ANNA ROSSELL, ENTRE LA HISTORIA DE AMOR Y LA CRÓNICA
Hans Fallada, Pequeño hombre, ¿y ahora qué?
Trad. de Rosa Pilar Blanco,
Maeva, Barcelona, 2009, 351 págs.
“Lo más importante es lo que observamos”, escribía Joseph Roth en el prefacio a su novela Fuga sin fin (1927). Con estas palabras proclamaba su adscripción a la Nueva Objetividad, al tiempo que resumía las intenciones de la tendencia literaria en boga. La literatura alemana de los años veinte recupera la sobriedad estilística, la observación distante, el espíritu de crítica social que había caracterizado la vieja objetividad, el realismo. El narrador se erige en cronista. En esta línea se inscribe el trabajo literario de Hans Fallada, pseudónimo de Rudolf Wilhelm Friedrich Ditzen (Greifswald, 21-7-1893 / Berlín, 5-2-1947), cuya obra más lograda es Pequeño hombre, ¿y ahora qué? Publicado en 1932, el libro catapultó a su autor a la fama más allá de las fronteras de su país. Su clamoroso éxito –se tradujo a más de veinte lenguas y existen cuatro versiones distintas para el cine y la televisión- se explica por razones no exclusivamente literarias: reúne todos los ingredientes del revulsivo catártico que sin duda significó para el gran público en el momento de su aparición, cuando las consecuencias de la gran crisis económica de 1929 causaban estragos y se cebaban en la población más desfavorecida. Situada a principios de los años treinta, la novela se hace eco de la significativa monografía de Siegfried Kracauer, Los empleados del comercio (1930), a partir de la relación de una joven pareja, Hans Pinneberg y Emma Mörschel, de cuya historia se sirve el autor para dar cuenta del rápido deterioro de la realidad social y política y sus concretas trágicas repercusiones en la vida del ciudadano de a pie. Con la ternura amorosa que se profesan los dos personajes centrales y la minuciosa observación de los ambientes Fallada sabe ganarse a una clase media de asalariados, que simpatiza de inmediato con los protagonistas y encuentra en el realismo de las situaciones descritas un escenario perfecto para la identificación. En torno a la vida de la pareja la narración refleja fielmente -siguiendo el estudio sociológico de Kracauer- los rasgos característicos de aquella aciaga época: el vertiginoso incremento del paro, el rápido desclasamiento de los empleados de cuello blanco, el creciente antagonismo entre estos y los obreros industriales, la animadversión contra los judíos, la decidida pujanza del nacionalsocialismo, todo ello en los contrastados ambientes de una ciudad de provincias y la gran urbe de Berlín, incluido el paso por la nueva industria del ocio de las masas. Sin embargo, como acostumbra a suceder con las obras exitosas, la novela adolece de una descompensación entre lo que sirve a la estricta crónica social -sin duda la primera intención del autor- y el tributo al populismo pequeñoburgués. Pesa más el plato de este último, por lo que el tiempo invertido en la descripción de la primera etapa de la vida del joven matrimonio ocupa un espacio que no se corresponde con el objetivo crítico y obliga por consiguiente, hacia el final, a un desmoronamiento demasiado abrupto. Dividida en cuatro partes –Los despreocupados (Preludio), Una ciudad pequeña (Primera parte), Berlín (Segunda parte) y La vida sigue (Epílogo)- la obra parece responder a la estructura de una pieza teatral clásica, con sus respectivos momentos de planteamiento, nudo y desenlace, una impresión que se mantiene también estilísticamente en todo el recorrido de la novela, donde predominan los diálogos directos y la voz narradora se limita casi siempre a lo absolutamente indispensable y asemeja una acotación teatral. El interés por granjearse la simpatía del lector medio produce algunos momentos rayanos en el kitsch: “Y la consoló y la tranquilizó, y enjugó sus lágrimas, y empezaron a besarse despacio mientras oscurecía y caía la noche...”, así como un final feliz absolutamente inesperado e incoherente con el dramático epílogo que, consiguientemente, debería abocar a la tragedia: “Y de repente el frío se desvanece, una ola verde, de infinita suavidad, la levanta y a él con ella. Se deslizan hacia arriba, las estrellas titilan muy cerca.
-¡Puedes mirarme a mí! –susurra ella-. ¡Siempre! ¡Siempre! Estás conmigo, estamos juntos...”
Anna Rossell
(Publicado en: Quimera. Revista de Literatura, núm. 310 (septiembre 2009), p. 71)
1 de septiembre de 2009
Anna Rossell, Entre la historia de amor y la crónica
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Anna Rossell: Recensiones-Artículos
ANNA ROSSELL, ENTRE LA HISTORIA DE AMOR Y LA CRÓNICA
Hans Fallada, Pequeño hombre, ¿y ahora qué?
Trad. de Rosa Pilar Blanco,
Maeva, Barcelona, 2009, 351 págs.
“Lo más importante es lo que observamos”, escribía Joseph Roth en el prefacio a su novela Fuga sin fin (1927). Con estas palabras proclamaba su adscripción a la Nueva Objetividad, al tiempo que resumía las intenciones de la tendencia literaria en boga. La literatura alemana de los años veinte recupera la sobriedad estilística, la observación distante, el espíritu de crítica social que había caracterizado la vieja objetividad, el realismo. El narrador se erige en cronista. En esta línea se inscribe el trabajo literario de Hans Fallada, pseudónimo de Rudolf Wilhelm Friedrich Ditzen (Greifswald, 21-7-1893 / Berlín, 5-2-1947), cuya obra más lograda es Pequeño hombre, ¿y ahora qué?. Publicado en 1932, el libro catapultó a su autor a la fama más allá de las fronteras de su país. Su clamoroso éxito –se tradujo a más de veinte lenguas y existen cuatro versiones distintas para el cine y la televisión- se explica por razones no exclusivamente literarias: reúne todos los ingredientes del revulsivo catártico que sin duda significó para el gran público en el momento de su aparición, cuando las consecuencias de la gran crisis económica de 1929 causaban estragos y se cebaban en la población más desfavorecida. Situada a principios de los años treinta, la novela se hace eco de la significativa monografía de Siegfried Kracauer, Los empleados del comercio (1930), a partir de la relación de una joven pareja, Hans Pinneberg y Emma Mörschel, de cuya historia se sirve el autor para dar cuenta del rápido deterioro de la realidad social y política y sus concretas trágicas repercusiones en la vida del ciudadano de a pie. Con la ternura amorosa que se profesan los dos personajes centrales y la minuciosa observación de los ambientes Fallada sabe ganarse a una clase media de asalariados, que simpatiza de inmediato con los protagonistas y encuentra en el realismo de las situaciones descritas un escenario perfecto para la identificación. En torno a la vida de la pareja la narración refleja fielmente -siguiendo el estudio sociológico de Kracauer- los rasgos característicos de aquella aciaga época: el vertiginoso incremento del paro, el rápido desclasamiento de los empleados de cuello blanco, el creciente antagonismo entre estos y los obreros industriales, la animadversión contra los judíos, la decidida pujanza del nacionalsocialismo, todo ello en los contrastados ambientes de una ciudad de provincias y la gran urbe de Berlín, incluido el paso por la nueva industria del ocio de las masas. Sin embargo, como acostumbra a suceder con las obras exitosas, la novela adolece de una descompensación entre lo que sirve a la estricta crónica social -sin duda la primera intención del autor- y el tributo al populismo pequeñoburgués. Pesa más el plato de este último, por lo que el tiempo invertido en la descripción de la primera etapa de la vida del joven matrimonio ocupa un espacio que no se corresponde con el objetivo crítico y obliga por consiguiente, hacia el final, a un desmoronamiento demasiado abrupto. Dividida en cuatro partes –Los despreocupados (Preludio), Una ciudad pequeña (Primera parte), Berlín (Segunda parte) y La vida sigue (Epílogo)- la obra parece responder a la estructura de una pieza teatral clásica, con sus respectivos momentos de planteamiento, nudo y desenlace, una impresión que se mantiene también estilísticamente en todo el recorrido de la novela, donde predominan los diálogos directos y la voz narradora se limita casi siempre a lo absolutamente indispensable y asemeja una acotación teatral. El interés por granjearse la simpatía del lector medio produce algunos momentos rayanos en el kitsch: “Y la consoló y la tranquilizó, y enjugó sus lágrimas, y empezaron a besarse despacio mientras oscurecía y caía la noche...”, así como un final feliz absolutamente inesperado e incoherente con el dramático epílogo que, consiguientemente, debería abocar a la tragedia: “Y de repente el frío se desvanece, una ola verde, de infinita suavidad, la levanta y a él con ella. Se deslizan hacia arriba, las estrellas titilan muy cerca.
-¡Puedes mirarme a mí! –susurra ella-. ¡Siempre! ¡Siempre! Estás conmigo, estamos juntos...”
Anna Rossell
(Publicado en: Quimera. Revista de Literatura, núm. 310 (septiembre 2009), p. 71)
Hans Fallada, Pequeño hombre, ¿y ahora qué?
Trad. de Rosa Pilar Blanco,
Maeva, Barcelona, 2009, 351 págs.
“Lo más importante es lo que observamos”, escribía Joseph Roth en el prefacio a su novela Fuga sin fin (1927). Con estas palabras proclamaba su adscripción a la Nueva Objetividad, al tiempo que resumía las intenciones de la tendencia literaria en boga. La literatura alemana de los años veinte recupera la sobriedad estilística, la observación distante, el espíritu de crítica social que había caracterizado la vieja objetividad, el realismo. El narrador se erige en cronista. En esta línea se inscribe el trabajo literario de Hans Fallada, pseudónimo de Rudolf Wilhelm Friedrich Ditzen (Greifswald, 21-7-1893 / Berlín, 5-2-1947), cuya obra más lograda es Pequeño hombre, ¿y ahora qué?. Publicado en 1932, el libro catapultó a su autor a la fama más allá de las fronteras de su país. Su clamoroso éxito –se tradujo a más de veinte lenguas y existen cuatro versiones distintas para el cine y la televisión- se explica por razones no exclusivamente literarias: reúne todos los ingredientes del revulsivo catártico que sin duda significó para el gran público en el momento de su aparición, cuando las consecuencias de la gran crisis económica de 1929 causaban estragos y se cebaban en la población más desfavorecida. Situada a principios de los años treinta, la novela se hace eco de la significativa monografía de Siegfried Kracauer, Los empleados del comercio (1930), a partir de la relación de una joven pareja, Hans Pinneberg y Emma Mörschel, de cuya historia se sirve el autor para dar cuenta del rápido deterioro de la realidad social y política y sus concretas trágicas repercusiones en la vida del ciudadano de a pie. Con la ternura amorosa que se profesan los dos personajes centrales y la minuciosa observación de los ambientes Fallada sabe ganarse a una clase media de asalariados, que simpatiza de inmediato con los protagonistas y encuentra en el realismo de las situaciones descritas un escenario perfecto para la identificación. En torno a la vida de la pareja la narración refleja fielmente -siguiendo el estudio sociológico de Kracauer- los rasgos característicos de aquella aciaga época: el vertiginoso incremento del paro, el rápido desclasamiento de los empleados de cuello blanco, el creciente antagonismo entre estos y los obreros industriales, la animadversión contra los judíos, la decidida pujanza del nacionalsocialismo, todo ello en los contrastados ambientes de una ciudad de provincias y la gran urbe de Berlín, incluido el paso por la nueva industria del ocio de las masas. Sin embargo, como acostumbra a suceder con las obras exitosas, la novela adolece de una descompensación entre lo que sirve a la estricta crónica social -sin duda la primera intención del autor- y el tributo al populismo pequeñoburgués. Pesa más el plato de este último, por lo que el tiempo invertido en la descripción de la primera etapa de la vida del joven matrimonio ocupa un espacio que no se corresponde con el objetivo crítico y obliga por consiguiente, hacia el final, a un desmoronamiento demasiado abrupto. Dividida en cuatro partes –Los despreocupados (Preludio), Una ciudad pequeña (Primera parte), Berlín (Segunda parte) y La vida sigue (Epílogo)- la obra parece responder a la estructura de una pieza teatral clásica, con sus respectivos momentos de planteamiento, nudo y desenlace, una impresión que se mantiene también estilísticamente en todo el recorrido de la novela, donde predominan los diálogos directos y la voz narradora se limita casi siempre a lo absolutamente indispensable y asemeja una acotación teatral. El interés por granjearse la simpatía del lector medio produce algunos momentos rayanos en el kitsch: “Y la consoló y la tranquilizó, y enjugó sus lágrimas, y empezaron a besarse despacio mientras oscurecía y caía la noche...”, así como un final feliz absolutamente inesperado e incoherente con el dramático epílogo que, consiguientemente, debería abocar a la tragedia: “Y de repente el frío se desvanece, una ola verde, de infinita suavidad, la levanta y a él con ella. Se deslizan hacia arriba, las estrellas titilan muy cerca.
-¡Puedes mirarme a mí! –susurra ella-. ¡Siempre! ¡Siempre! Estás conmigo, estamos juntos...”
Anna Rossell
(Publicado en: Quimera. Revista de Literatura, núm. 310 (septiembre 2009), p. 71)
Correspondencia Anna Rossell-Xec Marquès (01-09-2009)
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Reflexiones en torno a la moral sexual católica (Correspondencia Xec Marquès-Anna Rossell)
CARTA D'ANNA ROSSELL AL TEÒLEG I SALESIÀ XEC MARQUÈS
(A continuación del texto catalán sigue su traducción al español)
Català:
El Masnou, 01-09-09
Estimat Xec,
seguim amb el nostre tema:
Trobo que en la teva última t’has posat més filosòfic que de costum (que ja és dir...); llegir-te requereix més concentració i capacitat d’imaginació. Però m’ha agradat molt que hagis reprès la correspondència i, ara que el dia a dia s’anirà normalitzant amb el començament del nou curs, espero que no decaigui el ritme de les nostres cartes.
M’agrada molt la interpretació que fas de la història del Gènesi quan dius que es pot llegir com una “qüestió d’instrumentalització del feble”. També coincideixo amb la teva sensibilitat interpretativa a l’hora de posar l’exemple dels immigrants com a “febles del moment” i amb la lectura que suggereixes de les suposades prerrogatives masculines de força, orgull i domini com una màscara, com una feblesa emmascarada –tu n’hi dius “disfressada”-, que ha produït i produeix el Mal i que un dels paradigmes d’aquest Mal és el de fer caure la CULPA sobre el feble del moment. Ho dius en aquests tres punts, que em semblen crucials:
“Em sembla que, fins i tot en el marc cultural del patriarcat, la relectura que podem fer avui del text en qüestió és la de la instrumentalització del feble. El Maligne pren la criatura per tocar el fort (Déu), i escull la dona per tocar l’home. El tema és, idò, el de la manipulació. I el Mal manipula allà on és més fàcil de fer-ho. No hi ha un origen de gènere en el pecat, sinó la fragilitat pròpia de la naturalesa humana, sotmesa a la tensió entre l'ésser i el voler ésser; entre l’ésser-jo i l’ésser-en-relació.
Les cultures i les dinàmiques socials poden transformar els paradigmes de força-feblessa, de dominació-submissió. I la història passada i contemporània ens ensenya que el gènere femení és “normalment” feble i sotmès. Però també podem llegir la història trobant que la feblesa masculina disfressada de força (orgull i domini) ha produït i produeix el Mal i un dels paradigmes d’aquest mal és el de fer caure sobre el feble del moment la CULPA.
I per veure que no es tracta només d’una qüestió de gènere podem considerar la culpabilització dels "pobres", dels "marginats" quan els equilibris socials i polítics dels “rics” estan en joc. Llavors són els immigrants els qui produeixen desordre. El Mal, l’Amenaça, no són un ordre econòmic i una mundialització al servei de la reproducció de la riquesa dels ja rics, sinó l’existència de pobres i marginats, de països “subdesenvolupats” i dels sistemes polítics resistents a l’occidentalització de la democràcia liberal.”
Una altra reflexió que m’ha semblat molt suggerent és la interpretació que fas tu de la temptació, del pecat original -aquell entre Adam i Eva- com negació de la bona relació, com dominació i negació de l’altre. Dius: “pecat”, el “tentador@”. Justament per negar la relació insinuant mecanismes de dominació i de negació de l’altre”. Mai no se m’havia acudit de llegir-ho així. Gràcies per aquesta aportació i per tantes d’altres.
Pel que fa a la resta de la teva carta, el tema que hi domina jo diria que el podem resumir en una afirmació: que el text bíblic cal llegir-lo sempre metafòricament, en sentit figurat, i que de cap manera no podem donar una interpretació genèrica a aquesta qüestió de la culpa, afirmació que també et serveix d’argument per dir que el text sagrat es pot interpretar, es pot traduir, però que la lletra del text mai no es pot canviar. Per recolzar aquesta manera de pensar fas una comparació entre el text sagrat i una peça de literatura o una obra d’art (un poema, una pintura...).
Amb una part d’aquesta tesi també hi estic d’acord: que cal llegir els textos mitològics metafòricament, en sentit figurat, és una veritat que, pel que fa als àmbits culturals en els quals nosaltres ens movem, és prou universalment acceptada. Precisament en aquesta lectura universal i metafòrica radica l’enorme poder d’influència dels textos mitològics. La seva força i el seu poder d’influència són tan grans, que fins i tot actuen amb contundència sobre aquell@s que no en coneixen la lletra, perquè impregnen de manera absoluta la cultura i, a través d'ella, tots els àmbits de la vida. Així, algú que no hagi llegit mai la Bíblia i que, preguntat sobre el relat del Gènesi, no et sàpiga respondre ni de què va, està tan influenciat per ella com el que en té coneixement profund; jo diria que fins i tot ho està més, perquè no pot tenir tanta distància amb el text, tanta capacitat crítica i hermenèutica com el que té uns estudis superiors i, per tant, més possibilitats de defensa. Ben al contrari, els mortals més comuns -la gent del carrer, com acostumem a dir-ne- no tenen les eines per considerar la seva cultura de manera distanciada i per tant en són víctimes molt més fàcils. Tu dius que avui en dia tenim prou eines per llegir els textos sagrats de manera metafòrica i insisteixes en què en la història del Gènesi “Déu es passeja amb el primer hom@ en el jardí de l’Edén”. I més endavant segueixes: “L’hom@ és home i dona; l’hom@, és l’un i l’altra”.
No només del que dius, sinó també del COM ho dius (fas servir @ per remarcar que el gènere masculí d’Adam és purament anecdòtic i que el nom podria haver estat també el d’una dona, com al seu torn el d’Eva hagués pogut ser el d’un home) se’n desprèn la teva insistència a la lectura asexuada del text. Tu dius: “buscar un origen de gènere a això que anomenem pecat no té cap sentit”. I jo voldria remarcar que el fet que “no tingui cap sentit” no implica que la concreció del gènere en els textos mitològics –que és un fet- no exerceixi el seu efecte determinant sobre els individus influenciats per la corresponent cultura. Com et deia en la meva última carta, hi ha estudis de sociòlegs, de psicòlegs i de pedagogs que destaquen la importància de les il·lustracions dels llibres de text escolars en el sentit que tenen una funció correctora dels rols socials, tanta és la seva influència sobre el subconscient de les persones. Un nen (masculí) s’identifica amb les il·lustracions que mostren nois-homes, una nena s’identifica amb les que mostren nenes-dones. I així cadascun dels gèneres projecta en el seu imaginari allò que mostren les il·lustracions i els exemples corresponents en la vida real. Evidentment, sempre hi ha excepcions, però ara parlem d’allò que passa a la majoria.
Et deia en la meva darrera carta: “necessitem l’empatia”... . Un exemple clar d’aquesta necessitat és la tendència a la imitació de personatges que ens serveixen de guia: esdevenen una mena d’ídol per a nosaltres, un exemple que considerem, no només digne de seguir amb la nostra actuació, sinó fins i tot quelcom més: volem esdevenir com ell@s. Un cas concret: Don Bosco per als salesians. En aquesta relació entre la persona admiradora i l’admirada s’estableix un nexe on el gènere és bàsic i fonamental. En el fons és una relació de dependència (en aquest cas, positiva, si no hi ha relació d’esclavatge i es desenvolupa en tot moment des del sentiment de la llibertat d’actuació i de decisió). Però això funciona així malgrat nosaltres mateixos. És un mecanisme psicològic automàtic contra el qual no hi podem fer res. No hi ha escapatòria. És per això que es tan greu el tema de què et parlo.
El mateix succeeix amb la dominació masculina de la llengua. El fet que el gènere considerat “no marcat” coincideixi amb el masculí té uns efectes psicològics insospitats (però lamentablement molt reals) força greus. I, com a exemple molt simple d’això que et dic, mira una mica més amunt aquesta carta, quan escrivia que “Un nen (masculí) s’identifica amb ....” he hagut de posar entre parèntesi “masculí” per aclarir que em referia només als nois, i no, també, a les noies. Aquest és un malentès constant que fa la seva feina de formigueta i guanya terreny arreu. Es tracta d’una dominació com qualsevol altra, en aquest cas de la llengua, que és la nostra eina d’expressió i de comunicació més important (no és poca cosa!...). I, encara un altre exemple: en moltes cultures, fins i tot en molts països de la Unió Europea, contraure matrimoni implica, per part de la dona, perdre el seu nom. També això té unes implicacions importantíssimes, perquè, per més que sembli una contradicció, cal llegir l i t e r a l m e n t la metàfora: la dona perd el seu nom, d’alguna manera perd la seva identitat. Però, si tu li preguntes a qualsevol dona que hagi sofert aquesta pèrdua sobre el particular, probablement et titllarà de sonat i pensarà que estàs boig. Tanmateix, no crec que cap psicoanalista pensi que no s’esdevé tal com jo penso. El geni de Kafka rau precisament en la seva clarividència per descriure en aquesta clau metafòrica les situacions a què l’individu es veu confrontat. Té una manera de plantejar les situacions que obliga a interpretar-les en clau de gran metàfora. I és així com funciona en el subconscient dels individus.
Penso que això escapa a la consciència de molta gent, i crec que també se t’escapa a tu. Quan hi reflexionem, quan hi pensem, ens sembla molt clar el que diem i escrivim, trobem els nostres arguments..., però el que ÉS i PASSA REALMENT EN EL NOSTRE INTERIOR no és el que creiem que pensem quan hi reflexionem, sinó allò que se’ns escapa quan, per exemple, parlem i escrivim sobre altres coses, però s’esmuny entre les línies, involuntàriament, i és llavors quan es reflecteix el que REALMENT PASSA I PENSEM.
A tall d’exemple: en la teva carta del 19-05-2009 escrivies:
“Un vell llibre, que més que definir el “pla” de Déu (encara que sigui Déu qui parla) expressa constants en l’experiència humana, diu de la dona “Ton désir te poussera vers ton homme et lui te dominera”. És en el llibre del Gènesis de la Bíblia, després que home i dona hagin violat la prohibició de l’arbre de la vida.”
Això ho deies en un context en què parlaves de les estratègies de seducció de les dones: no feies tu aquí una lectura concretament genèrica del text bíblic? És així, Xec. I crec que caldria canviar el text, i tant que sí! La Bíblia no és cap obra d’art. És, des dels seus orígens, una interpretació de la Paraula o, molt millor dit, de les Paraules, i no només una interpretació, sinó una selecció, una tria (moltes de les Paraules han quedat fora, s’han exclòs, finalment, de l’última versió acceptada que ha acabat sent la Bíblia que coneixem). Qualsevol traducció és una interpretació, i qualsevol interpretació –precisament perquè cal fer-la metafòricament, com dius tu mateix- admet una versió corregida de la lletra.
Ja n’hi ha prou per avui. No triguis massa a respondre, ara que en Cisco ja ha tornat de Lomé, deus quedar una mica més descarregat de feina.
Una molt forta abraçada,
Anna
***
CARTA DE ANNA ROSSELL AL TEÓLOGO Y SALESIANO XEC MARQUÈS (Traducción al español de Anna Rossell)
El Masnou, 01-09-09
Querido Xec,
sigamos con nuestro tema:
Percibo que en tu última carta te has puesto más filosófico que de costumbre (que ya es decir...); leerte requiere más concentración y capacidad de imaginación. Pero me ha gustado mucho que hayas retomado la correspondencia y, ahora que el día a día se irá normalizando con el comienzo del nuevo curso, espero que no decaiga el ritmo de nuestras cartas.
El Masnou, 01-09-09
Querido Xec,
sigamos con nuestro tema:
Percibo que en tu última carta te has puesto más filosófico que de costumbre (que ya es decir...); leerte requiere más concentración y capacidad de imaginación. Pero me ha gustado mucho que hayas retomado la correspondencia y, ahora que el día a día se irá normalizando con el comienzo del nuevo curso, espero que no decaiga el ritmo de nuestras cartas.
Me gusta mucho la interpretación que haces de la historia del Génesis cuando dices que se puede leer como una "cuestión de instrumentalización del débil". También coincido con tu sensibilidad interpretativa a la hora de poner el ejemplo de los inmigrantes como "débiles del momento" y con la lectura que sugieres de las supuestas prerrogativas masculinas de fuerza, orgullo y dominio como una máscara, como una debilidad enmascarada -tu dices "disfrazada"-, que ha producido y produce el Mal, y que uno de los paradigmas de este Mal es el de hacer recaer la CULPA sobre el débil del momento. Lo dices en estos tres puntos, que me parecen cruciales:
“Creo que, incluso en el marco cultural del patriarcado, la relectura que podemos hacer hoy del texto en cuestión es la de la instrumentalización del débil. El Maligno se apropia de la criatura para herir al fuerte (Dios), y escoge a la mujer para debilitar al hombre. El tema es, pues, el de la manipulación. Y el Mal manipula allí donde le resulta más fácil hacerlo. No hay un origen de género en el pecado, sino la fragilidad propia de la naturaleza humana, sometida a la tensión entre el ser y el querer ser; entre el ser-yo y el ser-en-relación.
Las culturas y las dinámicas sociales pueden transformar los paradigmas de fuerza-debilidad, de dominación-sumisión. Y la historia pasada y contemporánea nos enseña que el género femenino es "normalmente" débil y está sometido. Pero también podemos leer la historia interpretando que la debilidad masculina, disfrazada de fuerza (orgullo y dominio), ha producido y produce el Mal y uno de los paradigmas de este Mal es el de hacer recaer la CULPA sobre el débil.
Y para ver que no se trata sólo de una cuestión de género podemos considerar la culpabilización de los "pobres", de los "marginados" cuando los equilibrios sociales y políticos de los "ricos" están en juego. Entonces son los inmigrantes los que causan desorden. El Mal, la Amenaza, no son un orden económico y una mundializacion al servicio de la reproducción de la riqueza de los que ya son ricos, sino la existencia de pobres y marginados, de países "subdesarrollados" y de los sistemas políticos resistentes a la occidentalización de la democracia liberal."
Otra reflexión que me ha parecido muy sugerente es la interpretación que tú haces de la tentación, del pecado original -aquél entre Adán y Eva- como negación de la buena relación, como dominación y negación del otro. Dices: " 'pecado', el 'tentador@'. Justamente para negar la relación insinuando mecanismos de dominación y de negación del otro". Nunca se me había ocurrido leerlo así. Gracias por esta aportación y por tantas otras.
Otra reflexión que me ha parecido muy sugerente es la interpretación que tú haces de la tentación, del pecado original -aquél entre Adán y Eva- como negación de la buena relación, como dominación y negación del otro. Dices: " 'pecado', el 'tentador@'. Justamente para negar la relación insinuando mecanismos de dominación y de negación del otro". Nunca se me había ocurrido leerlo así. Gracias por esta aportación y por tantas otras.
En lo que atañe al resto de tu carta, el tema que predomina yo diría que lo podemos resumir en una afirmación: que es necesario leer el texto bíblico siempre metafóricamente, en sentido figurado, y que de ningún modo podemos dar una interpretación genérica a esta cuestión de la culpa, afirmación que también te sirve de argumento para decir que el texto sagrado se puede interpretar, se puede traducir, pero que la letra del texto nunca se puede cambiar. Para apoyar este modo de pensar haces una comparación entre el texto sagrado y un texto literario o una obra de arte (un poema, una pintura...).
Con una parte de esta tesis también estoy de acuerdo: que es necesario leer los textos mitológicos metafóricamente, en sentido figurado, es una verdad que, por lo que se refiere a los ámbitos culturales en que nosotros nos movemos, está universalmente aceptada. Precisamente en esta lectura universal y metafórica radica el enorme poder de influencia de los textos mitológicos. Su fuerza y su poder de influencia son tan grandes, que incluso actúan con contundencia sobre aquell@s que no conocen el texto, porque impregnan de manera absoluta la cultura y, a través de ella, todos los ámbitos de la vida. Así, alguien que nunca haya leído la Bíblia y que no sepa responderte a la pregunta sobre de qué va el relato del Génesis, está tan influenciado por ella como el que tiene un conocimiento profundo del texto; yo diría que incluso lo está más, porque no puede tener tanta distancia con respecto al texto, tanta capacidad crítica y hermenéutica como aquél que tiene estudios superiores y, por consiguiente, más posibilidades de defensa. Bien al contrario, los mortales más comunes -la gente de la calle, la expresión que acuñamos habitualmente para referirnos al ciudadano medio- no tienen las erramientas para considerar su cultura de manera distanciada y por tanto son víctimas mucho más propiciatorias. Tu dices que hoy en día tenemos las erramientas suficientes para leer los textos sagrados de modo metafórico e insistes en que en la historia del Génesis "Dios se pasea con el /la primer@ hombre en el jardín del Edén”. Y más adelante sigues: "El/la hombre es hombre y mujer, es uno y otra."
Con una parte de esta tesis también estoy de acuerdo: que es necesario leer los textos mitológicos metafóricamente, en sentido figurado, es una verdad que, por lo que se refiere a los ámbitos culturales en que nosotros nos movemos, está universalmente aceptada. Precisamente en esta lectura universal y metafórica radica el enorme poder de influencia de los textos mitológicos. Su fuerza y su poder de influencia son tan grandes, que incluso actúan con contundencia sobre aquell@s que no conocen el texto, porque impregnan de manera absoluta la cultura y, a través de ella, todos los ámbitos de la vida. Así, alguien que nunca haya leído la Bíblia y que no sepa responderte a la pregunta sobre de qué va el relato del Génesis, está tan influenciado por ella como el que tiene un conocimiento profundo del texto; yo diría que incluso lo está más, porque no puede tener tanta distancia con respecto al texto, tanta capacidad crítica y hermenéutica como aquél que tiene estudios superiores y, por consiguiente, más posibilidades de defensa. Bien al contrario, los mortales más comunes -la gente de la calle, la expresión que acuñamos habitualmente para referirnos al ciudadano medio- no tienen las erramientas para considerar su cultura de manera distanciada y por tanto son víctimas mucho más propiciatorias. Tu dices que hoy en día tenemos las erramientas suficientes para leer los textos sagrados de modo metafórico e insistes en que en la historia del Génesis "Dios se pasea con el /la primer@ hombre en el jardín del Edén”. Y más adelante sigues: "El/la hombre es hombre y mujer, es uno y otra."
No sólo de lo que dices, sino también de COMO lo dices (utilizas @ para subrayar que el género masculino de Adán es puramente anecdótico y que el nombre podría haber sido también el de una mujer, como a su vez el de Eva hubiera podido ser el de un hombre) se desprende tu insistencia en la lectura asexuadaa del texto. Tú dices: "buscar un origen de género a esto que denominamos pecado no tiene sentido alguno". Y yo deseo subrayar que el hecho de que "no tenga sentido alguno" no implica que la concreción del género en los textos mitológicos -que es un hecho- no ejerza su efecto determinante sobre los individuos influenciados por la correspondiente cultura. Como te decía en mi última carta, hay estudios de sociólogos, sicólogos y pedagogos que destacan la importancia de las ilustraciones de los libros de texto escolares, en el sentido de que tienen una función correctora de los roles sociales, tanta es su influencia sobre el subconsciente de las personas. Un niño (masculino) se identifica con las ilustraciones que muestran chicos-hombres, una niña se identifica con las que muestran chicas-mujeres. Y así cada uno de los géneros proyecta en su imaginario lo que muestran las ilustraciones y los ejemplos correspondientes en la vida real. Evidentemente, siempre hay excepciones, pero ahora hablamos de lo que le sucede a la mayoría.
Te decía en mi última carta: "necesitamos la empatía"... . Un ejemplo claro de esta necesidad es la tendencia a la imitación de personajes que nos sirven de guía: se convierten en una especie de ídolo para nosotros, un ejemplo que consideramos no sólo digno de seguir con nuestra actuación, sino incluso algo más: queremos ser como ell@s. Un caso concreto: Don Bosco para los salesianos. En esta relación entre la persona admiradora y la admirada se establece un nexo donde el género es básico y fundamental. En el fondo se trata de una relación de dependencia (en este caso, positiva, cuando no hay relación de esclavitud y se desarrolla en todo momento desde el sentimiento de libertad de actuación y decisión). Pero esto funciona así a pesar nuestro. Es un mecanismo sicológico contra el cual nada podemos. No hay escapatoria. Por esto es tan grave el tema de que te hablo.
Lo mismo sucede con la dominación masculina de la lengua. El hecho de que el género considerado "no marcado" coincida con el masculino tiene unos efectos sicológicos insospechados (pero lamentablemente muy reales) extraordinariamente graves. Y como ejemplo muy simple de esto que te digo, fíjate en lo que te escribía un poco más arriba: "Un niño (masculino) se identifica con..."; he tenido que poner entre paréntesis lo de "masculino" para aclarar que me refería únicamente a los chicos, y no, también, a las chicas. Éste es un constante malentendido que va haciendo su trabajo de hormiguita y va ganando terreno poco a poco. Se trata de una dominación como cualquier otra, en este caso, de la lengua, que es nuestra erramienta de expresión y de comunicación más importante (¡no es poco!). Y otro ejemplo aún: en muchas culturas, incluso en muchos países de la Unión Europea, contraer matrimonio implica, por parte de la mujer, perder su nombre. También esto tiene unas implicaciones importantísimas, porque, por más que parezca una contradicción, hay que leer l i t e r a l m e n t e la metáfora: la mujer pierde su nombre, de algún modo pierde su identidad. Pero, si tú le preguntas sobre el particular a cualquier mujer que haya sufrido esta pérdida te tildará de ido y pensará que estás loco. Sin embargo, no creo que ningún sicoanalista piense que no suceda tal como digo yo. El genio de Kafka radica precisamente en su clarividencia para describir en esta clave metafórica las situaciones a las que el individuo se ve confrontado. Tiene un modo de plantear las situaciones que ogliga a interpretarlas en clave de gran metáfora. Y es así como funciona en el subconsciente de l@s individu@s.
Pienso que esto escapa a la conciencia de mucha gente, y creo que también se te escapa a ti. Cuando reflexionamos sobre el tema, cuando pensamos en ello, nos parece muy claro lo que decimos y escribimos al respecto, encontramos nuestros argumentos..., pero lo que ES y SUCEDE REALMENTE EN NUESTRO INTERIOR no es lo que creemos que pensamos cuando reflexionamos sobre ello, sino lo que se nos escapa cuando, por poner un ejemplo, hablamos y escribimos sobre otras cosas, pero se nos cuela entre líneas, involuntariamente, y es entonces cuando se refleja lo que REALMENTE SUCEDE Y PENSAMOS.
A modo de ejemplo: en tu carta del 19-05-2009 escribías:
"Un viejo libro, que más que definir el "plan" de Dios (por más que sea Dios quien habla) expresa constantes en la experiencia humana, dice de la mujer: 'Ton désir te poussera vers ton homme et lui te dominera'. Se trata del libro del Génesis de la Biblia, después que hombre y mujer hayan desobedecido la prohibición del árbol de la vida".
Esto lo decías en un contexto en el que hablabas de las estrategias de seducción de las mujeres: ¿No hacías tú aquí una lectura concretamente genérica del texto bíblico? Así es, Xec. Y creo que es necesario cambiar el texto, ¡y tanto que lo es! La Biblia no es ninguna obra de arte. Es, desde sus orígenes, una interpretación de la Palabra o, mucho mejor aún, de las Palabras, y no sólo una interpretación, sino una selección, una criba (muchas Palabras han quedado fuera, han sido excluidas, finalmente, de la última versión aceptada que ha terminado por ser la Biblia que conocemos). Cualquier traducción es una interpretación y cualquier interpretación -precisamente porque es necesario hacerla metafóricamente, como tú mismo dices- admite una versión corregida de la letra.
Esto lo decías en un contexto en el que hablabas de las estrategias de seducción de las mujeres: ¿No hacías tú aquí una lectura concretamente genérica del texto bíblico? Así es, Xec. Y creo que es necesario cambiar el texto, ¡y tanto que lo es! La Biblia no es ninguna obra de arte. Es, desde sus orígenes, una interpretación de la Palabra o, mucho mejor aún, de las Palabras, y no sólo una interpretación, sino una selección, una criba (muchas Palabras han quedado fuera, han sido excluidas, finalmente, de la última versión aceptada que ha terminado por ser la Biblia que conocemos). Cualquier traducción es una interpretación y cualquier interpretación -precisamente porque es necesario hacerla metafóricamente, como tú mismo dices- admite una versión corregida de la letra.
Ya es suficiente por hoy. No tardes en responder, ahora que Cisco ya ha regresado de Lomé debes de estar algo menos cargado de trabajo.
Un abrazo muy fuerte,
Anna
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