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Walter Benjamin, El París de Baudelaire,
Trad. de Mariana Dimópulos,
Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires, 2012, 288 págs.
por Anna Rossell
Sin duda la publicación de cualquier obra de Walter Benjamin ha de ser aplaudida por la talla intelectual del filósofo y crítico cultural y la trascendencia y hondura de su pensamiento, tanto más si la edición refleja la importancia de la tarea que aborda y está hecha con el rigor profesional y académico que merece. Y curiosamente se da la coincidencia de que la editorial Abada ha emprendido hace unos años (2006) la largamente esperada y necesaria tarea de abordar la publicación en español de la obra completa del autor, a partir de la prestigiosa edición alemana de Suhrkamp Verlag, de 1974, a cargo de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser, con la colaboración de Theodor W. Adorno y Gershom Scholem. De ella se han publicado hasta ahora sólo algunos de los once volúmenes que abarca (I/1, I/2; IV/1, IV/2 y hay previsión del V/1 para el próximo verano). Huelga decir que ésta es una aportación indispensable para los estudiosos de Benjamin en lengua española, que hasta ahora sólo tenían acceso a una obra dispersa, incompleta, vertida a nuestra lengua por traductores distintos con la consiguiente desigualdad terminológica que ello suponía.
Ante la perspectiva de contar dentro de unos años con el proyecto completo de la editorial Abada surge la pregunta acerca de la utilidad del libro que ahora nos ocupa. Sin embargo no cabe duda de que la tiene, pues ha de interesar tanto a quienes deseen acercarse a la obra de Baudelaire como a la de Benjamin contar con el profundo estudio que el autor alemán hizo del poeta francés sin necesidad de recurrir a la obra completa, que acoge los textos relativos a Baudelaire en volúmenes distintos. Por otro lado, algunos de los textos de El París de Baudelaire, que ahora publica el sello Eterna Cadencia, no han visto aún la luz en los volúmenes de Abada. Así el lector en lengua española tiene en un único tomo los ensayos benjaminianos más importantes sobre Baudelaire, en una edición crítica rigurosa, de excelente traducción por parte de Mariana Dimópulos. La edición, igualmente basada en la mencionada alemana de Suhrkamp, incluye asimismo el impagable prólogo del experto en Benjamin, Rolf Tiedeman -Baudelaire, un testigo en contra de la clase burguesa-, que ya precedió a aquella edición.
Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940) había proyectado en un principio el libro Charles Baudelaire. Un poeta lírico en la era del auge del capitalismo, dentro del marco de los Pasajes de París, considerada la obra más importante de Benjamin, un estudio histórico-filosófico del siglo XIX, como parte del Libro de los pasajes, del que sin embargo decidió excluirlo ya en 1937, pero cuyo marco esbozó en el texto “París, capital del siglo XIX”, de 1935, que Eterna Cadencia ha incluido en este libro. Tanto Charles Baudelaire como los Pasajes de París, en los que Benjamin trabajó desde 1927 hasta su muerte, quedaron inconclusos. Sin embargo el autor nos legó algunos textos, ya cerrados, destinados a formar parte de su gran proyecto global: “El París del Segundo Imperio en Baudelaire” (1938) y “Sobre algunos temas en Baudelaire” (1939). Estos textos, además, de “Zentralpark”, que cierra el conjunto, conforman El París de Baudelaire.
Ni que decir tiene que cada uno de estos ensayos es de lectura obligada por su calado para todo aquél que se interese por la sociología del arte y su metodología, pero también para quien desee seguir la evolución del pensamiento benjaminiano, reflejada en el paso de “El París del Segundo Imperio en Baudelaire” a “Sobre algunos temas en Baudelaire”, a la que contribuyó de modo decisivo la carta de Adorno a Benjamin del 10 de noviembre de 1938, quien con su crítica del primero de los dos textos y en calidad de experto en estética y teoría marxista, orientó a Benjamin en cuestiones de procedimiento. A partir de la categoría de la experiencia alienada, el teórico del arte desarrolla una interpretación de Baudelaire como poeta prostituido y su poesía como producto económico-social de su época en el sentido del materialismo histórico y consigue lo que Adorno denominó “uno de los testimonios histórico-filosóficos más grandiosos de la época”. Sus reflexiones sobre la modernidad –encarnada en París como capital del siglo XIX-, el concepto marxista del valor de cambio, el arte como mercancía, el carácter de fetiche de ésta en una sociedad productora, donde todo adquiere naturaleza mercantil, dibujan una interpretación del artista y del fenómeno artístico en la época de La obra de arte en su reproductividad técnica –como rezaba ya un título de 1936-, concretado en la figura de Baudelaire y en el modo novedoso de entender la alegoría, que si bien ya había sido estudiada por el autor anteriormente en El origen del drama barroco alemán, da en Zentralpark (Parque Central) el vuelco definitivo hacia el marxismo, que marcó un hito en el pensamiento cultural de occidente.
En torno a la idea de modernidad y de la alienación Benjamin reflexiona en Zentralpark sobre el spleen y la melancolía en Baudelaire: “El nuevo fermento decisivo que, penetrando en el taedium vitae lo convierte en spleen, es el extrañamiento de sí mismo”. Y del mismo modo que este autoextrañamiento del artista en la sociedad capitalista del siglo XIX deriva en la mercantibilidad de su producción, así también Benjamin se acerca a la integración de la mujer como prostituta en la sociedad como consecuencia de la transformación social de la modernidad y traza su paralelismo con la poesía de Baudelaire: “Que este aspecto de la prostituta haya resultado determinante para Baudelaire: a favor de esta tesis habla, no en último término, el hecho de que en sus múltiples evocaciones de la prostituta el burdel nunca sea el trasfondo de esta figura, sino la calle”. En el estudio del poeta francés Benjamin proyecta su propia idea de la concepción de la historia: “Es muy importante que lo ‘nuevo’ en Baudelaire no aporte ningún tipo de colaboración con el progreso. […]. Es ante todo la ‘fe en el progreso’ lo que él persigue con su odio […]”. Su concepción de la evolución histórica, anticipada proféticamente a su tiempo, hace de Benjamin una lectura indispensable: “Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”. Una lectura en definitiva altamente recomendable.
© Anna Rossell
Nirukta, Anónimo
Hace 15 horas
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