Sergio Beser nos ha dejado esta semana; su débil corazón, cansado desde hacía tiempo, se paró. Murió como vivió, leyendo. Con él ha desaparecido uno de los más prestigiosos y respetados especialistas en la literatura española del siglo XIX, sobre todo la de Leopoldo Alas -Clarín-, a quien dedicó su tesis doctoral, que daría como fruto la indispensable monografía Leopoldo Alas, crítico literario (Gredos, 1968), Leopoldo Alas: teoría y crítica de la novela española (Laia, 1972) y sus estudios dedicados a La Regenta, Clarin y La Regenta (Ariel, 1982), entre otras publicaciones. Pero también de Galdós fue un conocedor eminente. Leía con fruición y leía bien. A su entusiasmo por la literatura le debemos todo lo que sabía transmitir, que eran muchas cosas, y todas buenas, entre ellas la recuperación de novelas como Vida de Pedro Saputo, de Braulio Foz, y de autores que habían caído en el olvido, como Antonio Ros de Olano y José Fernández Bremón. El hispanismo ha perdido con él un pozo de conocimientos.
Pero sus numerosísimos alumnos, amigos y compañeros de profesión, quienes tuvimos de un modo u otro trato con él, además, hemos perdido a una persona enormemente cálida y entrañable. Su bagaje era enorme, el cultural y el humano; su magisterio, profundo y verdadero: había enseñado en la Universidad de Barcelona, en universidades anglosajonas: las de Durham, Sheffield y Brown, a partir de 1970 en la Universidad Autónoma de Barcelona. Tenía merecidísima fama de buen profesor; lograba lo que logran pocos: transmitir su entusiasmo por la buena lectura. Era magnífico conversador, un tertuliano por excelencia; sus observaciones eran siempre motivadoras y positivas. Una vecina suya, una niña que bajaba a su casa a recoger los juguetes que se le caían en su patio, lloró cuando su padre le comunicó su muerte. En el mundo hace más frío desde que no está.
1 de febrero de 2010
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