13 de enero de 2010

THOMAS MANN, EL ELEGIDO (Novela)

Thomas Mann, El Elegido, Traducción de Anna Rossell, Barcelona, Edhasa.

Thomas Mann, El Elegido, Traducción de Anna Rossell, Barcelona, Edhasa.

Título original: Der Erwählte (novela).

Portada de la edición de bolsillo de El Elegido


El Elegido (1951), última novela de Thomas Mann


"[...] En Der Erwählte (El Elegido), 1951, recoge Mann la leyenda del papa S. Gregorio, tratada ya por Hartmann von Aue (v.) en la Edad Media en forma de epopeya. Mann hace de la piadosa leyenda una parodia, exponiendo con artificio e ironía la relación entre pecado, penitencia y elevación espiritual [...]".

J. A. Collado Millán

***
Todas las campanas están sonando en Roma, todas sin excepción; retumban con alegría desde San Pedro o Letrán hasta San Pablo Extramuros, desde las más pequeñas capillas hasta las basílicas más grandiosas. Todas. Todos los romanos están en las calles, todos sin excepción; desde el espigado monaguillo al orondo sacerdote, desde el más insignificante acólito hasta el prelado más importante. Cabe, pues, hacerse aquella pregunta: ¿por quién doblan las campanas? Y si no se adelantara el autor, tras aquélla surgiría otra: si todos, todos sin excepción, están en las calles en ceremoniosa algarabía, ¿quién dobla las campanas?

El “Espíritu de la Narración”. Es Él quien insufla fuerzas, quien tañe las campanas, quien hace resonar los campanarios. Con esto Thomas Mann, aparte de hacer de la propia narración un acto poético de primer orden, nos prepara el ánimo y nos advierte: aquí mando yo, parece decirnos. Este acto de fe deja abierta la puerta a torrentes de poesía, a paradigmas de comportamiento, a actos insólitos…, sin que la trama pierda ningún interés ni credibilidad. Pero este acto de confianza extrema, como se comprobará en el texto, es además una hipérbole que favorece todo el barroquismo que uno se encuentra cuando afronte la maravillosa lectura de este libro.

Y resulta ser exagerado ese credo porque los casi milagrosos actos que leeremos pueden ser explicados o comprendidos sin mucho esfuerzo, pese a lo increíble de alguno de ellos. Y cuando resultan del todo inconcebibles, se achacan al “Espíritu de la Narración”, a su poesía barroca suavizada por el estilo perfecto de Thomas Mann.

En efecto, es tal la maestría del “Espíritu” con la que va cerrando incertidumbres, dudas y acciones, que los acontecimientos se suceden como las Parcas tejen nuestros hilos: a su antojo pero con un objetivo claro y marcado, sin margen de error; ¡cómo adelanta sucesos!, cómo nos lleva, cómo nos prepara…

Ya vimos la manera con la que Umberto Eco en “El nombre de la rosa” se escudaba en el narrador, en un testigo de los hechos que contaba un episodio de su juventud siendo ya viejo, lo que le daba al escritor cierta libertad. En “El elegido” el narrador es un monje que conoce a casi todos los personajes pero que sabe de los sucesos lo que le han contado terceros. Otra posibilidad, pues, de comprender lo inverosímil gracias al ideario del religioso: él no hace Historia, sino que da fe mítica.

El juego moral resulta muy poco convencional, lleno de ironía, pues los actos amorales se adueñan de los sentimientos del propio narrador, resultando ser una aguda y divertida lucha entre lo común y aceptado y los desbordantes sentimientos primarios.

Y dejo a un lado estas cosas porque, aun estando presente el “Espíritu de la Narración” en todo momento, todavía no he referido nada acerca de la trama del libro. Y tiene su aquel:

La novela, ambientada en la cortés Europa del siglo X, expone la historia del Papa Gregorio V, o, con mayor propiedad, la vida de Gregorius y su incestuoso origen. Incesto que, por diversos avatares, él repetirá. Thomas Mann se basa en una epopeya medieval de un poeta alemán, la cual fue recogida por otro autor anónimo francés que compuso la “Vie de Saint-Grégoìre”, allá por el año 1190, para crear una figura gigantesca, la del protagonista, al que le rodearán aventuras y acontecimientos que se hacen imprescindibles de leer.

¿Quién toca las campanas? No son los campaneros. Han corrido a la calle como todo el mundo al oír el sonido atronador. Convenceos: los campanarios están vacíos. Flojas cuelgan las cuerdas y sin embargo las campanas vibran, los badajos golpean. ¿Habrá que decir que nadie las toca? No, sólo una cabeza agramatical, sin lógica, sería capaz de afirmarlo. “Tocan las campanas”, es decir, alguien las toca, por vacíos que estén los campanarios. ¿Quién toca pues las campanas de Roma? El espíritu de la narración.

(Artículo sin nombre publicado bajo: http://www.la2revelacion.com/?p=176, consultada 13-01-2010)

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