra y se indigna ante cualquier comentario o
actuación negativa hacia él. De egocentrismo da fe también el estilo que
caracteriza sus diarios: las anotaciones de todo tipo se suceden de modo
aditivo sin transición: en el mismo tono aséptico y distante comenta la muerte
de un amigo que una tarde de cine o su propensión a la diarrea, que su catarro
se resiste a ceder o que tomó tila, y, cuando se refiere a un óbito, este suceso
no le sirve para hablar de la persona fallecida sino para hablar de sí mismo.
Al enterarse de la muerte del escritor Jacob Wassermann escribe: Huelga decir que la muerte de mi coetáneo y
amigo me obliga a preguntarme con insistencia cuánto tiempo de vida puede
quedarme a mí.
Y cuando un periódico del Tercer Reich se refiere a Wassermann como a uno de
los escritores mejor considerados de la Alemania
de noviembre,
añadiendo sin embargo que apenas tenía nada que ver con la auténtica literatura
alemana, Thomas Mann se pregunta: ¿Escribirá
ése también mi artículo necrológico?
La
imagen que desea proyectar de su persona le lleva con frecuencia a actuaciones
de hipócrita diplomacia: Así, después de la lectura de la novela de su amigo
Hermann Hesse, El juego de los abalorios,
que éste le había enviado en enero de 1944, lo primero que le viene a la cabeza
es que pueda ensombrecer el éxito de su Doktor
Faustus, novela en la que él estaba trabajando aún: Un poco asustado. La misma idea de la biografía ficticia. Que a uno le
recuerden que no es el único en el mundo, siempre resulta desagradable. Sólo
cuando avanza en la lectura de la de su amigo se consuela: Hay mucho de ampuloso y flojo, es poco dramático, no dice nada nuevo
del ser humano […] a la larga resulta bastante aburrida.
Sin
embargo en la carta que escribe dos días después a Hesse, Thomas Mann se
refiere a la novela del siguiente modo: A una edad en que otros se agotan […] ha
culminado y coronado usted la obra de su vida con una creación espiritual que,
aunque rebosante de elementos románticos y rica en arabescos, conserva
íntegramente su unidad y cohesión, una obra maestra y redonda que reposa sobre
sí misma.
Su egocentrismo
le impide el más mínimo atisbo de objetividad cuando algo concierne a su
persona o a su obra. Marcel Reich-Ranicki, en el mencionado ensayo sobre la
familia Mann, pone al descubierto las contradicciones a que le lleva este
negativo rasgo de su carácter. En mayo de 1937 leemos en su diario: Por la mañana redacté una enérgica carta a
Frank sobre esa infame pandilla judía que escribe en el Tagebuch (Kesten-Döblin) […]. ¿A qué se debía esta invectiva
generalizada contra los judíos? Curiosamente en 1907 Thomas Mann había dicho de
los judíos:
Que aún hoy se ponga en duda, y más todavía
en Alemania, tan necesitada del mismo, el papel indispensable de este estímulo
de la cultura europea que supone el mundo judío, que se exprese hacia él
cualquier sentimiento de rechazo y hostilidad, me parece algo tan grosero y de
tan mal gusto que me siento incapaz de contribuir con una sola palabra a esta
discusión.
La diatriba
de Thomas Mann contra los judíos se debía al hecho de que Hermann Kesten, en la
reseña que había escrito de la novela de Alfred Döblin, Die Fahrt ins Land ohne Tod (Viaje
al país donde no existe la muerte) encomiaba la novela de Döblin sin
mencionar a Thomas Mann. Que ésta fue la causa del enfado lo dice claramente el
propio autor en una carta que escribió ese mismo día a Bruno Frank, en la que
se refiere al artículo de Kesten diciendo que es tendencioso y servil adulación, que está escrito clarísimamente contra mí, pues Kesten
había dicho de Döblin que era el creador de la novela mítica en lengua alemana, ignorando su novela mítica José y sus hermanos. Tanto Kesten como
Döblin eran judíos, de ahí que de repente la crítica judía en general se
convierta en objetivo de su ira, una crítica a la que sigue insultando en la
carta, diciendo que siempre le había despreciado a él, que había ignorado su
trabajo ensalzando a mi costa, a costa del
estúpido infiel, en un inaudito alarde de insolencia contra mí, a uno de sus
compinches de sangre y de pandilla. Para subrayar hasta qué punto la
vanidad hace mella en Mann, Reich-Ranicki cita un pasaje que el propio Mann
había dedicado en 1921 a
esa misma crítica judía:
Los judíos me han ‘descubierto’, los judíos
han editado mis libros y me han dado a conocer, los judíos han llevado al
escenario esa pésima obra de teatro mía […]. Y cuando salgo a recorrer mundo y
viajo por las ciudades, casi siempre son judíos también los que me reciben, me
dan alojamiento, me alimentan y me agasajan […].
Y por
si fuera poco Reich-Ranicki le da otra vuelta de tuerca a su argumentación
recordándonos que
[…] su
ira [la de Thomas Mann] contra ‘la
pandilla judía’ no duró mucho. Pocos meses después escribía: ‘Buen artículo de
H. Kesten en el Tagebuch sobre el Krull. […]. ¡No hay duda de que la literatura
alemana necesita a los judíos!’ Y en una carta a Kesten (escrita también en
enero de 1938) opinaba ‘que sin ustedes los judíos, casi ninguna obra de
literatura alemana habría alcanzado su reconocimiento’.
Son
muchos los ejemplos que se podrían aducir para poner al descubierto la ególatra
vanidad y la necesidad de adulación de Thomas Mann, pero este esbozo que acabo de
ofrecerles creo que basta como marco en el que encuadrar otro aspecto muy poco
conocido en nuestro país sobre el autor que ha pasado a la historia de la
literatura como el representante por excelencia de la Otra Alemania, la del exilio. Él, que en su exilio, primero suizo y
luego americano, se dio a conocer como el paladín de la humanidad en contra de
la barbarie nacionalsocialista; él, que en sus constantes conferencias,
declaraciones y alocuciones radiofónicas desde el exilio quiso y supo defender
los más altos valores del espíritu frente a las atrocidades nazis; él, que no
quiso regresar a su país tras la derrota del nazismo, este mismo Thomas Mann esperó
hasta el último momento para manifestar públicamente su aversión al
nacionalsocialismo, y este último momento le vino impuesto. Nuestro autor
manifestó un sospechoso y demasiado prolongado titubeo en relación con su país,
cuando ya gobernaba en él el nacionalsocialismo y su política de terror era ya
una práctica diaria e internacionalmente conocida. Los diarios de Thomas Mann,
a partir de 1933, nos permiten apuntar la hipótesis de que la tardanza en
romper oficialmente con su país se debió precisamente a su gran vanidad y a la
necesidad de proyectar una imagen de sí mismo que no quería poner en juego, lo
que equivale a decir que, durante demasiado tiempo, prefirió no manifestar en
público su condena a la barbarie nacionalsocialista, que él conocía muy bien,
que prefirió callar ante la posibilidad muy poco probable de poder regresar y
seguir publicando su obra en Alemania. No es que Thomas Mann simpatizara con el
nazismo -aunque en algunos momentos sí manifestó cierta admiración y curiosidad
por el fenómeno-, si bien sus diarios dan en
general testimonio de su aversión, su repulsa y su condena.
Es de
sobras conocido que Thomas Mann, al contrario que su hermano Heinrich, veía con
recelo la política;
manifestó claramente su conservadurismo y su aristocrática distancia de la
política en su ensayo Consideraciones de
un apolítico, un panfleto antidemocrático, publicado en 1918. Durante la
Primera Guerra Mundial había declarado: Pensar
y juzgar humanamente significa pensar y juzgar apolíticamente […].
Y si bien la evolución de los acontecimientos le obligó a cambiar de opinión y
a apostar por la democracia, lo hizo con reticencia y muy a su pesar, y
percibió siempre la política como una carga y una actividad que le apartaban de
su verdadera vocación, que eran los asuntos del espíritu, para los que el
quehacer político no suponía sino un freno y una distracción. En septiembre de
1938 decía refiriéndose al fascismo: ¡Olvidar
estos temas, olvidar estos temas! Tengo que reducirme a lo personal y a lo
espiritual […]. No quiero verme involucrado en este odio ciego.
Es
extendida la creencia de que Thomas Mann se exilió a Suiza perseguido por los
nazis, pero esto no sucedió exactamente así. Thomas Mann estaba de gira por
diversos países dando una conferencia sobre Wagner,
cuya última escala era Suiza, cuando le llegó la noticia desde Alemania que se le
desaconsejaba volver. El 15 marzo de 1933 anota en su diario:
Con la llegada de Eri[ka] llegaron también
numerosas noticias sobre las locuras y atrocidades en Munich, arrestos, malos tratos,
etcétera, lo que aumentó en nosotros la excitación y el asco, y […], han ido adquiriendo
un tono cada vez más patético las advertencias
que nos vienen de allí, aconsejándonos que no se le ocurra regresar a Munich a
ningún miembro conocido de la familia.
El problema que
tanto me preocupa de la caducidad de mi pasaporte para el 1 de abril habrá de resolverse […].
Ya
desde muy pronto, en 1933, año de la subida de Hitler al poder, Thomas Mann
juega, pues, con la idea de tener que establecerse en Suiza ante la imposibilidad
de regresar a su país. Sin embargo la esperanza del regreso se mantiene a pesar
del terror que se iba extendiendo en Alemania, del que Mann tenía puntual
conocimiento. No fue hasta el día de año nuevo de 1937 cuando Thomas Mann rompió
pública y definitivamente con su país. El 15 de marzo de 1933 se refiere a una
conversación con su hija Erika y anota:
Le pedí consejo sobre mi próximo lugar de
residencia: ¿Seefeld? ¿Innsbrück? ¿Zurich? […] nos
traía nuevas noticias de los asesinatos y barbaridades perpetrados en Munich,
como parte de los continuos y habituales actos de violencia política […].
Salvajadas y bestialidades contra los judíos. La desesperación de ese idiota de
Hitler ante la anarquía y la inutilidad de sus prohibiciones […].
El
viernes, 17 de marzo de 1933 leemos:
[…]. Hablamos de establecer nuestra residencia
definitiva en Locarno o en Zurich. Discusión sobre los cínicos y sádicos planes
de propaganda del Gobierno alemán, que tienden a sojuzgar la opinión pública,
para hacer de ella algo homogéneo y amorfo, destruyendo toda crítica y haciendo
que la oposición sea una actitud sin salidas. […]. Horripilante y abyecto. […].
Llegaron noticias sobre la prohibición de Das
Tage-Buch y de Die Weltbühne. Me preocupa el Rundschau. No cabe duda de que la
tendencia que sigue esa nación es la de suprimir, en lo posible, todos los
medios culturales.
[…] lo que realmente se quiere es la
bestialización de las masas con el fin de llegar a un dominio unitario y
mecanicista con la ayuda de las técnicas modernas de sugestión.
Y el 23
de marzo:
La devolución de mi pasaporte se retrasa.
[…]. Está retenido, según parece, en la ‘sección política’; no ha sido atendida
la solicitud de prolongación. […] ¿Qué fin persiguen con la negativa? ¿A qué
situación piensan llevarme las autoridades dejándome sin pasaporte alemán? Me están obligando a expatriarme y me
confiscarán entonces casa y fortuna?
No era,
pues, en estas fechas el exilio un deseo de Thomas Mann, sino algo que le venía
impuesto por las autoridades alemanas.
El 1 de
abril se refiere en su diario al boicoteo nazi contra los judíos y lo tilda de malignidad estúpida y de increíblemente bestial y absurdo,
pero pocos días después, el 6 de abril, escribe sobre su intención de darse de
alta en el Rotary Club alemán, a pesar de que su colega Bruno Frank ha sido
excluido del mismo por su condición de judío, y no sólo sigue firme en su
intención de hacerlo sino que hasta duda sobre si aludir a su malestar por
aquel hecho en su escrito de solicitud:
Bruno Frank nos informa […] que ha sido
tachado (al igual que los demás judíos, probablemente) de la lista de socios
del ‘Rotary Club’ (¡!). Un nuevo indicio del estado intelectual de Alemania.
Algo siniestro. El darme de alta es cosa
decidida. Lo único por resolver es si hago mención de la absurda actitud del
club.”
Y ese
mismo día, aludiendo de nuevo al estado de cosas en su país, vuelve a
manifestar sus dudas sobre qué hacer:
[…] la pérdida total de todos los derechos de
las diversas regiones alemanas a favor del Reich, de ese Reich. […]. Mi
creencia pesimista en la irreparabilidad de todo esto, incluyendo la falta de
derechos de los judíos. […]. Estoy
íntimamente convencido de que las cosas seguirán así, […], y de que yo permaneceré
fuera… y de que quizá no debería hacerlo.”
El
viernes, 7 de abril de 1933, escribe:
Noticias de que en Alemania se disponen a
recortar los derechos de los intelectuales, y no solamente los de los judíos,
sino también los de aquellos que sean considerados de poca confianza política,
contrarios al gobierno. Hay que contar
con registros domiciliarios. Nueva preocupación por mis viejos diarios.
Necesidad de ponerlos a buen recaudo.
El 17 de abril 1933 anota en su diario que
a su hermano Heinrich le han sido confiscados los bienes y clausurado la casa, y
prosigue: […]. Hablamos […] de la necesidad de evacuar la casa de Munich, cosa
que sería deseable, pero que llamaría
mucho la atención e implicaría dar un paso definitivo.
En la
entrada de su diario, del miércoles, 3 de mayo 1933, desde Basilea, vuelve a la
duda, y no son precisamente razones de rechazo a la política de su país las que
sopesa:
[…] Katia y yo hablamos de nuevo durante la
cena sobre la disyuntiva de la
expatriación o el regreso. […]. Yo
soy el que ha puesto impedimentos a una actuación resuelta, movido no tanto
por la idea del regreso a lo habitual, sino pensando más bien que Alemania,
incluso esa Alemania desdichada y
confusa, sigue siendo algo grande, mientras que Suiza…, pero Suiza tiene
grandes ventajas… .
El 16
de abril de 1933 un grupo de intelectuales muniqueses protagonizó un acto de
protesta contra la conferencia que Thomas Mann había dado sobre Wagner. Thomas
Mann se refiere a la noticia tres días más tarde, el 19 de abril, y anota en su
diario:
[…] recrudecimiento del caso de Munich, con
un manifiesto en contra mía, firmado por numerosas personas […]. Bruno Frank me
trajo el canallesco documento. Sufrí un
violentísimo choque de asco y horror, que me duró todo el día. Reafirmación
definitiva en mi decisión de no regresar a Munich y de dedicarme con todas
mis energías a realizar el proyecto de nuestro asentamiento en Basilea. […].
Frank vino a verme, y gracias a él pude dar los últimos toques, suavizando aún más mi carta, que había
compuesto con calma y dignidad.
Son por
tanto ataques contra su persona, y no un posicionamiento de rechazo a la
política nacionalsocialista, lo que le reafirma en su intención de permanecer
fuera de su país. Por otro lado, le está agradecido a Frank por haberle ayudado
a suavizar su carta: ¿es proporcional
el violentísimo choque de asco y horror
con el tono suave de su carta? ¿Qué
interés tenía Thomas Mann en mantener relaciones distendidas con Alemania?
El 3 de
mayo le han llegado noticias del arresto de todos los dirigentes sindicales
alemanes y del despido de un grupo de catedráticos universitarios, entre ellos
el hermano de su esposa Katia. A pesar de ello, y a pesar de que el 8 de mayo
deja constancia de haberse enterado del asesinato de Félix Manuel Mendelsohn,
el 17 de mayo, anota con detalle cualquier dato referente a su persona, como si
esto, y sólo esto, fuera a condicionar su actuación hacia su país:
[…]. El artículo del Völkischer Beobachter, […], sobre la nueva Academia es completamente estúpido. Por el
contrario, la actitud en Berlín con
respecto a mi persona parece ser más cautelosa: Bernhard Rust, […], se ha lamentado de mi salida de la
Academia, y el Berliner Tageblatt, periódico de la izquierda gubernamental, me ha rendido homenaje.
El
martes, 1 de agosto de 1933 habla en su diario de la necesidad de mi negativa al regreso y de los sacrificios que esto
implica. ¿Hasta qué extremo se llevará
en Alemania el boicoteo contra mí, […]?
Cabe
destacar la expresión necesidad y el
hecho de que de nuevo las razones de permanecer fuera radicaran en el trato
dado a su persona. Mann siente su negativa al regreso como una necesidad, algo
impuesto por el boicoteo contra él en Alemania. Su reticencia viene subrayada
por la eterna indecisión, reflejada claramente en sus diarios, acerca de cuál
será la ciudad suiza donde fijará su residencia, Basilea, Zurich, Lucerna…, o los
eternos titubeos sobre qué casa será la más adecuada.
Una de
las razones de tanta duda parece ser, como ya he dicho, la prioridad que daba
Thomas Mann a la publicación de sus obras en Alemania y a su proyección internacional.
Ello empieza a advertirse en la entrada del miércoles, 6 de septiembre de 1933:
[…].Telegrama de Erika; ha encontrado una casa muy hermosa y apropiada, […]. Dilema: la inseguridad y la dependencia
cultural de Suiza, el silencio que tendría que imponerme, como medida de
precaución, por el hecho de vivir allí, amén de que esto no garantizaría el que
estuviésemos a salvo de todo peligro. […].
Este
dilema se le plantea al autor después de saber de graves medidas contra doce
jóvenes judíos a los que los nazis maltrataron
de un modo bestial y de la suspensión de la comida del mediodía durante
tres días a 18.000 prisioneros comunistas, de lo que da cuenta el 2 de agosto.
Una no
puede dejar de plantearse si Thomas Mann consideraba lo suficientemente graves
las noticias de Alemania, que él mismo calificaba de aberrantes y condenaba,
pues, aun cuando en sucesivas entradas anteriores de su diario reprueba con
contundencia los graves sucesos en su país, después de referirse el 3 de agosto
a las bestialidades realizadas durante el
progromo de Nuremberg, a las ejecuciones
y asesinatos de comunistas, al suicidio
del ex alcalde de Bochum, al que él probablemente había conocido, y de
añadir el comentario: ¡Cómo han de
atormentar y torturar a las personas para que lleguen a eso! , después de
estas anotaciones, de repente escribe en la entrada del domingo, 3 de
septiembre de 1933: […]. Entre la
frecuente embriaguez histérica que
caracteriza el periodismo de los emigrantes y la sumisa labor de los
escritorzuelos alemanes que colaboran con la ‘reconstrucción del país’, uno ha de encontrar su propio camino de
reflexión.
¿Embriaguez histérica?, ¿es ésta una
expresión adecuada para referirse al periodismo de los emigrantes, en aquél
ambiente de vandalismo y barbarie? ¿Era el inmovilismo este propio camino de reflexión al que se
refiere? Sólo un día después, el 4 de septiembre, leemos que en el periódico Die Neue Weltbühne aparece una
observación acerca de los escritores que no han sabido hallar todavía ninguna palabra en contra del
hitlerismo. Y añade: Esa provocación periodística me subleva.
¿Le
subleva el silencio de otros? ¿Y pues qué sucedía con el suyo? ¿A qué esperaba
para tomar un posicionamiento público? Si bien
es cierto que en julio de 1933 Thomas Mann había reaccionado
con indignación a la sugerencia de su editor, Bermann Fischer, que le instaba a
regresar a Alemania:
Precisamente porque no hay cargos en contra
suya, […] da usted en cierto modo la razón al gobierno si sigue fuera. Pues su
alejamiento da motivos para adoptar medidas contra usted, ya que de su actitud
se deducirá que usted ha tomado partido definitivamente en contra de Alemania
[…]. Desde la emigración es imposible juzgar bien las cosas […]. Estamos por
completo a su disposición, […]. No lo piense más. […].
Si bien esto es cierto, también
lo es que en agosto del mismo año Thomas Mann cedió ante la insistencia del
editor a publicar el primer volumen de su tetralogía José y sus hermanos en Alemania y no en Amsterdam, ‘[…] donde seguramente tendrá una publicidad
limitada pero será bien recibido y no se le pondrán impedimentos […]. Resumiendo: ceda el libro a la Editorial
Querido […]’. A lo que Bermann Fischer
se oponía argumentando que aquello significaría un ‘paso decisivo que no se le perdonará […]. Piense en los lectores
alemanes que tiene usted aquí’. El libro se publicó en Berlín. Y de nuevo
fue su editor quien le convenció poco después de que se distanciara de la
revista antifascista del exilio Die
Sammlung, publicada en Amsterdam por su hijo Klaus, lo cual proyectó, con
razón, una sospechosa sombra en la biografía de Thomas Mann.
Thomas
Mann permaneció fiel a su editor, a pesar de la propia ambigüedad de éste hacia
su país, incluso después de que Bermann Fischer se viera obligado en 1936 a dejar Alemania para residir
en Austria y se instalase en Estocolmo en 1938, tras la anexión de Austria. En
dos cartas de Thomas Mann a su editor, de abril de 1938, desde los EEUU, donde
el autor se había instalado, éste reprochaba a Fischer la política que usted ha seguido todos estos años, la buena relación
que ha mantenido con Alemania hasta el rompimiento obligado y también el
carácter de su empresa en Viena, orientada todavía hacia el mercado alemán
y añadía que, si ahora quisiera instalarse en los EEUU, aquellos hechos no le han abonado precisamente el
terreno. Sorprende esta
recriminación por parte de alguien que había seguido una trayectoria bastante
parecida y sólo pocos meses antes de estas cartas había decidido manifestarse
públicamente acerca de su posición hacia su país, que además había seguido
publicando con el editor por no arriesgar su fama y su prestigio y anteponer
fama y prestigio a su conciencia. Y sorprende más todavía si se tiene en cuenta
que Thomas Mann había escrito ese mismo año, en 1938, su ensayo Bruder Hitler (Hermano Hitler) en el que, refiriéndose a Hitler y a lo que sucedía
en Alemania, manifestaba sin ambages: No
puedo menos de sentir, a pesar mío, una cierta fastidiosa admiración por este
fenómeno. Y en la entrada de sus
diarios del 10 de abril de 1933 se refiere a la política antijudía de los nazis
con clara condescendencia: Que los nazis
impidan que Kerr [que era judío]
tergiverse a Nietzsche de esa manera tan insolente y difamatoria no es en
definitiva ninguna desgracia, tampoco lo es […] la desjudaización de la
justicia. Y si bien añade que Son
pensamientos recónditos, producto de la turbación y del nerviosismo […],
prosigue: ¿No estará sucediendo en Alemania algo importante y verdaderamente
revolucionario a pesar de todo?
[…]. En cualquier caso, empiezo a pensar que el proceso podría ser de aquellos
que tienen dos caras. Y diez días después, el 20 de abril
1933, escribe: La rebelión contra
el elemento judío contaría hasta cierto punto con mi aprobación si la
eliminación del control de lo alemán por parte del espíritu judío no resultara
tan grave para lo alemán y si los alemanes no fueran tan estúpidos de confundirlo todo y desterrarme
a mí con ellos.
¿Significa
esto que Thomas Mann hubiera sido insensible a los crímenes nazis contra los judíos
si los nazis no le hubieran considerado a él persona non grata? Ello se
concluye claramente de esta afirmación.
Hay
sobradas anotaciones en sus diarios que ponen de manifiesto que Thomas Mann no
estaba dispuesto fácilmente a renunciar a lo que más pudiera darle prestigio y
fama a cualquier precio. El 4 de octubre 1933 anota:
[...] t
uve una conversación íntima con [Adolf] Busch, sin testigos, acerca de nuestra situación y del público alemán,
[…]. Le hablé del carácter angustioso de mi posición tanto en el país como en
el extranjero. La realidad es que esa Alemania violada que vive entre sus
fronteras exige en verdad demostración de carácter por parte de aquellos a
quienes respeta, pero, se sentiría traicionada si uno se separase completamente
de ella. El hecho de que viva en el
extranjero, en conjunción con la posibilidad de que mis libros sean publicados
en Alemania, representa, quizás, una solución conciliatoria a esa contradicción.
A
partir de agosto de 1934, probablemente a raíz de una discusión con su esposa
Katia,
hay en los diarios frecuentes alusiones a un ensayo al que Thomas Mann se
refiere con el nombre de El político.
Sin embargo no será hasta julio de este año (1934), cuando manifieste
explícitamente su intención de publicarlo en el Times, lo cual hubiera representado el rompimiento oficial, público
y definitivo con Alemania.
Con
fecha del 31 de julio de 1934 leemos en su diario:
Trato de seguir escribiendo el José, pero no
logro pasar más allá de unos cuantos renglones […]. Y es que otras cosas me tienen muy preocupado. La idea de
escribir sobre Alemania, de salvar mi alma en una profunda carta pública
dirigida al ‘Times’…
Y en la
entrada del sábado, 23 de marzo 1935, reaccionando a las terribles noticias que
le han ido llegando de Alemania, lo que atestiguan muchas de sus anotaciones
anteriores, escribe:
[…]. Julius Bab me envió, hace ya algunos
días, la circular que han recibido los miembros ‘no arios’ de la llamada Cámara
literaria del Reich y que les prohíbe, de ahora en adelante, todo tipo de
actividad literaria en Alemania. También Käthe Rosenberg nos hizo llegar hoy
ese papelucho, que había recibido en calidad de traductora. La hipocresía y la
vileza claman al cielo, especialmente en caso del traductor, ya que aquí falla
miserablemente toda fundamentación ‘ideológica’. Y todo esto ocurre
expresamente ‘por voluntad de nuestro caudillo y canciller del Reich’. Mi
repugnancia es tan grande, que cada vez
se impone más y más mi deseo de romper definitivamente todas las relaciones con
ese país. Es de esperar y desear que terminen también pronto las relaciones con
Bermann Fischer y que el tomo de ensayos no sea publicado ya en esa editorial.
Sin
embargo Thomas Mann no escribe tal artículo. ¿Qué más tenía que suceder en
Alemania para que nuestro ilustre autor decidiera dar el paso que tantos
esperaban de él?
Y el
miércoles, 27 de marzo de 1935 anota aún:
¡Qué repugnante esto de andar girando
alrededor de la noria! Son muchas las
cosas que dependen de mi decisión, también, probablemente, el destino de la
editorial, y en lo que a mí respecta, mis relaciones futuras con Alemania, […],
los claroscuros de mi existencia,
pues las consecuencias de ese discurso son imprevisibles, […].
Que fue
la Alemania nazi la que rompió con él y no él con la Alemania nazi queda
definitivamente claro en su anotación del 4 de septiembre de 1935: Th. Mann
recibe en esta fecha noticia de la renovación de la incautación de sus bienes
en Alemania, así como de la pérdida de su ciudadanía alemana. Acerca de esto escribe:
[…] la incautación de los bienes ha sido
renovada, siguiendo instrucciones de Berlín, de nuevo se está examinando la
pérdida de la ciudadanía. […] (la confiscación puede ser llevada a cabo
simplemente por parte de las autoridades bávaras, sin el requisito de la
pérdida de la nacionalidad) y lo que más deseo ahora es que Bermann Fischer
salga de una vez del país, para que adquiera mi independencia, pues es evidente que ésta no será
completa mientras mis libros sigan estando permitidos en Alemania.
El 12
de noviembre de 1935 Thomas Mann comenta la propaganda nazi en relación con los
Juegos Olímpicos que habían de celebrarse en Berlín en 1936 y alude al desvergonzado discurso de Theodor Lewald en
Zurich y comenta a continuación: ¡Si
tan sólo fuese posible desenmascarar la hipocresía oportunista de esas
consignas en las que se habla de paz y amistad en el mundo! Con frecuencia
analizo la idea de escribir un artículo para la Prensa mundial […].
Sin embargo, no lo hace; él, que sería el más adecuado representante de la
“otra Alemania” para, como él dice que desea, desenmascarar la hipocresía oportunista de esas consignas.
Y el
martes, 7 de enero de 1936, vuelve a darle vueltas a la posibilidad de una
iniciativa por su parte en unos términos incomprensiblemente melifluos, a la
vista del estado de terror en que se había convertido ya Alemania. Refiriéndose
a una discusión con un amigo sobre […]: la
cuestión de si la situación en Alemania
está lo suficientemente madura como para poder acelerar una evolución mediante
un llamamiento moderado a la acción
conjunta de las personas decentes… .
¿Cómo podía nadie preguntarse en estas fechas si Alemania se encontraba suficientemente madura? para tomar una
iniciativa en contra de la política nazi? ¿Qué tenía que suceder más en Alemania para
que Thomas Mann considerara madura la
situación? ¿Y cómo se puede plantear un llamamiento moderado? La moderación no
es precisamente lo que se desprende de los comentarios del autor hacia los
acontecimientos nazis de su país. ¿Qué temía perder aún Thomas Mann si
manifestaba públicamente su postura?
A partir de diciembre de 1936 para Thomas Mann se suceden rápidamente los
acontecimientos:
E
l
jueves, 3 de diciembre 1936 anota: […].
Escribí una breve carta al Ministerio de Asuntos Interiores del Reich, en la
que hago responsable al actual Gobierno alemán, ‘ante mis contemporáneos y la
posteridad’, por ese paso que no he
tenido más remedio que dar. El paso que no ha tenido más remedio que
dar es probablemente la adquisición de la nacionalidad checa, a la que se
refiere el 25 de diciembre siguiente con motivo de un comunicado que ha
recibido de la Universidad de Bonn que me retira el título de doctor honoris
causa, como consecuencia de mi pérdida de la nacionalidad alemana. – He
pensado en responder.
De modo que su famosa carta al Decano de la Facultad de Filosofía de Bonn,
aquella que ha pasado a la historia como el documento oficial de ruptura
pública con la Alemania nazi ni siquiera fue una iniciativa del autor, sino una
respuesta a una ofensa contra su persona, iniciativa, pues, de la Universidad.
E incluso esta carta que supone el rompimiento público con su país le cuesta a
Thomas Mann esfuerzos sobrehumanos, a juzgar por la descripción que hace en la
anotación del 1 de enero de 1937, que se asemeja al alivio que se siente tras
un parto doloroso: […]. En verdad que me
siento muy animado; el mensaje de año nuevo, que fue posible gracias a esa ‘expatriación’ que
tanto temí otrora, es un paso
importante que me hace feliz, un documento del cual espero profundas repercusiones
dentro de mi ser.
Con
ello Thomas Mann había dado el gran paso –como hemos visto obligado por las
circunstancias, y no por propia iniciativa- que le catapultaría a la
representación internacional de la ‘Otra Alemania’ en el exilio, una
representación que le ligaría para siempre en cierto modo a la política. De
nuevo se encontraba Thomas Mann en el papel que le hacía más feliz. A la luz de
los apuntes que he ido exponiendo, cabe preguntarse si se hubiera sentido igualmente
feliz si las circunstancias le hubieran abonado el camino hacia el otro lado.
Hans
Bürgin, Hans-Otto Mayer (eds.), Die
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