Georg Büchner
Lenz,
Trad. del alemán de Mª Teresa Ruiz Camacho
Nórdica Libros, Madrid, 2010, 83 pp.
*
por Anna Rossell
Un pequeño gran
tesoro este relato del genial autor alemán Georg Büchner (Goddelau-Hessen,
1813-Zurich, 1837), del que nada tiene desperdicio. Él, cuya trayectoria vital
se truncó a la temprana edad de veinticuatro años, nos ha dejado, a pesar de su
juventud, un impagable legado literario: Lenz
(relato, 1835), La muerte de Danton (teatro,1835), Leonce y Lena (comedia, 1836), Woyzeck (fragmento teatral, 1837), todo ello traducido al español. Pietro Aretino (obra de teatro sobre el
autor italiano del mismo nombre) se perdió. Con excepción de Leonce y Lena, una punzante sátira
política disimulada bajo el registro de comedia de entretenimiento, sus obras son
un compendio de sabiduría, una reflexión filosófica de amplio espectro, muy
avanzada a su época. Büchner, médico de formación, se nos presenta a través de
sus obras como un personaje muy comprometido con su tiempo, un verdadero
vanguardista que trabajaba en sus textos las preguntas cruciales que se hacía a
sí mismo y que no acabó de resolver definitivamente antes de morir, pues en
pocos años dejó constancia alterna de activismo político revolucionario y de
fatalismo histórico. Quien escribiera, en coautoría con Friedrich Ludwig
Weidig, el panfleto El mensajero de Hesse
(1834), un llamamiento a los campesinos al alzamiento revolucionario, por el
que Büchner tuvo que exiliarse a Estrasburgo, suscribió también, muy poco
después, la llamada Carta fatalista,
dirigida a su prometida Wilhelmine Jaeglé, una página programática en la que el
autor expone su idea del ser humano como juguete en manos de la historia, sin
posibilidad de incidir en ella, una idea que plasmó en La muerte de Danton y que, si bien retomó después en Woyzeck como propuesta de reflexión, lo
hizo paralelamente a otras de signo social, por lo que el fragmento teatral fue
muy bien recibido por la crítica marxista del siglo XX.
Lenz –publicada póstumamente en 1839 sin que el autor hubiera decidido el
título- alude al autor prerromántico alemán Jakob Michael Reinhold Lenz
(1751-1792), a partir de cuya biografía Büchner construyó su relato, basándose
en las cartas del propio Lenz, que sufría esquizofrenia paranoide, y en las
observaciones del pastor protestante Oberlin, que le acogió en su casa; ello
motivó que se acusara a Büchner de plagio. El relato, escrito como si de un
informe se tratara, se ha considerado la primera descripción científica de la
esquizofrenia, pues el texto retrata la evolución de la patología paranoica en
el personaje, las crisis del enfermo y el deterioro de su estado de ánimo. Si
bien está escrito en tercera persona, Büchner consigue una asombrosa empatía
con el personaje, que se transmite al lector a través del ritmo entrecortado de
su prosa, lacónica y enumerativa, que contagia la ansiedad, la desorientación y
el delirio de Lenz en su huida de la
casa paterna –lo sabremos después- y de sí mismo. Conocemos a Lenz, dado a la
fuga de no sabemos qué, corriendo por una
naturaleza amenazadora, un paisaje inquietante que no le da cobijo: “Había
oscurecido, cielo y tierra se fundían en uno. Era como si algo le persiguiera,
como si algo horrible quisiera alcanzarle, algo que el hombre no puede
soportar, como si la locura a caballo le diera caza”. El texto, precursor del
expresionismo y del nihilismo, invita, como Woyzeck,
a distintas lecturas de signo opuesto. En Lenz
encontramos ya apuntados los elementos que pocos años más tarde desarrollaría
en la pieza dramática: al igual que Lenz, Woyzeck corre por un paisaje
desafiante oyendo voces; al igual que en Woyzeck,
Büchner plantea por boca de su personaje su programa filosófico antiidealista
como eje de su texto; como Woyzeck, que desde su humilde condición intuye en el
ser humano una doble naturaleza que opone al discurso de la doble razón
kantiana, en su momento más lúcido Lenz polemiza con su amigo Kaufmann y rompe
una lanza por lo elemental y la naturaleza más pura y sencilla desafiando al
etéreo idealismo que “es el más ignominioso desprecio por la naturaleza
humana”. En su rechazo del idealismo, Büchner se adelanta al realismo literario
y a su crítica: “Los poetas de quienes se dice que reproducen la realidad, ni
siquiera la conocen, sin embargo siguen siendo más soportables que aquellos que
quieren idealizar la realidad”. Lenz,
cuyo final es tan amargo como el de Woyzeck,
donde el autor niega claramente la trascendencia, apunta sin duda al nihilismo,
pero el grito desgarrado de ambos textos encierra la acusación del Leviatán de Hobbes, y una recóndita
esperanza de que el hombre deje de ser un lobo para el hombre.
Esta cuidada edición
de la editorial Nórdica, con ilustraciones a color del genial artista plástico
austriaco Alfred Hrdlicka y extractos de la autobiografía de Goethe, Literatura y verdad, sobre Jakob Michael
Reinhold Lenz, es especialmente recomendable.
© Anna Rossell
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